30 de mayo de 2008

El Convento de San Diego

Sin ningún género de dudas uno de los rincones más bellos de Sevilla es la Glorieta de San Diego. Entrada oficial y oficiosa del Parque de María Luisa, su condición de cruce de caminos entre las distintas Sevillas que convergen hacia su monumental fuente (la Sevilla clásica, la Sevilla del 29, la Sevilla cofrade, la Sevilla feriante, la Sevilla de las grandes avenidas y tantas otras…) han hecho de este lugar uno de los puntos de referencia de la ciudad.
Pero no es el objetivo de esta entrada hablar de esta bella Glorieta, más bien al contrario; ya sabéis mi afición a desbaratar lo desbaratado, y en este caso no iba a ser menos. Hace poco más de 100 años donde hoy tenemos el magnolio, la fuente y la Hispania coronada por su arco de medio punto se ubicaba un convento franciscano del cual solo ha llegado hasta nuestros días su nombre, que es con el que se rotula la plaza: el Convento de San Diego.

Estatua del Cid
Estatua del Cid Campeador


Dentro del “boomreligioso del siglo XVI, en el que Sevilla, por poner un ejemplo, pasó de tener 5 clausuras antes de 1473 (año en que se funda Santa Paula) a 28 en 1591 (cuando se funda la Encarnación), los franciscanos, orden muy ligada a la ciudad desde la Reconquista y que ya contaban con un convento masculino en la actual Plaza Nueva (Casa Grande de San Francisco) y otro femenino (franciscanas clarisas) en el de Santa Clara, deciden fundar un nuevo convento esta vez en la zona extramuros, para lo cual eligen un solar al sur de la ciudad, cercano al Alcázar y junto al camino que llevaba a la Ermita de San Sebastián (actual iglesia de la Paz), donde estaba situado un cementerio al que se solían transportar los reos finados en el también cercano quemadero de la Inquisición.
Así pues, en 1589 era fundado el Convento de San Diego de Descalzos de San Francisco, siendo el toledano Juan de los Ángeles su primer superior hasta que en 1592 marcha a Lisboa. Según Félix González de León: "El convento era mediano, estrecho en viviendas y celdas como para frailes descalzos; pero con todas las comodidades necesarias, y una dilatada huerta”. Se trataba de un edificio de dos alturas con forma de U abierto hacia el camino del cementerio de San Sebastián que, en tiempos de Olavide, presentaba una arboleda delante de su fachada principal. Entre sus obras de arte destacaba un San Antonio atribuido a Murillo y una Inmaculada Concepción, la conocida como Virgen del Alma Mía, que se encuentra actualmente en San Antonio Abad junto a las tallas de San José y de San Diego.
Poco tiempo duraron los franciscanos en este convento. Encuadrado entre el río y la desembocadura del Tagarete, las continuas crecidas de ambos suponían un grave problema para la comunidad religiosa, que en 1784 resolvió trasladarse intramuros, concretamente al antiguo noviciado jesuita de la calle San Luis, de donde pasarán posteriormente a la calle Imperial (concretamente al palacio de los Marqueses de la Granja) y de allí a San Antonio Abad, donde se asientan definitivamente en 1819.
Pero no se acababa aquí la historia, al menos de momento; tal y como sucedería en Santa Lucía 100 años después, el Convento de San Diego pasó a manos privadas una vez desacralizado, en concreto a las de un inglés afincado en Sevilla, Nathan Wetherell (don Natan) que usaría las antiguas dependencias franciscanas para instalar una fábrica de curtidos.
Don Natan es uno de los personajes más emprendedores de la época, aunque para ello tampoco había que hacer muchos méritos. Además de esta fábrica y de otra que instaló en Málaga, fue socio fundador de la Compañía de Navegación del Guadalquivir, una empresa que pretendía hacer navegable el río hasta Córdoba, objetivo en el que fracasó aunque consiguiera importantes logros como el dragado del mismo, la puesta en regadíos de Isla Menor o introdujera la máquina de vapor en España
 
