16 de julio de 2013

El Indio de San Nicolás


Un inmenso gentío se agolpaba en los alrededores de la Puerta de Minjoar, de la Carne como la llamaban algunos, aquella mañana del 31 de Marzo de 1493.
Era Domingo de Ramos, fecha señalada en el calendario sevillano, pero no tenía nada que ver con la algarabía incontenible que parecía haberse adueñado de la ciudad. 
No en vano, la procesión del Lignum Crucis de la Vera Cruz, que desde hacía pocos años se venía celebrando en el Convento de San Francisco, así como el resto de eventos religiosos que tenían lugar esos días, eran demasiado solemnes y respetuosos como para permitir el estruendoso griterío que llegaba hasta los confines de la misma Alfalfa

Puerta de la Carne
Puerta de la Carne, también llamada de Minjoar

El joven Bartolomé, que apenas contaba con ocho años, lo presenciaba todo con ojos de extrañeza; de hecho estaba tan impactado ante tamaña locura que se agarró con todas sus fuerzas a las manos de su padre, el comerciante Pedro de las Casas, que picado por la curiosidad no había dudado en adentrarse dentro de la marabunta.
Tenía miedo a perderse, bastante, y es que a pesar de la expulsión de los judíos sevillanos hacía ya casi un siglo, eran muchas las historias que se contaban acerca de niños raptados y desaparecidos en las callejuelas y adarves de la antigua Aljama, donde en ese momento se encontraban.

Joaquín Turina y Areal
Expulsión de los judíos de Sevilla, obra de Joaquín Turina y Areal
Centro de Interpretación de la Judería de Sevilla

Por donde quiera que pasaban todo eran gritos de júbilo, de alegría, de asombro… 
De hecho podría decirse que de Santa María la Blanca al Arco de las Imágenes, en las casas donde las dominicas habían trasladado desde Triana el convento de  Madre de Dios, no cabía un alma: la ciudad entera se había echado a la calle para presenciar un acontecimiento que, según decían los que habían tenido la oportunidad de verlo antes, nadie debía perderse.
No es de extrañar por ello que entre empujones, codazos y demás trabas, Bartolomé tardara tanto en llegar a la primera fila, junto al Apeadero de la reina Isabel, en Madre de Dios y cerca de la iglesia de San Nicolás, donde una exótica comitiva se había detenido.

Sevilla
Portada del Convento de Madre de Dios
Imagen: Sevillapedia

Afortunadamente el esfuerzo había merecido la pena.
En un instante pasó del miedo al asombro: ante sus inquietos ojillos infantiles se abría ahora una fascinante amalgama de luces, colores, sensaciones...
No sabía donde mirar… si a los bellísimos pájaros de larguísimas plumas multicolores y sonidos estridentes que llamaban papagayos; o las simpáticas huitas, una especie de conejillo con orejas de ratón; o las increíbles máscaras de piedras preciosas que llevaban algunos miembros de la comitiva, a los huesos de pescado tallados en raras formas, o las delicadas piezas y amuletos de oro fino; o las extrañas batatas, unas raíces dulces de sabor exquisito… 
A pesar de las enormes riquezas que día tras día traían los barcos al Arenal o de las caravanas de mercaderes que desde el Magreb, el Norte de Europa o el mismísimo imperio Otomano surtían la ciudad de todo tipo de artículos de lujo, la unanimidad era plena: nunca antes se había visto en Sevilla nada igual.
En el centro, ufano y orgulloso, se encontraba Cristóbal Colón, el marino genovés que meses antes partiera con un grupo de locos en tres carabelas a buscar las Indias.
No las encontró exactamente, pero el resultado había sido igualmente fabuloso.

La Sevilla del Siglo XVI, cuando ya era Puerto de Indias
Cuadro de Alonso Sánchez Coello. Imagen: Wikipedia

