En la Sevilla de antaño la Avenida de la Constitución, simplemente, no existía.
Una sucesión de calles, todas diferentes en amplitud, tamaño e incluso orientación, hacían que fuera imposible llegar en línea recta desde el Arquillo del Ayuntamiento hasta la Puerta de Jerez.
Realmente esto no suponía ningún problema: así había sido siempre y así podría seguir siendo incluso hoy. Pero el sevillano, novelero por antonomasia, suele tener un cierto puntillo esnobista que le lleva a imitar las últimas tendencias, lo que se está haciendo en otros lugares, por encima de todas las cosas, a veces incluso de su propia esencia….
Y como el último grito urbanístico desde que el tándem Haussman-Napoleón III arrasara el París histórico para construir el prototipo de ciudad moderna eran las grandes Avenidas, Sevilla se subió al carro y proyectó su propia Gran Vía.
Al principio estas aspiraciones eran casi una quimera, etéreos castillos en el aire levantados por ilusos soñadores, pero con el paso de las décadas la idea fue tomando forma y, con el dinero de la Exposición Iberoamericana, al fin pudo llevarse a cabo.
Con la piqueta en plan estelar, se ensanchó donde había que ensanchar, se derribó donde había que derribar, se alineó donde había que alinear… y la Avenida pasó a ser una realidad en una de las transformaciones urbanísticas estelares de la historia de la ciudad.
Eso sí, el precio fue caro: manzanas de casas, el Colegio de Santo Tomás o la antigua Universidad de Santa María quedaron sepultadas bajo la que desde entonces será nueva arteria principal de la ciudad, contándose entre las “víctimas” la protagonista del paseo centenario que recrearemos en esta entrada: la calle Génova.
![]() |
La Avenida en 1922: ha terminado el ensanche de la calle Génova - Imagen: Génova Café-Bar |