Dragado del Río


Viendo como sus paisanos compraban las pieles en España a precios muy bajos, las manufacturaban en Inglaterra y las revendían aquí o a otros países, pensó con buen criterio que instalando la industria en suelo español se ahorraba los gastos del transporte y aumentaría por tanto la rentabilidad.
Por ello, compra San Diego a los frailes y en menos de 5 años el antiguo convento es remozado por completo para dar trabajo a 400 operarios, cantidad bastante importante para la época; en las celdas y dormitorios de los frailes se instalaron los talleres, en la iglesia se ubicó el almacén de pieles curtidas y en la antigua huerta se hicieron pilones y pozos e incluso se llegó a situar un cementerio para enterrar a los ingleses, preludio del que actualmente existe junto al de San Fernando.
Para adornar la fábrica o para alimentar su ego, viendo que los franciscanos se habían llevado todas las obras de arte y objetos de valor, el señor Wetherell se dedicó a adornar la curtiduría con lápidas y esculturas romanas que desenterraba de Itálica, lo cual debió parecerles muy bien a las autoridades que en 1790 le otorgaban el privilegio de “proveedor de la Casa Real”.
Ante el éxito de la curtiduría empezaron a aparecer nuevas fábricas del mismo ramo en la ciudad, sobre todo a raíz de la expulsión francesa. Tras varios intentos de seguir haciendo la industria competitiva, entre ellos mediante la instalación en 1821 de la primera máquina de vapor utilizada en una empresa sevillana, fue a la quiebra y pasó a otras manos, que la mantuvieron un tiempo en funcionamiento hasta que de nuevo es abandonado el edificio a mitad de siglo.
Uno de los años que suponen un punto de inflexión en la historia de Sevilla es sin duda alguna 1848. Recién casados, se instalan en la ciudad los Duques de Montpensier y quedan tan enamorados de la ciudad que adquieren el Palacio de San Telmo, antigua Escuela de Mareantes y los terrenos limítrofes para hacer un palacio que rivalice en belleza y suntuosidad con el mismísimo Alcázar. Entre estas fincas se encontraba nuestro antiguo convento, que desde este momento pasará a engrosar las pertenencias de los Duques, siendo el lugar señalado para alojar las dependencias auxiliares del palacio.
Don Antonio de Orleans llama al arquitecto Juan de Talavera para que adapte el obsoleto edificio, y de esta forma los antiguos claustros franciscanos vuelven una vez mas a su función residencial, en esta ocasión para albergar a los sirvientes del palacio y demás servicio encargado de mantener el inmenso jardín de los Duques, que se extendía hasta el Parque de María Luisa. Como curiosidad, señalar que todo el terreno fue cercado con una cancela de la fundición de Grosso que es la misma que podemos ver en la actualidad, ya que se restauró el modelo en 1990.
Una tropa de guardeses, jardineros, herradores, barrenderos y demás personal de servicio sustituía de esta forma a los esforzados curtidores hasta que en 1890 muere don Antonio, quedando todo el Palacio en manos de su viuda, la Infanta María Luisa.
La ciudad se encontraba en estos momentos en plena expansión extramuros, de lo cual ya habían dado buena cuenta las antiguas puertas y murallas, y necesitaba ampliar y unir la pujante calle Industria (actual Menéndez y Pelayo) con el Paseo de la Delicias para tener una salida mas clara hacia el río en esa zona y de esta forma evitar el rodeo por la calle San Fernando. Pero claro, había un problema y es que esta prolongación pasaba justo por encima de San Diego.
Resuelta a ser parte activa en el desarrollo de la ciudad, la Infanta accede a las pretensiones del Ayuntamiento y en 1893 dona no solo los terrenos de esta nueva calle, sino que también hace lo propio con los extensos jardines que se encontraban al sur de sus propiedades, que pasaría a ser un nuevo parque para la ciudad que, agradecida, llamaría de María Luisa. El consistorio se comprometía a reponer la verja en el cerramiento con la nueva avenida además de sufragar los gastos de las nuevas dependencias para los sirvientes en las posesiones que le quedaban a la Infanta, entre las que destaca el Costurero de la Reina, edificación proyectado por el mismo Juan de Talavera para albergar al cuerpo de guardia palaciego.
De esta forma, para contribuir en el progreso de la ciudad desaparecía un edificio que curiosamente había sido clave en el desarrollo industrial de la misma y del que solo ha sobrevivido su nombre hasta nuestros días, ya que en la actualidad no queda absolutamente ningún indicio del antiguo convento franciscano. En su lugar encontramos una de las avenidas mas bellas de la ciudad y una magnífica Glorieta obra de Vicente Traver (el mismo arquitecto de los cercanos Teatro Lope de Vega y del Casino de la Exposición) adornada con esculturas de Brackembury y de Pérez Comendador, Glorieta que años mas tarde, en 1929, sería la entrada de uno de los acontecimientos mas importantes de la historia de Sevilla, la Exposición Iberoamericana. Pero esa es otra historia….

24 de mayo de 2008

Santa Lucía, la iglesia dispersa

En la zona de la Trinidad, junto al colegio de las Salesianas y frente al hueco que ocupaba la Puerta del Sol, se encuentra oculta entre coches y bloques de pisos uno de los mayores milagros de la arquitectura religiosa sevillana, la Iglesia de Santa Lucía.
El carácter “milagroso” de esta antigua parroquia no se debe a que tenga un complejo sistema estructural, un legado artístico fabuloso o que en su interior se hayan dado curaciones sobrenaturales; al contrario, posiblemente este edificio sea de largo el mas austero de todos los que nos han llegado a nuestros días de la época medieval; lo milagroso de Santa Lucía es que aún se mantenga en pie después de los innumerables avatares y reveses con que ha sido embestida por el destino.
De estilo mudéjar, la Iglesia de Santa Lucía pudo edificarse sobre una antigua mezquita musulmana, como tantas otras iglesias de la Sevilla reconquistada por San Fernando, que la cedió en el repartimiento que hizo de la ciudad a los caballeros de la Orden de Alcántara, los cuales ponen aún hoy día nombre a una de las calles de la collación.
Lejos del bullicio del puerto y del comercio de las Indias, Santa Lucía quedaba enmarcada dentro del sector mas rural de la Sevilla clásica, no sólo por la extensa zona de cortijos, huertas y molinos que se situaban extramuros sino incluso en el interior del recinto amurallado; el carácter “agrícola” de la feligresía queda patente en la cantidad de referencias que han llegado hasta nuestros días; desde la huerta del Rey Moro, único espacio de este tipo que ha sobrevivido de la ciudad medieval, hasta nombres de calles como Huertas (actual San Hermenegildo) o Aceituno.
Como curiosidad, apunto que esta última debe su nombre a que por ella se sacaba el alpechín de la aceituna hacia una pestilente charca situada cerca de donde hoy está el inicio de la Avenida de Miraflores a través de una portezuela abierta en la muralla. Este alpechín (restos de la trituración de la aceituna) se obtenía al fabricarse el aceite en una almazara propiedad del Cabildo que se encontraba en la zona (alquilada a cambio de 7500 maravedíes y 30 gallinas) y que tenía la peculiaridad de ser el único molino situado dentro del recinto amurallado de la ciudad.
Santa Lucía se convirtió de esta forma en el eje de la vida de la collación; en ella se estableció la Hermandad de los Panaderos (para la cual realizó un altar Juan de Medinilla), en ella se ubicó una pileta a la que llegaban las aguas procedentes de la Fuente del Arzobispo y en su pila bautismal se bautizaron los vecinos del barrio, entre ellos Sor Ángela de la Cruz, sin duda la mas ilustre y cuya casa aún se conserva.

