Cuando yo tenía catorce o quince años y mi alma estaba henchida de deseos sin nombre, de pensamientos puros y de esa esperanza sin límites que es la más preciada joya de la juventud; cuando yo me juzgaba poeta […] y todos mis cantores sevillanos, dioses penates de mi especial literatura, me hablaban de continuo del Betis majestuoso, el río de las ninfas, de las náyades y los poetas, que corre al Océano escapándose de un ánfora de cristal, coronado de espadañas y laureles, ¡cuántos días, absorto en la contemplación de mis sueños de niño, fui a sentarme en su ribera, y allí, donde los álamos me protegían con su sombra, daba rienda suelta a mis pensamientos y forjaba una de esas historias imposibles, en las que hasta el esqueleto de la muerte se vestía a mis ojos con galas fascinadoras y espléndidas!
Yo soñaba entonces […] que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en todas magníficas, y en aquel mismo punto donde iba tantas veces a oir el suave murmullo de sus ondas.
Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento.
Gustavo Adolfo Bécquer, "Desde mi celda, Carta 3"
Tarde, pero al fin Sevilla ha cumplido este deseo juvenil de Gustavo Adolfo Bécquer.
Cien años después, un siglo, desde que fueran trasladados sus restos junto a los de su hermano Valeriano al Panteón de los Sevillanos Ilustres, en la cripta de la iglesia de la Anunciación, la ciudad ha tenido la deferencia de colocar esa piedra blanca con su cruz que imaginara el genial poeta en la tercera de sus "Cartas desde mi Celda”.
Se sitúa este postrero y tardío homenaje en una de las entradas del Parque del Alamillo, concretamente la que viene por la nueva pasarela que atraviesa desde la barriada de San Jerónimo, a orillas del Guadalquivir.
El Guadalquivir, siempre el Guadalquivir... no podía ser de otra forma.
Aunque hoy a su paso por Sevilla no sea más que una mansa dársena que en nada recuerde ese lugar de vida y muerte, impetuoso y altivo, donde el poeta de niño se sentaba a para dar rienda suelta a sus sueños.
Como tampoco queda nada “de aquel paisaje tranquilo, reposado y luminoso en que la rica vegetación de Andalucía despliega sin aliño sus galas naturales” que evoca en la “Venta de los Gatos”.
O de las “blancas y delgadas torres” de la Cartuja, que ahora pasan desapercibidas entre edificios modernos de gusto controvertido.
O de los “antiguos murallones de la ciudad, mitad árabes, mitad romanos” que corrían junto al barrio de los Humeros, derribados piedra por piedra a finales del novecientos.
O de “las huertas con sus vallados cubiertos de zarzas” con sabor a arrabal de la Macarena, en la actualidad sustituidas por bloques de pisos y ríos de gris asfalto, mismo camino que tomaron los “espesos olivares” que rodeaban el barrio de San Jerónimo.
"De Camino a Sevilla", donde Manuel García y Rodríguez representa la ribera del Guadalquivir en el siglo XIX |
En definitiva, Sevilla, nuestra Sevilla, es hoy bien distinta de aquella Sevilla, de su Sevilla, aunque en realidad sean la misma ciudad… curiosa paradoja que sólo puede justificar el tiempo y explicar la historia.
Por eso es necesario que mantengamos viva la memoria de Bécquer y de tantos otros sevillanos ilustres (y no tan ilustres): para mantener viva nuestra propia memoria, que a fin de cuentas es lo único capaz de sobrevivir al voraz apetito del dios Cronos.
La Cruz de Bécquer, imagen de Puri Martínez |
Agradecer a Puri Martínez la información y ayuda prestada, fundamental a la hora de hacer posible esta entrada.
Pues yo vivo muy cerquita, así que una de estas tardes me arrimo a ver la crucecita. Un detalle precioso que no podía faltar en nuestra ciudad.
ResponderEliminarPD: el blog es una maravilla. Aprendo mucho, y gracias a eso puedo estar cada vez más orgullosa de ser sevillana.
Un abrazo ;)