26 de enero de 2009

Promesa

Una flor nacida entre charcos y adoquines. Flanqueada por árboles desnudos obra y gracia de los caprichos de la naturaleza. Bajo un cielo en el que últimamente parece que se hubieran eternizado las nubes. Desafiando con su fragilidad el fuerte viento que tantas desgracias está acumulando estas fechas. Tan solo protegida por unos minúsculos pétalos color rosa frente al frío atroz que le ha cogido gusto a este, de momento, crudo año 2009.

A decir verdad, no suelo fijarme casi nunca en estos pequeños detalles. Es mas, normalmente esta flor habría pasado desapercibida dentro de mi vida aceleradamente crónica y de mente dispersa. Incluso habría tenido todas las papeletas de cerrar su efímero ciclo vital bajo las suelas del 46 que calzo.

Pero, por una vez, no ha sido así. Y me alegro.

Necesitaba esta flor, necesitaba sentir algo distinto; necesitaba un señuelo de la próxima primavera; una promesa de que estos días grises pronto se van a acabar; necesitaba recordar el azul del cielo, volver a sentir en mi rostro la brisa que recorre los callejones del barrio de San Bartolomé, buscar de nuevo la sombra de los árboles de San Pedro; necesitaba oler a incienso y a azahar; quitarme de los labios el sabor a salitre de la Playa de Regla.

No se si fue el destino que la puso adrede en mi camino o es que, simplemente, estaba allí porque tenía que estar; sea lo que sea, entre tantos nubarrones me ha devuelto durante unos instantes la ilusión, que no es poco.

13 de enero de 2009

La Puerta de la Carne: reconstrucción virtual

Llegamos en este recorrido virtual por la imagen aproximada que tendrían en la actualidad las antiguas puertas de Sevilla a la Puerta de la Carne, un lugar del que, tomando prestadas las palabras de don Santiago Montoto era “tan alegre y cascabelero, […] del que puede decirse que no tiene noche”.

Tan marcada era la personalidad de la zona que sus vecinos llegaron a tener un acento característico, muy cercano al seseo. Sin duda, uno de los rincones mas castizos y tradicionales de la Sevilla Eterna que hoy, por suerte o por desgracia, ha perdido una parte importante de su esencia a costa del turismo.

Situada en el cruce de las calles Santa María la Blanca con Cano y Cueto, en la actualidad no queda ningún resto o vestigio que atestigüe la pasada existencia de esta puerta, de la que sólo ha sobrevivido el nombre. Habría que adentrarse en loa Jardines de Murillo, antigua Huerta del Retiro, para poder tener alguna referencia de la antigua muralla que pasaba por estas mismas calles hace menos de 150 años.

Desde el punto de vista histórico, su origen puede remontarse a la época romana, siendo junto a la vecina Puerta de Carmona la única entrada que se mantuvo en uso de la vieja Híspalis una vez fue realizada la ampliación del recinto amurallado por parte de los almorávides, ampliación que, como ya hemos comentado en alguna que otra ocasión, dibujaría el contorno de la ciudad hasta finales del siglo XIX.

Una vez consumada la toma de la ciudad por obra y gracia de Fernando III el Santo, quedó englobada dentro de la Aljama o barrio Judío (del que se habló en la entrada anterior), siendo la única puerta que tenía éste para comunicarse con el exterior. De hecho su nombre medieval, Minjoar, se supone hace referencia al nombre de un potentado miembro de la comunidad hebrea sevillana.

Tras matanza de judíos en los desagradables hechos de 1391 y la posterior expulsión de los pocos que quedaban por parte de los Reyes Católicos, un nuevo aliciente va a hacer que la zona recobre su importancia y ajetreo de antaño, ya que queda establecido a sus afueras, cerca de la antigua Huerta de Espantaperros, el Matadero de la ciudad, que será el que de nombre definitivamente a la Puerta, ya que la carne procedente del mismo entraba por este lugar en dirección a la plaza de la Alfalfa, donde se encontraban las Carnicerías Reales.

Se convierte por tanto en uno de los ejes comerciales de la ciudad, de forma que es dictaminado que se mantenga abierta durante todo el día a fin de facilitar el enorme tránsito que soportaba, medida a todas luces extraordinaria si la comparamos con el resto de puertas de la ciudad, que se cerraban durante la noche.

Aunque durante el medievo era un sencilla puerta en recodo, en 1576 es reformada siguiendo las trazas del arquitecto Asensio de Maeda, que la reforma al gusto manierista y la dedica a los santos sevillanos Isidoro y Leandro, como rezaba en una de las placas que se situaban a sus flancos.

La Puerta de la Carne sufriría a lo largo de los siglos diversas reformas, motivadas tanto por el paso del tiempo como por las diversas escenas bélicas vividas a sus pies, ya que por ejemplo a través de ella se efectuó la salida definitiva de la ciudad de las tropas napoleónicas el 12 de Agosto de 1812 o también sería algunos años mas tarde utilizada como barricada durante la revolución cantonal.