Santa Lucía

Pero todo tiene su fin, como diría Medina Azahara, y tras quinientos años de tranquilidad y apenas cambios, con la llegada del siglo XIX empezaba el principio del fin de la iglesia y casi del edificio en sí. La entrada de las tropas del Mariscal Soult (el amigo del Aguador…) por la Puerta de San Fernando en 1810 provocaba grandes cambios y convulsiones en la “orbe hispalensis”, uno de los cuales afectaba directamente a la parroquia, ya que a ella se trasladaron los Titulares de la Hermandad de La Trinidad al haber sido ocupada su Iglesia por las tropas napoleónicas.
Nada volvería a ser lo mismo, y pese a sortear el difícil escollo que supuso la desamortización de Mendizábal para algunos templos de la ciudad, la escasez de fondos de la Junta Revolucionaria que gobernaba la nación en 1870 aceleraba el fin de la iglesia.
Una Real Cédula había establecido en 1854 el número de parroquias que le correspondía a cada ciudad, siendo de 12 para aquellas que tuvieran menos de 110.000 habitantes; al contar Sevilla con más de 120.000 le correspondían 14. El problema radicaba en que tenía 25… Se dictaba la sentencia de muerte para Santa Lucía, ya que fue encuadrada entre las 11 iglesias que sobraban.
Pese a los intentos de las autoridades eclesiásticas, la Junta Revolucionaria decretaba el cierre de la Iglesia el 25 de Abril de 1870, que sería desacralizada y pasaría a manos particulares a cambio de unos honorarios que servirían para aliviar el decrépito estado del erario de la nación.
Comienza en este momento la eterna travesía en el desierto de este antiguo templo mudéjar, que es transformado en almacén, en cine e incluso en sala de conciertos; a la vez, sufre una serie de mutilaciones y traslados que lo convierten en el triste edificio que ha llegado hasta nuestros días: la torre es desmochada, se derrumba la techumbre, se demuele el ábside para unir las calles San Hermenegildo y Santa Lucía y hasta su hermosa portada mudéjar es trasladada a Santa Catalina por el dueño del edificio en 1930, Rafael González Abreu, vizconde de Los Remedios.
Los bienes de la iglesia se dispersan por distintas parroquias de la ciudad, trasladándose la portada como ya he dicho a Santa Catalina; la pila bautismal se coloca en la casa natal de Sor Ángela de la Cruz y el altar mayor de la Iglesia es cedido a la Hermandad del Amor en 1922, llegando hasta nuestros días bastante alterado y se puede decir que irreconocible; a la Iglesia de San Julián se enviaron las principales obras artísticas del templo, un lienzo de Juan de Roelas que representaba el Martirio de Santa Clara y una Inmaculada Concepción obra de Alonso Cano, además de otros enseres y obras artísticas como una talla de Santa Lucía que se perdieron desgraciadamente (parecían malditos) en el incendio de este templo en 1932.
En las dos imágenes que acompañan este texto (una de ellas sacada de la fototeca de la Universidad de Sevilla, evidentemente la de la iglesia antigua) se puede ver claramente el antes y el después de Santa Lucía.

Iglesia de Santa Lucía

Y es que hoy día Santa Lucía es, además de un edificio mutilado, un claro ejemplo de la dejadez a que muchas veces se abandona el patrimonio sevillano. Las instituciones, como suele suceder cuando hay un problema incómodo que no da votos ni dinero y además no permite el lucimiento personal, se tiran la pelota una a otras: pertenece a Cultura, a la Junta, al Ayuntamiento, al Arzobispado….
Lo único cierto es que Santa Lucía, en estos momentos una sala de exposiciones, es ya irrecuperable desde el punto de vista artístico e histórico, pero se ha convertido en una advertencia de lo que puede pasar con nuestro patrimonio cuando se abandona a la desidia y a la indiferencia, lo cual desgraciadamente puede ir camino de volver a repetirse; solo hay que darse una vuelta por Santa Catalina.

20 de mayo de 2008

Se busca Pato para Fuente

Retomo un poco la "entrada-protesta", que tenía algo abandonada en los últimos tiempos (muy gustosamente por cierto) con los temas de la historia sevillana. Pero es que hay cosas que, como se suele decir, claman al cielo y no puedo evitar que me duela ver el abandono en que se encuentra muchas veces nuestra ciudad. No hace falta remontarse a los tiempos de la demolición del Palacio de Sánchez-Dalp o de las puertas y murallas; hoy día, delante de nuestros propios ojos, hay casos de dejadez y desconsideración que muchas veces, al menos a mi, me avergüenzan.

Siempre he considerado que hay que tomarse la vida con humor, aunque muchas veces las situaciones que se nos presenten sean tan patéticas como la de la famosa Pila del Pato, en la Plaza de San Leandro, que ha cumplido esta semana 3 meses desde la desaparición del surtidor que le da nombre sin que tengamos noticias del mismo ni de su sustituto.



PD. Si alguien quiere utilizar esta imagen, mandarla por correo, manipularla o ponerla en su blog, estoy encantado con ello, sobre todo por si alguna vez llega a quién tiene que llegar y toma cartas en el asunto, aunque con tres meses de retraso.

16 de mayo de 2008

Breve Historia del Tagarete

Ante las muchas dudas y preguntas que ha suscitado el arroyo Tagarete y todo lo relacionado con éste, he realizado esta entrada con el fin de que conozcamos un poco mejor la historia y desventuras de este “hermano menor” del Guadalquivir que aún hoy sigue dando guerra por la zona Norte de Sevilla, aunque con otra cara e incluso otro nombre.

Como indicaba en la anterior entrada, en la Edad Antigua la ciudad estaba prácticamente delimitada por cauces de ríos y arroyos en todos sus flancos: el actual Guadalquivir por la parte occidental, además de dos cauces del mismo que se cruzaban en la Alameda, penetrando uno por la Barqueta y desembocando a la altura de García de Vinuesa mientras que el otro entraba por la collación de las calles Aceituno, Alcántara y plaza del Pelícano para acabar cerca del Puente de Triana. Por si fuera poco, en la parte oriental discurría el arroyo Tagarete, que se encargaba de convertir prácticamente la ciudad en una isla.

Procedente de la comarca de los Alcores, el arroyo Miraflores cambiaba su nombre por Tagarete en las inmediaciones de la capital para establecer su flanco oriental y desembocar junto a lugar donde hoy se asienta la Torre del Oro; algo parecido pasaba con otro arroyo hermano de éste, el Ranillas, que cambiaba su nombre por Tamarguillo para desembocar un poco mas abajo que el Tagarete.

Sevilla por tanto se reducía a los ejes Mateos Gago-Santa Catalina y Puerta de Carmona-El Salvador, ejes que conformarían las dos calles principales de la Híspalis romana, el Cardo y el Decumano, cuyo foro se ha situado tradicionalmente en la Alfalfa (aunque los descubrimientos de los depósitos en la Plaza de la Pescadería han puesto en duda esta hipótesis).

Como anécdotas, el brazo Barqueta – García de Vinuesa tenía un puente de entrada en la ciudad que estaba situado en la mismísima plaza de La Campana y por el que se accedía a la plaza del Duque.

Cuenta la tradición que este cauce fue secado por el rey godo Leovigildo durante el cerco al que sometió a la ciudad para castigar a su hijo Hermenegildo cuando este abrazó el cristianismo y se sublevó.


Fuera por obra y gracia de los godos o simplemente por caprichos de la propia naturaleza, la verdad es que la desaparición de estos dos cauces fluviales en la ciudad hacía que un vasto territorio entre ésta y el río quedase desierto y abandonado, a merced de las crecidas y debilitando todo el flanco occidental en caso de un hipotético ataque, como los que protagonizaron los vikingos en los años 844 y 859, que la arrasaron hasta casi reducirla a cenizas.

Una vez aprendida la lección y ante esta fragilidad defensiva avivada por el miedo al empuje de los cristianos del Norte, los habitantes de Isbilya ampliaron el recinto amurallado y por consiguiente la ciudad hasta los límites que podríamos considerar clásicos y que apenas serían alterados hasta el siglo XIX.

De esta forma, se ocupó todo el flanco occidental hasta la calle Torneo actual, creándose barrios como San Vicente, San Lorenzo, Macarena; aumentándose la zona portuaria de la ciudad hasta la Barqueta, lo cual permitió aumentar el puerto y fabricar unas atarazanas que situaron los abbadíes (familia taifa a la que perteneció Almutamid) por San Vicente; mientras que las dos zonas que quedaban por debajo del nivel del Guadalquivir, la actual Alameda y la Pajería, se convertían en los terrenos insalubres y malditos por excelencia hasta su desecación varios siglos mas tarde.

Sin embargo el flanco oriental de la ciudad apenas sufriría modificaciones, manteniéndose en parte en trazado romano y ampliándose hasta adaptarse prácticamente al Tagarete, que seguiría siendo el límite por esta zona.

Tan sólo se traspasaría esta frontera en los históricos arrabales de San Bernardo, San Roque y La Calzada, que se asentaron en los alrededores del arroyo.

El cauce del Tagarete discurría por la actual calle Arroyo, donde tenía dos alcantarillas o puentes, el del Burón y el de la Trinidad; de allí seguía por la zona de Amador de los Ríos hasta el cruce de la avenida Mata Carriazo con Eduardo Dato, donde coincidiendo con los Caños de Carmona se encontraba la alcantarilla de las Madejas, la mas famosa quizás y de la que nos han llegado fotos. Mas abajo se encontraba la de San Bernardo, a continuación la del Ganado (por la cercanía del Matadero y del Prado de San Sebastián, lugar donde pastaban las reses); después bajaba hasta la Plaza de don Juan de Austria, donde estaba la alcantarilla Nueva, para girar por la calle San Fernando hasta la Puerta de Jerez, donde se encontraba un nuevo puente. Desde allí hasta la Torre del Oro, donde desembocaba, había tres alcantarillas más que hacían posible el tránsito entre el Arenal y el barrio del Rey de Marruecos, actual entorno de San Telmo.

Este discurrir del Tagarete a través de la Sevilla extramuros explica bastantes aspectos de la actual fisonomía de la ciudad, como por ejemplo nombres de calles, la propia existencia de éstas y, curiosamente, que el foso de la antigua Fábrica de Tabacos, hoy Universidad y que tantas veces acogió según cuenta otra leyenda mas moderna el coche de Rinat Dassaev, esté situado tan solo en tres lados de la misma; esto se debe a que el cuarto lado, el que da a la calle San Fernando, era el propio Tagarete, que completaba dicho perímetro hasta que fue entubado a mediados del siglo XIX.


Pero no voy a adelantar acontecimientos; constreñida dentro de un recinto amurallado obsoleto y cuya única función era protegerla de las riadas, la segunda mitad del siglo XIX, con sus revoluciones, sus nuevas ideas y sus nuevas necesidades, hacían poco menos que imprescindible el salto extramuros de la antigua Sevilla, el cual no tardaría en darse. De un plumazo desaparecieron buena parte de las puertas y murallas que la bordeaban y comenzó a expandirse la ciudad por lo que hasta entonces había sido considerado periferia. Solo que claro, había dos obstáculos para esta expansión en forma de cauce: el Guadalquivir y el Tagarete. Para el primero se sustituyó el tradicional y endeble Puente de Barcas por el actual de Isabel II, mientras que el segundo, de menos entidad y tamaño, fue desapareciendo paulatinamente de la ciudad y de los recuerdos de los moradores de la misma; así, a un primer entubamiento por la calle San Fernando efectuado por Arjona en 1849 le suceden algunos mas, hasta que en 1929 con motivo de la Exposición Iberoamericana el cauce es desviado definitivamente para hacerlo coincidir con el de otro arroyo que también campaba por el extrarradio de la ciudad, el Tamarguillo.

Este desvío permitía liberar el suelo ocupado por el cauce del arroyo y surgieron calles como Arroyo y todas las mencionadas anteriormente.

Poco mas de 30 años después, en la década de los 60, se modificarían por última vez los cauces de los arroyos, separándose otra vez el Tagarete del Tamarguillo y dirigiéndose hacia el Norte a través de lo que, curiosamente, hoy conocemos como Canal del Tamarguillo. De esta forma se volvieron a liberar terrenos que fueron colmatados para formar la actual Ronda del Tamarguillo.