Su trabajo le costó, eso sí. 
Desde que saliera de Palos de la Frontera en mayo del año anterior con cerca de 100 marinos a bordo de tres carabelas, la Niña, la Pinta y la Santa María, 5 largos meses estuvieron navegando por un Océano inhóspito y totalmente desconocido.
Pero el destino fue benévolo, y cuando habían perdido ya casi toda esperanza uno de los tripulantes de la Pinta, Juan Rodríguez Bermejo, al que llamaban también Rodrigo de Triana, avistó un islote en la lejanía.
San Salvador fue el nombre que recibieron las tierras recién descubiertas, aunque los nativos las llamaban Guanahaní.
Porque el Nuevo Mundo, ese Nuevo Mundo al que habían llegado casi por casualidad, estaba poblado por hombres; eso sí, no por esos súbditos del Gran Khan con los que pretendían establecer relaciones comerciales, sino por otros que “andaban todos desnudos, como su madre los parió […] muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballos y cortos”, según palabras del propio Colón.
Con ellos se aliaron, contra ellos lucharon, a ellos transmitieron las primeras enfermedades europeas que a la postre los exterminarían y para defender a uno de ellos, el cacique Guacanagari, se quedaron 39 hombres al mando de Diego de Arana en el Fuerte Navidad, primer asentamiento español en América levantado con los restos de la nao Santa María en otra de las islas descubiertas, La Española, hoy Haití.
Y con diez de estos indios, dos de ellos hijos del mismo Guacanagari, junto a muchas otras riquezas y objetos desconocidos hasta entonces, regresó el Almirante a España para atestiguar el fabuloso descubrimiento que había realizado ante sus Reyes, Isabel y Fernando.

"Colón descubre América", obra de José Garnelo Alda (1892)
Museo Naval de Madrid

Si el viaje de ida se caracterizó por la incertidumbre, en el de regreso el principal protagonista fue el mal tiempo, que llegó incluso a dividir la expedición.
Y así Colón, a bordo de la Niña, alcanzó tierra en Lisboa mientras la Pinta, al mando del onubense Martín Alonso Pinzón, arribaba en el puerto gallego de Bayona.
Ambas tripulaciones se reunieron al fin en Palos de la Frontera el 15 de marzo, desde donde partieron hacia Sevilla en una comitiva triunfal que despertaba la admiración por donde quiera que pasara.
Eso sí, había dos ausencias destacadas; la del propio Martín Alonso Pinzón, que sufrió unas terribles fiebres durante el viaje y decidió resguardarse en su finca de Moguer, donde fallecería 15 días después.
Y por otro lado tampoco desembarcó en Palos uno de los diez indios que llegaban del mar Caribe, ya que había muerto durante el viaje víctima del cólera morbo.
De hecho tres más se encontraban gravemente enfermos, tanto que al llegar a Sevilla pusieron la única nota triste y oscura a la exótica comitiva colombina.

Cristóbal Colón
"Puerto de Palos",  obra de Evaristo Domínguez
Ayuntamiento de Palos de la Frontera. Imagen: Bibliotecas Virtuales

Aunque la inmensa mayoría ni siquiera reparara en ellos con tanto jolgorio, la presencia de estos tres moribundos impactó fuertemente en el pequeño Bartolomé de las Casas, al que habíamos dejado obnubilado con tantas plumas de papagayos, joyas y riquezas en el Apeadero de la reina Isabel, junto a las casas de las dominicas de Madre de Dios.
La sensación que produjeron en el niño estos indios semi-desnudos, de aspecto muy débil y una expresión en el rostro que estaba a medio camino entre la estupefacción y el temor, fue tal que muchos años más tarde, cuando redacta sus memorias, aún recordará la triste escena con extraordinaria nitidez.
De hecho en su interior posiblemente se despertó por primera vez un sentimiento de simpatía y respeto hacia esos hombres que irá en aumento conforme avance su vida, a pesar de que en sus primeros años de estancia en el continente americano dirigirá una encomienda de indígenas e incluso participará en la sangrienta conquista de Cuba.
Parece ser que este hecho marcó el punto de inflexión definitivo, dedicándose desde entonces a la protección de los indios, por lo que incluso fue nombrado su “procurador y protector universal” en 1516, uno de los primeros pasos para la abolición definitiva de la esclavitud indígena en 1542 por orden del emperador Carlos V.

Monumento a Fray Bartolomé de las Casas en Sevilla
Autor: Emilio García Ortiz (1984) - Imagen: Sevillapedia

Pero volvamos a la Sevilla de 1493.
Con el mismo boato con que llegaron, la comitiva triunfal de Colón y sus hombres parte a los pocos días de Sevilla camino de Barcelona, donde aguardan los Reyes Católicos para recibirlos.
Eso sí, ahora junto al Almirante sólo marchan 6 indios: los otros tres, enfermos, han empeorado y se quedan en la capital hispalense, donde morirán a las pocas semanas.