Pero de nada servirán los servicios militares prestados; en Marzo de 1864 se decreta su derribo, que es llevado a cabo por el arquitecto Manuel Galiano, terminando de consumarse el mes de Julio de ese mismo año. Para entonces la Puerta de la Carne había pasado ya a formar parte de la historia de la ciudad.

7 de enero de 2009

Las Cuatro Columnas de la calle Rábida

Normalmente una simple cancela no suele llamar la atención; mas aún si se encuentra en una calle tan secundaria como Rábida, rodeada de coches aparcados, filas de autobuses turísticos, árboles, calles de albero, charcos y, mas aún, si su función es mantener “eternamente” cerradas por ese lado las Caracolas de la Hispalense.

Si encima esa verja está soportada por 4 viejas columnas de granito, dos de ellas decapitadas, sin ningún tipo de adorno ni detalle aparentemente fuera de lo habitual, la estampa tiene todas las papeletas para pasar totalmente desapercibida. Y es normal.

Lo que no es tan normal es que esas cuatro columnas tengan a sus espaldas una historia de más de mil años de antigüedad y sean el único testimonio en pie que ha formado parte directamente de las tres culturas y religiones que han convivido en la ciudad durante el último milenio. Y es que si por una vez las piedras hablaran tendríamos ante nosotros a uno de los más importantes testigos de la historia de Sevilla.

Las columnas de la calle Rábida son una de esas joyas enterradas en los injustos anaqueles del olvido que, en silencio, ven como pasan las hojas del calendario ejerciendo ese papel secundario que siempre han tenido y, quizás, gracias al cual se han conseguido mantener en pie.

Cuando en 1248 entra en Sevilla don Fernando III la ciudad estaba prácticamente desocupada. Buena parte de la población musulmana que había hecho de Isbilya una de las capitales mas importantes del mundo hasta entonces conocido se había marchado al exilio junto a Axataf, su último cadí. Se pasaba definitivamente página a mas de 500 años de historia bajo el signo de la media luna.

El Santo Rey tiene ante sí una inmensa urbe despoblada, un precioso papel en blanco que divide y reparte entre sus caballeros y partidarios, entre todos aquellos que le habían ayudado en la consecución de su empresa, tal y como por otra parte dictaban las normas castellanas.

Asimismo, reserva dos espacios concretos donde a partir de ese momento se ubicarán los musulmanes y judíos que no habían marchado al exilio tras la conquista o que también habían ayudado al monarca en la toma de la plaza: son el Adarvejo y la Aljama. De esta forma se seguía manteniendo la pluralidad y riqueza cultural dentro de la ciudad, aspecto del que precisamente hoy día mas de uno (y de dos) deberían de aprender. No es de extrañar que una vez muerto el monarca castellano-leonés su epitafio fuera escrito en latín, árabe y hebreo.

Estos dos barrios serán separados del resto mediante una muralla y tendrán sus propias leyes y jurisdicciones de acuerdo a los dictados de su cultura. Serán, en definitiva, dos pequeñas ciudades dentro de la misma ciudad. Hubo otro barrio más con cerca, pero esa es otra historia….

Una vez definidas las extensiones de la Aljama o Judería, ésta abarcaba desde el Callejón del Agua, es decir, desde las murallas del Alcázar, hasta la calle Mateos Gago, antigua Borceguinería, ocupando mas o menos los actuales barrios de Santa Cruz y de San Bartolomé.

Se comunicaba con el interior de la ciudad mediante 2 postigos o puertas situadas en San Nicolás y en el Mesón del Moro, mientras que su conexión con el exterior se producía a través de la Puerta de la Carne.

La Aljama tenía sus propios juzgados, su lonja y, por supuesto, sus propios templos. Y es que una vez muerto Fernando III, su hijo Alfonso X dona en 1252 todas las mezquitas sevillanas a la Iglesia, excepto las 3 que quedaban dentro de la judería, que son transformadas en sinagogas, a la sazón: Santa María la Blanca, San Bartolomé y la de Santa Cruz, que será en la que nos centraremos a partir de este momento.

Al estar dentro de la llamada “cota catorce”, o zona donde tuvo su origen la Sevilla prehistórica, no sería nada de extraño que previamente hubiera sobre el lugar que ocupa hoy día la plaza algún templo o construcción romana, aunque como es de suponer la posible huella de esa edificación se ha perdido en el túnel del tiempo.

De esta forma los primeros datos que tenemos al respecto se remontan a 1252, cuando se realiza la donación de las mezquitas sevillanas a la Iglesia tal y como ya se ha referido; encontramos en ese momento sobre la actual plaza de Santa Cruz una pequeña mezquita que es ipso facto transformada a sinagoga por la comunidad judía que habitaba el barrio.

La mezquita se hace sinagoga, se cambia la media luna por la Estrella de David y pasa a formar parte activa de la vida de la Aljama y de la misma ciudad hasta 1391, año en que se produce uno de los sucesos mas trágicos y lamentables de la historia de Sevilla, los llamados “pogromos”, que pondrán punto y final a la milenaria existencia de la comunidad judía hispalense.

