29 de mayo de 2010

Eliminada una parte de los Jardines de la Calzada

A mediados del mes de Abril se reabrían los Jardines del Valle después de unas obras que, afortunadamente, han servido para integrarlos definitivamente en la ciudad tras varias décadas ocultos por una tapia.
Pocos días antes se recuperaba el Jardín Americano, parte de ese legado del 92 en abandono desde que echara el cierre la Expo. Pequeña parte, al menos para aquellos que aún recordamos el laberinto de los Jardines del Guadalquivir, pero tras 18 años uno ya se alegra con cualquier cosa. Así de triste.
Dos buenas noticias, dos espacios verdes recuperados en zonas donde los parques no es que se prodiguen mucho, dos pasos al frente dentro de esa conciencia ecológica y sostenible tan de moda como controvertida cono necesaria.
Todo parecía seguir el mismo guión, la misma idea, el mismo concepto, la misma directriz... hasta que se empezaron a arrancar árboles en los Jardines de la Calzada, situados entre las calles Campo de los Mártires y Juan Antonio Cabestany.
Estos Jardines, también indirectamente legado de la Expo ya que surgieron tras el soterramiento de la vía del tren, están encuadrados en un área que según la web Sevilla.org fue “destinada a espacio de uso público en una zona que carecía de los suficientes”. Es contradictorio, por tanto, que ahora se estén reduciendo.
No es que fueran los jardines mas bellos de Sevilla, ni los mas cuidados, ni los mas agradables, ni siquiera los más seguros, pero al menos eran una mancha verde dentro de un mar de hormigón, ladrillo y alquitrán. Un pequeño hueco en un galimatías de edificios y avenidas que ahora se ha reducido considerablemente y, según parece, de forma irreversible porque la valla que los cerraba se ha retranqueado varios metros.
En el plano se señala en rojo la parte eliminada, donde dos hileras de árboles han sido arrancadas, la zona para juegos de niños trasladada a otro emplazamiento y lo que antes era un parque feo y desaliñado (todo hay que decirlo) hoy es una explanada donde en breve se construirán bloques de viviendas que seguramente vendrán a complementar el sostenible paisaje de bloques de viviendas que ya existe. Brotes verdes en la construcción que, curiosamente, se han llevado por delante espacios verdes.Son las incongruencias a las que nos tiene acostumbrados la ciudad de las personas, de esas cosas que la hacen poco o nada creíble y, sobre todo, criticable. Una ciudad en la que lo mismo se suprimen bolsas de aparcamientos para hacer ecológicos carriles bici que se recorta un parque para construir pisos.
Una ciudad en la que Medio Ambiente salva un nido de cernícalos de una jardinera a la vez que permite eliminar arbolado.
Una ciudad que, si no mienten los carteles y octavillas colgados de las vallas, sigue bailando al mismo son de siempre: el que marca el dinero y la especulación, la misma especulación que hace años arrasó el viejo barrio de la Calzada y que ahora va a reducir uno de los pocos espacios verdes que tiene. Y si no, cuenten los árboles que salen en el enlace.
De momento los vecinos han comenzado las movilizaciones; esperemos que no sea demasiado tarde, que el parque vuelva a tener los límites de siempre, que se adecente de una vez por todas y que la conciencia ecológica de algunos no se quede en obligar a los dueños de los nuevos pisos a usar bombillas de bajo consumo y colocar placas solares en la azotea.

26 de mayo de 2010

Estampas de Mayo

No creo en las verdades absolutas y menos aún en las frases hechas, aunque hay ocasiones en las que uno no tiene más remedio que claudicar y reconocer que no andaba muy mal encaminado aquel señor anónimo que por primera vez dijo aquello de “una imagen vale mas que mil palabras”.

Al menos es lo que pensé cuando encontré estas flores marchitas esparcidas sobre el esqueleto de una Cruz de Mayo que esperaba la llegada del camión de Lipassam, punto y final de su existencia. Lo efímero de lo efímero, casi nada.

Reconozco que la foto no es una maravilla, tampoco es que pretenda presentarla a un concurso, pero creo que puede ser una buena metáfora del ocaso de este mes de Mayo que se nos escapa, posiblemente uno de los más agradables y que más se viven en esta ciudad.

Mayo se va de forma distinta a como llegó. No sorprende lo primero, algo más lo segundo. Tras un invierno que ha desafiado toda teoría sobre el cambio climático, el paraguas lleva al fin desterrado varias semanas de nuestra lista de objetos y utensilios cotidianos. Prácticamente desde que la Virgen de la Cueva nos dejara media Feria sin farolillos.

Nos metimos en Mayo mirando al cielo de reojo, embriagados de incienso y azahar, oliendo aún a pólvora de fuegos artificiales y contando los días hasta el próximo Domingo de Ramos.

Y entonces llegó la explosión de luz, de color, de vida: llegaron las Cruces de Mayo, se engalanaron las plazoletas, los balcones se cuajaron de gitanillas, aparecieron las primeras hermandades de Gloria y las blasfemias de los conductores atrapados tras su paso, las ferias temáticas al aire libre, los conciertos temáticos al aire libre, las botellonas al aire libre, las protestas por las botellonas al aire libre, los guiris en bermudas empezaron a tener sentido y el olor a mierda de caballo en la Plaza de la Virgen de los Reyes volvió a ser asfixiante. Sin contemplaciones, ahora sí se podía pasar página al invierno, bendito anticiclón de las Azores.

Pero todo se acaba, y Mayo se va. Se va cuando apenas han llegado las carretas del Rocío, con los últimos martillazos ajustando los altares del Corpus y las primeras insolaciones en el carril bici. Se va como nos vamos todos, porque ahora llega la calor que decía el Romance del Prisionero y poco a poco las calles de Sevilla volverán a quedarse vacías los fines de semana, aunque en este caso será un vacío consentido, no forzado por la lluvia.

En fin, que se va Mayo aunque la vida sigue y, por fortuna, hay que vivirla.

16 de mayo de 2010

La Plaza de Doña Carmen (I)

La Plaza de Doña Carmen es, posiblemente, uno de los rincones menos conocidos del centro de Sevilla.

Poco o nada puede hacernos sospechar que tras el cancel del número 5 de la Plaza de San Pedro se encuentra esta recoleta barreduela que si bien no destaca por su belleza y singularidad, presenta algunos detalles que la hacen merecedora cuando menos de una visita, aunque solo sea por curiosidad.

La pintoresca cruz de forja sobre su peana de azulejos y cintas, los 3 faroles de las esquinas, las viviendas alrededor de una pequeña plazoleta, el colorido de las flores que asoman a los balcones, las motos aparcadas junto a los portales, hasta los desagües de los aires acondicionados: podría decirse que estamos ante la evolución lógica de un antiguo adarve musulmán a lo largo de la historia, un adarve con edificios actuales, necesidades actuales y habitantes actuales. Una adaptación de la Sevilla de hace mil años a nuestros días.

Remontándonos al siglo XV encontramos por primera vez la Plaza de Doña Carmen como una de las barreduelas del viejo Adarvejo, el barrio donde quedaron confinados los pocos musulmanes que no abandonaron la ciudad tras la conquista cristiana.

Amurallado como la Mancebía (donde vivían las prostitutas) y la Aljama (donde los judíos), este barrio mudéjar se extendía desde la actual Almirante Apodaca hasta la misma plaza de la Alfalfa, aunque sus verdaderos límites aún hoy siguen sin estar demasiado claros.

Como podemos suponer resulta difícil encontrar huellas de este pasado en la Sevilla actual, ni siquiera en la misma Plaza de San Pedro, que entonces estaba ocupada en su totalidad por una gran manzana de casas, mesones, talleres e incluso por una mezquita situada frente a la iglesia que le da nombre.

Como vemos en el plano del libro "La Arquitectura y el Lugar", de Alberto Oliver Carlos, la vía principal de esta gran manzana se llamó durante muchos siglos calle Morería (nada que ver con la de hoy) y se correspondería con la actual acera izquierda de la Plaza de San Pedro, naciendo frente a lo que ahora es la Heladería Rayas para, con un trazado sinuoso y constantemente interrumpido por los adarves y callejuelas sin salida que la atravesaban, morir en la Plazuela del Mesón del Rey, que se extendía desde la embocadura de Sales y Ferré hasta Descalzos.

El primero de estos adarves (señalado en rojo en el plano) se correspondería con la actual Plaza de Doña Carmen que, como el resto del barrio, estaría formada por casas modestas habitadas por gente con bajo poder adquisitivo.