Pese a estos cambios de dirección, de desembocadura y hasta de nombre, el antiguo afluente siguió (y sigue) discurriendo por el subsuelo de esas calles, aunque con el agua de otros hitos fluviales, como fuentes y manantiales, que siguen dando vida a las antiguas bóvedas del Tagarete. De esta forma, cuando hace poco se excavó el solar que hace esquina entre Mata Carriazo y Eduardo Dato para realizar un edificio de viviendas, se ha encontrado el cauce entubado; y por ejemplo a la hora de atravesar el río para hacer los túneles del Metro se han tenido que tomar medidas especiales para no dañar la desembocadura.

Además, en el Parque de Miraflores se ha recuperado un pequeño tramo del cauce de este arroyo junto a una de las alcantarillas que lo sorteaban, que ha sido restaurada y cuyas fotografías espero colgar este fin de semana para completar la entrada.

De todas formas, la mayor parte de las aguas del Tagarete discurren por el borde Norte de la ciudad, conformando de nuevo uno de los límites de la misma como ha sido siempre a lo largo de su historia, aunque tenga el nombre cambiado.

La entrada de todas formas la completaré este fin de semana con algunas fotos de lo que aún hoy se puede ver del Tagarete y de lo que en su momento veían nuestros abuelos.


14 de mayo de 2008

Una laguna en la Avenida de Miraflores

Es difícil imaginar cuando se pasea por la Avenida de Miraflores que entre las calles Almadén de la Plata y Lamarque de Novoa, cerca de la segunda parada de autobús que hay desde que se entra en la avenida, estuvo hace menos de 100 años uno de los embalses mas antiguos y tradicionales de la ciudad: la Laguna de los Patos o Cascagea.

La laguna seguramente era el último vestigio de uno de los dos cauces abandonados del Guadalquivir que atravesaban Sevilla y que delimitaron su fisonomía en la Edad Antigua junto al río en sí y el Tagarete. Aunque el mas conocido y documentado de estos brazos era el que acometiendo por la Barqueta, discurría por Alameda, Sierpes, Avenida (un cauce bastante cofrade, por cierto) y desembocaba a la altura de la actual García de Vinuesa, hubo otro que se desecó antes y que adentrándose por la zona de Avenida de Miraflores, avanzaba hasta cruzarse con el anterior en la misma Alameda para unirse al río junto al Puente de Triana.

Una vez secas, las cuencas se colmataron de la misma forma que en los años 60 se hizo con el cauce del Tamarguillo o el siglo anterior con el del Tagarete, quedando pese a todo algunos restos en los puntos donde el nivel freático estaba mas alto que formaron lagunas, como la Alameda o la de la Pajería en el caso del primer cauce o nuestra Laguna de los Patos en el segundo.

A pesar del carácter bucólico que pueda tener hoy su nombre, la realidad de la Laguna de los Patos o Cascagea no podía estar mas apartada; bastante lejos de los lugares de paseo de la Sevilla clásica (Patín de las Damas, Alameda Nueva…), la laguna subsistió enclavada entre varias de las huertas en que se dividió la ciudad tras la conquista de San Fernando, como la de la Barzola, la Trinidad o la del Fontanal, con el camino de Miraflores y el de la Fuente del Arzobispo (hoy Carretera de Carmona) como únicas vías de acceso, lo cual no contribuía precisamente a que se potenciara su imagen como lugar de recreo.

Más bien al contrario; en el siglo XVIII era uno de los lugares donde el Cabildo Municipal permitía el vertido de escombros, con lo cual su insalubridad y dejadez aumentaría notablemente.

Es esta una de las pocas noticias que nos han llegado de la Laguna, que apenas es representada en las planimetrías antiguas al encontrarse alejada del recinto amurallado de la ciudad, hasta que en el siglo XIX estalla el desarrollo extramuros de ésta y empieza a aparecer junto a otros elementos de la entonces periferia hispalense.

Pero durante poco tiempo sería representada: cerrada con una valla y prohibido el baño en sus aguas, el creciente desarrollo industrial de la zona en que se encontraba prácticamente emitía el certificado de defunción de Cascagea, que aunque aparece citada en 1900 por Luis Rodríguez Caso en la memoria del proyecto de la nueva Fábrica de Vidrios de la Trinidad como el lindero Este y Norte de la misma, fue definitivamente desecada y colmatada, siendo ocupado su lugar por una fundición de bronce y una fábrica de tapones de corcho, según se refleja en un plano de la ciudad fechado en 1930.

Hoy día, la Laguna de los Patos no es ni siquiera un recuerdo, pese a que tampoco hace tanto de su desaparición; como suele suceder, un mar de hormigón y asfalto oculta el lugar donde, seguramente, aún hoy descansan las aguas de la antigua Cascagea.

11 de mayo de 2008

La Real Fábrica de Salitre

Cuando Fernando VI dio luz verde en el año 1757 a la construcción en unos terrenos pantanosos ubicados entre la Puerta del Sol y la Puerta Osario de una fábrica de Salitre nada hacía sospechar que se estaba plantando el germen de la salida definitiva de los muros tras lo que se refugiaba Sevilla desde su fundación, asentándose además las bases de la futura ronda de circunvalación por antonomasia de la ciudad, la Ronda Histórica, llamada María Auxiliadora en este tramo.

Aprovechando la cercanía del arroyo Tagarete (cuyo cauce discurría mas o menos por la actual calle Arroyo, conocida anteriormente como Camino del Burón) y la abundancia de nitro (nitrato de potasa) de los alrededores, se estimó conveniente ubicar la Real Fábrica de Salitre en este emplazamiento.

Se edificó en dos cuerpos; el primero de ellos estaba adosado a la muralla, donde hoy día están los jardines del Valle, y en éste se situó la fábrica, además de algunas viviendas y oficinas. En el segundo cuerpo, un enorme edificio rectangular, estaban los esteros y los almacenes. Entre ambos, se dejó una calle bastante espaciosa y amplia, la Arrebolera, que con el paso del tiempo se prolongaría y uniría a otras calles nacidas de forma parecida bordeando el recinto amurallado para conformar lo que hoy conocemos como Ronda Histórica.

La fábrica tenía sus propios tiempos de trabajo marcados principalmente por el clima: en verano se realizaba la recolección de polvo, cenizas y demás elementos necesarios para la elaboración del salitre, que era fabricado en invierno en las 24 estancias acondicionadas para tal fin en el edificio rectangular. Posiblemente las altas temperaturas alcanzadas en largo estío hispalense influyeran en la implantación de este ritmo de trabajo.

Dependiente en un principio de la Real Hacienda, en 1818 se entregó la fábrica a la familia Cárdenas ya que la administración era incapaz de asumir los costos generados por la industria. Pero la Casa del Salitre no volvería a levantar cabeza ante la creciente importación de pólvora procedente de Inglaterra y dejaría de funcionar poco tiempo después.

A partir de este momento ambos edificios quedan abandonados corriendo una suerte dispar hasta llegar a ser lo que tenemos hoy en día, que nada tiene que ver con el uso primitivo que tuvieron.

La zona adosada a la muralla no era medianera por su otro extremo, es decir, entre las murallas que hoy vemos en los jardines del Valle y las casas de la acera de los pares de la Calle Sol había por aquel entonces una callejuela de la que sólo queda hoy en día la parte que giraba por detrás del actual templo de Los Gitanos; esa zona fue adquirida por la marquesa de Villanueva en 1866 para establecer el Colegio del Sagrado Corazón, también llamado Colegio del Valle. En el plano de la ciudad realizado con Padura en 1891 se puede ver claramente el patio de dicho colegio, que tras el cierre del mismo en 1975 sería transformado en los actuales Jardines del Valle.

Justo enfrente, atravesando la calle Arrebolera, hoy María Auxiliadora, se encontraba el enorme edificio rectangular donde se almacenaba el salitre, al que se trasladó la Feria de Ganado que se celebraba intramuros en la Plaza de Ponce de León en 1858. Poco después se demolieron las 24 naves de la antigua fábrica y se estableció el Perneo, el matadero de reses y cerdos.

El Perneo se rehabilitó como un gran corralón entorno a un inmenso patio central donde además del sacrificio de reses había lugar para otras actividades tan variopintas como almacén de pasos de Semana Santa (el de San Isidoro estuvo guardado en uno de sus almacenes) o bares (la Niña de los Peines dio sus primeros pasos como cantante en la taberna del Ceferino, que estaba ubicada en este lugar).

Pero no duró mucho tiempo el Perneo; la expansión urbanística extramuros que trajo el nuevo siglo además de la gran industrialización de la zona hacía inviable la existencia de un edificio tan insalubre y desagradable, que fue demolido en la primera década del siglo XX. Si bien en el plano de Poley y Poley de Sevilla y sus alrededores fechado en 1910 aparece aún el perneo, dos años después es fechado el Laboratorio Municipal, con lo que estimo que la demolición reproduciría lógicamente en los albores de esta segunda década del siglo.

El enorme edificio, que abarcaba desde la calle Salesianos hasta José Laguillo y desde la calle Arroyo hasta María Auxiliadora, fue dividido en varios solares en los que se ubicaron distintas construcciones, destacando principalmente las de los extremos que dan a la ronda: el ya referido Laboratorio Municipal, edificio neoclásico construido en 1912 por Antonio Arévalo; y el Ambulatorio de María Auxiliadora, mas reciente y de estética mas discutible que el anterior. El resto de parcelas se destinaron a bloques de viviendas, edificándose todo el frente que quedaba hacia María Auxiliadora entre 1919 y 1922.

De esta forma se ponía punto y final a la historia de una de las pocas construcciones fabriles creadas en la ciudad antes de la revolución industrial que, si bien no ha corrido la misma suerte que la Fábrica de Artillería o la Fábrica de Tabacos, ha sido una pieza fundamental para que hoy tengamos la ciudad que vemos, con sus pro y sus contra, pero que al fin y al cabo, es lo que hay.

6 de mayo de 2008

El Corral de las Herrerías: Emvisesa, siglo XVII

Que la vivienda es uno de los principales problemas de nuestra ciudad y del país en general no es necesario que lo diga yo aquí. El precio desorbitado del suelo, hipotecas eternas y a veces imposibles de afrontar, la especulación inmobiliaria, etc han conseguido que algo tan básico como tener un lugar donde habitar se haya convertido en los últimos años poco menos que en un artículo de lujo.

Curiosamente, este problema no es nuevo en Sevilla. Al contrario, a nuestros antepasados ya les tocó lidiar con este toro tan desagradable, ya que en la que quizás sea la etapa más floreciente de su historia, el siglo XVII, se dieron una serie de problemas relacionados con el tema que también pusieron en jaque a la sociedad y autoridades de la época.

El monopolio del comercio de las Indias había llevado a la ciudad a convertirse poco menos que en la capital económica del mundo entonces conocido, lo cual acarreó a su vez un crecimiento desorbitado en pocos años de la población y con ella un aumento en la demanda de viviendas, por lo que el problema del suelo, o más bien la carestía de éste, se disparó hasta cotas que nunca antes habían sido alcanzadas en la ciudad.

Entre que la mayoría de las fincas urbanas pertenecían a la Iglesia o a la nobleza y que la población, por miedo a las continuas riadas vivía en el interior del recinto amurallado, la posesión de un solar en propiedad era un lujo que estaba al alcance de muy pocos. A esto, hemos de sumar la circunstancia de que Sevilla era junto a Granada y Madrid la única ciudad de la época donde la vivienda o incluso el alquiler de ésta costaba dinero, ya que en el resto del país era costumbre que el dueño del caserío lo cediera su inquilino a condición de que lo mantuviese en buen estado (igualito que ahora…)

Una de las consecuencias de esta escasez de vivienda fue la proliferación de los corrales de vecinos.

El corral de vecinos era una evolución de la típica casa morisca (curral (singular), qurralat (plural)) adaptada para el uso de varias familias. Digo uso, que no disfrute, porque en esa época prácticamente solo se estaba en la vivienda para dormir y, cuando se podía, para comer. Por ello, las necesidades de espacio de los inquilinos tampoco es que fueran muy pretenciosas.

El esquema básico del corral era un patio (herencia directa del atrio romano y que tan buenos resultados había dado en nuestra tierra desde entonces) entorno al cual se disponían las viviendas, siendo los servicios de las mismas comunes a todos los vecinos. Este esquema ha subsistido a lo largo del tiempo y aún es posible verlo en los corralones que han llegado hasta nuestros días.

Aunque en el siglo XVI había muchos corrales famosos: Tromperos, Parra, Peral, Reina… que se esparcían por toda la geografía hispalense desde época musulmana, éstos eran insuficientes para albergar a toda la población que se agolpaba en el Puerto de Indias.

El comercio con América había hecho que la franja situada entre la Puerta de Triana y la Torre del Oro adquiriera bastante importancia. El problema es que era una zona baldía y desolada, con inundaciones frecuentes y catastróficas, donde incluso se había desarrollado un monte de residuos (Malbaratillo).

Ante la demanda de vivienda y la mala imagen que daba la que en ese momento era la principal fachada hispalense hacia el exterior, el gobierno se propuso matar dos pájaros de un tiro y se dedicó a urbanizar y adecentar la zona construyendo edificios públicos como la Aduana o la Casa de la Moneda y nuevos barrios extramuros, como los de Cestería, Carretería o Baratillo.

Junto al lienzo de muralla que unía el Postigo del Carbón con la Torre de la Plata, lienzo que partía de la actual torre de Abdelaziz y concluía en la Torre del Oro, se encontraba el solar de las antiguas Herrerías del Rey, finca propiedad del Alcázar, que pretendía arrendarlo sin lograr su objetivo al ser un lugar muy degradado, a pesar de la gran importancia que tenía, ya que por el mencionado Postigo del Carbón entraban las mercancías descargadas previamente en la “machina” de la Torre del Oro, una especie de grúa de la que han llegado múltiples referencias en los grabados de la época.

En 1609 el Alcázar consiguió al fin arrendar las Herrerías a don Roberto Marcelles, una especie de promotor de la época, que a cambio de la propiedad vitalicia del solar y una paja de agua (es decir, que llegara hasta el lugar agua corriente) se comprometió a realizar unas edificaciones en el sitio con el fin de adecentarlo, incluyendo el traslado del mencionado Postigo del Carbón hasta el lugar donde se encuentran sus restos actualmente.

Del diseño de estas edificaciones se encargó el Maestro Mayor de los Reales Alcázares, el italiano Vermondo Resta, que proyectó una serie de viviendas y locales a los que dotó de una fachada única, al uso de la época y con la que además se pretendía ejercer de barrera a las constantes avenidas del río.

Los almacenes y locales servirían de apoyo al flujo de mercancías hacia el interior de la ciudad, mientras que las viviendas serían destinadas a gente de condición humilde. De esta forma el 3 de Marzo de 1616 se firmaría el primer proyecto de viviendas sociales que se conserva en Sevilla, el antecedente de lo que actualmente son las VPO, actuando en este caso Roberto Marcelles de promotor del mismo modo que Emvisesa lo hace hoy en día.

El corral de las Herrerías es hoy día un inmenso aparcamiento en superficie que, al menos, ha respetado la forma del solar original, con lo que es muy fácil situarnos y ubicar las distintas zonas en que se dividió. Los almacenes y locales se situaban en la fachada del conjunto, a lo largo de la calle Santander entre los dos Postigos del Carbón, al antiguo y el nuevo edificado por el mismo Marcelles. Donde hoy se encuentra el acceso al aparcamiento se encontraba la entrada al edificio, donde las viviendas se disponían hacia el interior agrupadas entorno a dos patios principales, De medianeras ejercían la muralla y la Casa de la Moneda, abriéndose una calle para separar las viviendas de dicho recinto. Como altura se le dieron dos plantas, al igual que al resto de edificios de la zona.

El único vestigio del corral que ha llegado hasta nuestros días es una cenefa recuperada en una reciente restauración de dichas murallas. Esta cenefa está formada por tres hileras de ladrillos que servían para la decoración de los patios del corral. Poco más. El corral fue alterándose con el paso de los siglos y adaptándose a las necesidades de los nuevos tiempos; aún recuerdo que hace unos 15 años en la zona donde una vez estuvieron los almacenes (a lo largo de la calle Santander) existía un bloque de viviendas de unas 4 plantas que posiblemente era el resultado de una última modificación hasta el solar que tenemos hoy en día y donde, si se cumplen los pronósticos, se situará el futuro Teatro del Flamenco que quiere edificar la bailaora María Pagés.

2 de mayo de 2008

Sevilla también tuvo un 2 de Mayo; el 9 de Enero de 1811

Hoy se cumplen 200 años de la sublevación de Madrid contra las tropas napoleónicas que finalizaron con los fusilamientos en el Monte del Príncipe Pío. Esta respuesta popular frente al invasor francés marca oficialmente el inicio de la Guerra de la Independencia, uno de los capítulos más interesantes de la historia de España.

En la revuelta madrileña se vivieron episodios heroicos y excepcionales que fueron inmortalizados por artistas de la talla de Francisco de Goya o Benito Pérez Galdós; asimismo, la refriega nos dejó una serie de personajes como los militares Luis Daóiz y Pedro Velarde o de gente corriente como Manuela Malasaña que se dejaron en ella la vida y pasaron desde entonces a engrosar el listado de los grandes héroes patrios.

Al primero de éstos, Luis Daóiz, rinde Sevilla homenaje con una estatua en la Plaza de la Gavidia, justo delante de la casa donde nació (o de la medianera de dicha casa, ya que ahora está allí la Consejería de Justicia).

Pero no fue Daóiz el único gran héroe sevillano muerto en la guerra contra el gabacho. Ni mucho menos; hay dos vecinos de la ciudad que fallecieron a manos de las tropas napoleónicas por luchar contra la ocupación gala, solo que, como siempre, sus nombres prácticamente han sido olvidados a día de hoy.

El 9 de enero de 1811 José González Cuadrado y Bernardo Palacios Maraver fueron ajusticiados por garrote vil en la Plaza de San Francisco por orden del mariscal Soult acusados de conspiración contra el invasor y tras negarse a denunciar a sus compañeros.

Hacía poco menos de un año que las tropas napoleónicas al mando del mariscal francés y con la presencia del mismísimo José Bonaparte (Pepe Botella) habían entrado en la ciudad sin encontrar nada de resistencia en la misma.

El hecho de que Sevilla recibiera a los invasores sin disparar un solo tiro no se debía a que los vecinos estuvieran de acuerdo con la ocupación de la ciudad, ni mucho menos; al contrario, todo fue motivado por el desconcierto de la población ante la actitud de sus gobernantes, que no estuvieron a la altura de los ciudadanos (como diría Julio Iglesias, “La vida sigue igual…”) y huyeron por la Puerta de Triana nada mas divisarse las primeras avanzadillas del ejército napoleónico.

De esta forma, la mañana del jueves 1 de Febrero de 1810 Jean-de-Dieu Soult, duque de Dalmacia, hacía su entrada triunfal por la Puerta de San Fernando para dirigirse al Palacio Arzobispal, donde instaló su residencia oficial.

Se cuenta que había dos cosas en la ciudad que agradaron sobremanera al mariscal: por un lado los dulces que “compraba” en una pastelería de la calle Mateos Gago; pero sobre todo al francés le apasionaban las obras de arte, mostrando especial predilección por los murillos; dicha afición pictórica le convertiría en la persona con la mayor colección privada de cuadros jamás reunida hasta entonces. Lo malo eran los mecanismos que utilizó para reunir dichas colección; en el inventario de obras de arte apiladas en el Alcázar en 1810 se contabilizaron mas de 150 cuadros que habían sido arrancados de iglesias y edificios para su posterior traslado a Francia, muchos de los cuales no han sido nunca restituidos a la ciudad, aunque se encuentren enriqueciendo otros museos y ciudades españolas, caso de la Inmaculada de Murillo (llamada desde entonces Inmaculada de Soult).

Ante las tropelías del mariscal y sus correligionarios (que a ser justo, tampoco es que lo hicieran todo mal) los vecinos de Sevilla, una vez repuestos del golpe que había supuesto la deserción de la Junta Revolucionaria que debía encargarse de plantar cara al invasor, comenzaron a organizarse a escondidas de éste y a conspirar para su expulsión, constituyéndose para ello una asociación llamada “El Secreto Congreso hispalense”, que celebraba sus reuniones en la antigua calle Quebrantahuesos, hoy Orfila.

Uno de los miembros mas activos de esta resistencia sevillana fue José González Cuadrado, un escribano que llevaba destacándose por su antipatía al francés desde 1808 y que, junto al batidor de oro Bernardo Palacios Malaver, estaba urdiendo un plan para levantar en armas al pueblo. Pero los planes de González Cuadrado y Malaver se fueron al traste por culpa de un chivatazo dado por un tal “Pantalones” al sanguinario Miguel Ladrón de Guevara, un afrancesado que ostentaba el cargo de jefe de la policía y que ayudado de un escuadrón de caballería francesa detuvo a los conspiradores en Castilleja de la Cuesta, dirigiéndolos a la Cárcel Real, donde fueron condenados a muerte por un Consejo de Guerra.

Sólo tenían una forma de salvar la vida, y era denunciando a sus compañeros de intrigas, al resto del Secreto Congreso; pero la entereza de ambos se antepuso a sus intereses personales y se negaron por activa y por pasiva a delatar, con lo que fueron definitivamente ejecutados a las 2 de la tarde del 9 de Enero.

Se dice que Malaver pronunció sobre el patíbulo una frase que habría pasado a la posteridad de las grandes citas de la historia si no hubiera tenido la desgracia de ser un batidor de oro sevillano ajusticiado en la Plaza de San Francisco:

- La muerte es grata por no vivir entre la canalla francesa…

Evidentemente, aunque los franceses no dominaran mucho el castellano, la frasecita no les gustó demasiado y ambos amigos no volvieron a salir del patíbulo, quedando sus cadáveres expuestos hasta que los hermanos de la Caridad los trasladaron al Patio de Los Naranjos, donde fueron enterrados en una fosa común.

No fueron los únicos sevillanos ejecutados por los invasores; de hecho la lista de asesinatos atribuidos a las huestes de Soult es bastante extensa (aunque menos que la de obras de arte robadas), pero sin duda fueron los más representativos, a pesar de que hoy día poco o nada se sepa sobre ellos.


Epílogo para los que estén interesados:

- El mariscal Soult, las tropas francesas y la mitad del patrimonio artístico sevillano susceptible de ser transportado abandonaron la ciudad el 27 de Agosto de 1812, tras ser derrotados por la Leal Legión Extremeña del inglés Juan Downie en el Puente de Triana (entonces un puente de barcas).

- Miguel Ladrón de Guevara optó por esconderse en Albaida, pero fue capturado en Junio de 1813, corriendo la misma suerte que González Cuadrado y que Malaver, es decir, siendo ajusticiado por garrote vil en la Plaza de San Francisco. Su cabeza, como escarmiento, fue clavada en una pica en el mismo punto donde detuvo a los dos héroes, siendo retirada por su familia días después.

- La Inmaculada de Soult está expuesta en el Museo del Prado, en Madrid, a pocos metros del monumento que homenajea a los héroes de la Guerra de la Indenpendencia, entre otros, al ilustre militar sevillano Luis Daóiz.

- El hueco de dicha Inmaculada se encuentra en el Hospital de los Venerables, en Sevilla, a pocos metros de una fosa común en el Patio de Los Naranjos donde reposan los restos de José González Cuadrado y Bernardo Palacios Malaver, cuya memoria sólo esta recordada por una triste lápida, una calle y otra inscripción en la iglesia de San Ildefonso. Como se suele decir, nadie es profeta en su tierra. Y en Sevilla menos...