Y es que el 6 de Junio de ese mismo año la población sevillana alentada por los discursos antisemitas del inefable Arcediano de Écija, un tipo llamado Ferrán Martínez, invadía la Judería al grito de “muerte a los judíos” y acababa impunemente con la vida de mas de 4000 personas (según se cuenta) ante la pasividad de las autoridades locales, desbordadas ante tamaña demostración de violencia.

Pese al castigo que el rey Enrique III impuso mas tarde al arcediano y al mismo pueblo sevillano, la decadencia de la Aljama fue tan grande que años mas tarde, en 1492, cuando los Reyes Católicos decretan oficialmente la expulsión de los judíos de España, apenas quedaban hebreos para abandonar la ciudad.

De nuevo el templo se queda sin uso, aunque por poco tiempo ya que, como por otra parte es lógico, se transforma tras los sucesos de 1391 en iglesia cristiana, concretamente en parroquia de ayuda del Sagrario de la Catedral, uso que mantendrá durante los siglos sucesivos.

La estrella de David es sustituida por la cruz, mas exactamente por la Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén, un pequeño templo que en palabras de Félix González de León tenía “tres naves iguales divididas por arcos desiguales que estribaban sobre columnas oscuras de granito basto, como las que hay por las gradas de la catedral; y eran desiguales en su grueso y altura."

Esas columnas son las que aún hoy día podemos contemplar en la calle Rábida. Pero no nos precipitemos.

Con los típicos altibajos de conservación que puede tener un edificio con tanta antigüedad, Santa Cruz se planta en el siglo XIX siendo parroquia del barrio al que da nombre, plenamente asentada en la vida social sevillana (el mismísimo Bartolomé Esteban Murillo estaba enterrado en su interior) pero con un lastre que será letal para su existencia, y es que con la llegada del nuevo siglo se encontraba en estado ruinoso.

Esta situación normalmente suele terminar con una restauración, pero claro, si Sevilla ha sido ocupada por los franceses y el gobierno de la ciudad está en manos del Mariscal Soult, el problema se complica, y mucho. Una vez mas, el Duque de Dalmacia demuestra su sensibilidad a prueba de bombas y tras vaciar el viejo templo de todas las obras de arte que su codicia demandaba, ordena la demolición del mismo para crear en su lugar una plaza.

Sobran los calificativos: 1000 años de historia por los suelos y lo que es peor, se pierde para siempre la única mezquita que había sobrevivido a la Isbilya musulmana. Para rematar la faena el derribo se convierte en una auténtica chapuza, de forma que en 1830 aún quedaban en pie restos de la iglesia. Mas o menos como vimos en su momento con la Plaza de la Encarnación.

Solo se salvan las 4 columnas de granito que soportaban el templo, que son trasladadas al jardín de la Aclimatación, un parque cercano a la zona de las Delicias. Del resto, no se encontraron ni los huesos de Murillo….

El solar que había quedado tras la demolición de la iglesia permaneció baldío hasta prácticamente 1918, año en que Juan Talavera Heredia diseña la plaza que conocemos en la actualidad, colocando en el centro de la misma la Cruz de la Cerrajería, una joya de la forja sevillana creada en 1692 por el rejero Sebastián Conde que hasta 1840 había estado situada en la confluencia de las calles Rioja y Sierpes, pero que desde ese año languidecía en el Museo de Bellas Artes, ya que al estorbar el paso de las procesiones había que desmontarla todos los años, lo cual parecía molestar a las autoridades competentes….

La Parroquia de Santa Cruz, por su parte, no desaparece del todo, ya que se traslada al antiguo convento del Espíritu Santo o de los Menores, situado en la misma calle Mateos Gago, donde permanece en la actualidad, aunque tuvo en su momento un fulgurante paso por la iglesia del Hospital de los Venerables. Curiosamente la nueva parroquia se asienta cerca de los restos de otra antigua mezquita musulmana, la de los Ossos, aunque esa también es otra historia que será contada en otro momento.

La que nos interesa en este momento, la de las 4 columnas de granito de la antigua mezquita, luego sinagoga, luego iglesia y mas tarde solar francés, no termina en el jardín de la Aclimatación; de hecho esa historia ni empieza, ya que el terreno es comprado por don Antonio de Orleans, duque de Montpensier (del que se habló largo y tendido en la entrada del Convento de San Diego) que, empeñado en rivalizar su recién adquirido Palacio de San Telmo con los mismísimos Reales Alcázares, amplía sus jardines a costa de los paseos y propiedades aledañas.

Así, las 4 columnas pasan a ser ahora propiedad del duque de Montpensier, que las utiliza como soporte para unas verjas cuya utilidad era separar unas estancias dentro de sus jardines, hasta que la muerte del duque, la llegada de la Exposición de 1929 y la reorganización del entorno hacen posible la apertura de la calle Rábida, donde son ubicadas definitivamente las columnas, la verja y mas de mil años de historia que ahora sirven de cancela a las Caracolas de la Hispalense.

No es un final apoteósico, no es para hacer una ruta turística ni ponerlo en las guías de la ciudad, pero al menos están en pie, que visto lo visto, no es poco.

Y es que la historia no siempre se escribe con letras mayúsculas.