Hago hincapié en este aspecto: el Adarvejo era una zona humilde donde vivía gente humilde. Por sus calles no paseaban precisamente los descendientes de Almutamid ni de los príncipes andalusíes. Tampoco encontraríamos una Susona o un Samuel Leví como en el cercano barrio de los judíos, de mayor abolengo y riqueza.

Para que nos hagamos una idea de su población, transcribo un pasaje de Celestino López Martínez donde hace una relación de los establecimientos y oficios que allí se encontraban: “[…] tuvieron los moros confiterías, el trato y obra del cáñamo, lino y de hilados: alcaicería de especias, comercios del sebo y de la cera; tiendas de verduras, legumbres, hortalizas, carnes y aves; ejercían sus oficios numerosos herreros, zapateros, albañiles, carpinteros, chalanes y canteros y allí hubo también casas de baño y mesones.

El Adarvejo en la Sevilla actual

De esta forma permanecerá la minoría musulmana hasta 1502, cuando no tienen más remedio que convertirse al cristianismo por obra, gracia y pragmática de los Reyes Católicos, desapareciendo la mezquita y, con ella, el mismo Adarvejo, que se integra en el resto de la ciudad.

Según cuenta Ortiz de Zúñiga, los últimos mudéjares fueron bautizados en 1505 por fray Martín de Ullate. Apenas 250 años después de la entrada de Fernando III se ponía punto y final a la presencia musulmana en nuestra tierra.

Pero la vida sigue. Estamos ya en pleno siglo XVI y Sevilla se ha convertido en Puerto de Indias, para lo bueno y para lo malo. Para lo malo porque, como no podía ser de otra forma, el recién abandonado barrio mudéjar es ocupado rápidamente por cazadores de fortuna que acuden a la ciudad atraídos por el oro y riquezas de los galeones americanos.

Nuestra manzana se llena de tabernas, mesones e incluso se monta un corral de Comedias que levantará ampollas en el vecindario, ya que pronto es ocupado por prostitutas y gente de mala vida.

Para lo bueno porque el comercio indiano trae consigo un producto hasta ese momento desconocido cuyo consumo rápidamente se extenderá por todo el continente: el tabaco.

Sevilla, que ejerce de bisagra entre Viejo y Nuevo Mundo, es el lugar elegido para la instalación a mediados del siglo XVII de la primera industria tabacalera de la historia, eligiéndose el antiguo Adarvejo como lugar idóneo para su establecimiento: nace la Real Fábrica de Tabacos de San Pedro.

Pronto la nicotina comienza a surtir efecto y la fábrica, que al principio era sólo unas pequeñas casuchas habilitadas para tal fin, pronto se extiende por la manzana hasta ocuparla en su totalidad, como vemos en la siguiente ilustración procedente del libro "La Fragmentación de la Manzana", de Juan L. Trillo de Leyva.

Fueron años dorados para el viejo Adarvejo, siendo nuestra Plaza de Doña Carmen (en rojo) una calleja sin salida en la que seguramente vivirían los operarios de la fábrica y de la cercana Alhóndiga, almacén de cereales situado en el solar que hoy ocupa la Hemeroteca Municipal.

Planta de la Fábrica de Tabacos de San Pedro

Pero la nicotina sigue creando adicción, tanta que la Fábrica de San Pedro se queda pequeña, y eso que la población sevillana se había reducido considerablemente por mor de las epidemias, terremotos y la pérdida del monopolio comercial con las Indias.

Ante el aumento de la demanda se dispone que a las afueras de la Puerta de Jerez, aprovechando el cauce del Tagarete y ocupando el inmenso espacio que quedaba libre entre la Universidad de Mareantes (actual San Telmo) y el convento de San Diego, se construya la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, abandonándose las instalaciones de San Pedro.

Una vez más la gran manzana se queda vacía, aunque esta vez será por poco tiempo: es turno para el ejército, pero eso lo veremos en la próxima entrada.

12 de mayo de 2010

Salvemos las cigüeñas de Peñaflor

Una grave amenaza se cierne sobre la colonia de cigüeñas que habita en el campanario de la iglesia de San Pedro Apóstol, en la localidad sevillana de Peñaflor.

Amenaza que puede ser fatal, ya que estos pobres y confiados pájaros no han encontrado mejor sitio para anidar que este edificio del siglo XVIII en estado pésimo de conservación que en cualquier momento puede dar un susto, con las catastróficas consecuencias que ésto conllevaría para la población cigüeñil.

Y es que desgraciadamente las leyes de la gravedad no entienden de especies protegidas, ni de aves migratorias, ni del colorido y belleza con el que las cigüeñas contribuyen a enriquecer el skyline rural andaluz; y así, sin tener la mínima consideración al respecto, la cruz que remata este campanario desde hace mas de 300 años parece estar a punto de desplomarse sobre la cigüeña madre, que, inconscientemente, sigue incubando a sus polluelos.

De nada ha servido el jardín de hierbajos y jaramagos que se ha dejado crecer en la cúpula cercana para intentar atraer a los pobres pájaros; de nada porque también ha empezado a amenazar ruina y porque estas aves son tan testarudas que por nada del mundo abandonarían a su progenie, ni siquiera para salvar sus propias vidas.

Como vemos en las imágenes, que parecen sacadas de La Profecía o de un videoclip satánico, las cruces que coronan el campanario y la cúpula del crucero se quiebran sobre las confiadas cigüeñas, que ni se imaginan el peligro al que se exponen.

Esperemos que el Seprona, Medio Ambiente o alguna asociación ecologista tome cartas en el asunto y adecente el lugar de anidamiento de estas bellas aves, joya arquitectónica de la comarca, declarada Bien de Interés Cultural y elemento clave para entender el tránsito del barroco al neoclasicismo en Andalucía.

Evidentemente la entrada está escrita en tono irónico, aunque me temo que por desgracia en la actualidad es mas factible que se intervenga antes para salvar las cigüeñas que para frenar la ruina de esta iglesia de San Pedro Apóstol, y mas si tenemos en cuenta que según cuentan los vecinos ha entrado en el mismo bucle que Santa Catalina o Santa María la Blanca en Sevilla: el constante intercambio de reproches y patatas calientes entre administraciones.

10 de mayo de 2010

Plaza de Santa Marta

Un crucero del siglo XVI, los que (según dicen) son los naranjos mas altos de la ciudad y el repicar de las campanas de la Giralda. Poco más necesita la recoleta placita de Santa Marta para robar el corazón del que la visita de la misma forma que, según cuenta la tradición, robó en ella doña Inés la razón a don Juan Tenorio.

No busque vistas espectaculares, ni fachadas suntuosas y elegantes, ni jardines floridos. Por no buscar, no busque ni siquiera asiento o acomodo. No lo va a encontrar.

Para quedar atrapado por su magia no es necesario que hayan florecido los jazmines de sus paredes encaladas o el azahar en primavera; ni que la paz reinante entre sus piedras sea rota por el alegre alboroto de los vencejos o por las risas de los que en Semana Santa descubren que no tiene salida al buscar un atajo hacia el barrio de Santa Cruz; ni que los pocos huecos que se abren en su techumbre de ramas de naranjo sean atravesados por las primeras lluvias otoñales o por los rayos del sol de la mañana.

Nada es necesario mas allá de esa pequeña calleja empedrada que hace las veces de entrada y salida, que lo mismo le recibe que le despide, de ese cordón umbilical con el corazón de la Sevilla Eterna que late a escasos metros, tan lejos y tan cerca.

Esa angosta callejuela que en apenas cuatro revueltas da un repaso magistral a los últimos 1000 años de historia de la ciudad, naciendo en los paños de sebka que aún recuerdan la antigua Mezquita de los Ossos para morir junto al azulejo de San José que cobija uno de los pocos arquillos supervivientes a las ideas urbanísticas del siglo XIX, siempre a la sombra de la espadaña que remata el antiguo Hospital de Santa Marta, donde fueron acogidas las agustinas exclaustradas del convento de la Encarnación mediado el siglo XIX.

Acogida también tuvo en su empedrado el crucero de San Lázaro, llamado así por estar originariamente en las inmediaciones del hospital del mismo nombre, hoy en estado deplorable, que diseñado por el genial Hernán Ruiz y labrado por el maestro Diego de Alcaraz preside la plaza desde su traslado en los primeros compases del siglo pasado.

Nada más. Y nada menos porque, como se comentó, poco necesita este rincón para ser uno de los lugares más idílicos de Sevilla. Y es que si, como se suele decir, la belleza se encuentra en las cosas más simples, la Plaza de Santa Marta es el claro ejemplo que lo atestigua.