Recibimiento a Colón en Barcelona
Azulejo de la Plaza de España representando el recibimiento
de los Reyes Católicos en Barcelona a Cristóbal Colón


Sin duda alguna, es trágico el destino de estos primeros americanos en pisar suelo europeo, de hecho cuando en Septiembre el Almirante Colón regresa a Sevilla para preparar su Segundo Viaje otros dos han muerto y tres más presentan síntomas de viruela, o lo que es lo mismo, están cerca de su final.
Sólo un muchacho parecía ser inmune, ajeno a los males y enfermedades que acababan uno a uno con sus paisanos, incluyendo los hijos del cacique Guacanagari.
Natural de Guanahaní, en la Recepción Real de Barcelona había sido bautizado como “Diego Colón” en honor a uno de los hijos del Almirante, padrino suyo y desde ese momento compañero inseparable durante el Segundo Viaje, donde actuará de intérprete o lengua.
Diego Colón, también llamado “Diego el indio”, será a partir de ese momento una pieza clave en la “españolización” de las islas caribeñas, recibiendo por ello importantes contraprestaciones.
De hecho, convertido en un poderoso cacique, se permite el lujo de volver una vez más a España, en 1503, en compañía de otros dos jefecillos nativos y de su propio hijo, que llegaba para ser educado en Sevilla con la finalidad de que en un futuro gobernara las recién descubiertas tierras de ultramar.
Nuestro Diego, el indio, es una vez más inmune a toda enfermedad y mientras los dos reyezuelos indígenas que lo acompañan fallecen en pocas semanas, él emprende otra vez el camino de vuelta a sus islas natales, dejando a su hijo bajo la tutela del capellán Luis del Castillo.
Grandes esperanzas tenía depositada la Corona en este muchacho, de hecho corre con todos los gastos de su mantenimiento y educación… y también de sus tratamientos
Porque Diego el Mozo, como era conocido, aprende a leer, a escribir, es educado según las costumbres castellanas y la fe cristiana, pero también enferma repetidas veces, hasta que fallece en Agosto de 1506, curiosamente pocos meses después de Cristóbal Colón.
Todas las ilusiones depositadas en ese niño se esfumaban para siempre. De hecho, quizás la colonización de América hubiera sido distinta de haber sobrevivido…
O lo que es lo mismo, de tener la buena estrella de su padre, que tras regresar a La Española vive de forma próspera hasta que la espantosa epidemia de viruela de 1519 se lo llevó junto a las ¾ partes de la población indígena del Caribe.
Contaba con cerca de 40 años, según parece 10 más que la media de vida de sus paisanos.

Bartolomé de las Casas
Monumento a Cristóbal Colón en Huelva.
Imagen: Sobrehuelva.com


Quién sabe si en recuerdo de alguno de estos indios llegados del Nuevo Mundo tras ese Domingo de Ramos de 1493 se adornó el balcón que hace la esquina de las calles Mármoles y Federico Rubio, uno de los más curiosos que hoy pueden verse en Sevilla.
Un balcón que se encuentra precisamente en el entorno de San Nicolás, muy cerca del Apeadero de Isabel la Católica, demolido en 1868, y del Arco de las Imágenes, también desaparecido en el siglo XIX, esos lugares que fueron testigos de la exótica comitiva colombina.
Y un balcón donde se representa la cabeza de un indio flanqueado por flechas, hachas y otras armas similares a las que llevarían los habitantes de Guanahaní cuando Rodrigo de Triana dio la voz de Tierra.

Bartolomé de las Casas


Quizás recuerde que cerca de ese lugar se encontraba el edificio donde se alojaron los 9 indios de la comitiva que sacaron al joven Bartolomé de su ensimismamiento; o los caciques que acompañaron a Diego Colón en su segundo viaje a Sevilla; o su propio hijo durante los años que se estuvo educando en las costumbres castellanas.
Las piedras no hablan, y por lo tanto el indio de San Nicolás jamás podrá respondernos; eso sí, las historias deben ser recordadas y ese balcón, sin lugar a dudas, invita a ello.



5 comentarios:

  1. Joder, menuda entrada te has marcado para resaltar este bello balcón. Eres un fenómeno ;)

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  2. Gran entrada, enhorabuena

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  3. Gracias por la entrada, felicidades!

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  4. Mire usted señor Palma que llevo siguiéndole casi desde que creó el blog y, aún así, me sorprende cada día más.

    Secundo al señor Zapateiro, gran prefacio para una gran entrada.

    Felicidades.

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  5. Una vez más sublime Sergio, un gustazo leer tu blog.

    Enhorabuena

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Comentarios: