27 de mayo de 2009

La Basílica de la Inmaculada Milagrosa

"Cuando se muere alguien que nos sueña, se muere una parte de nosotros
Miguel de Unamuno


Esta entrada está dedicada a uno de esos soñadores cuya obra, y sobre todo la familiaridad que hemos alcanzado con ella, ha pasado a formar parte de nuestras vidas. A una de esas personas que a pesar de haber estado en una época convulsa e inestable, a pesar de tener que sortear dificultades de todo tipo, a pesar de trabajar en una Sevilla decadente que trataba angustiosamente de no perder el tren de la modernidad… consiguió en un oscuro mundo de tinieblas no sólo brillar con luz propia, sino algo que es mucho mas importante y difícil, iluminar a toda una ciudad.

Aníbal González Álvarez-Ossorio, arquitecto sevillano de cuyo fallecimiento se cumplen 80 años el próximo 31 de Mayo, quizás no pase a la historia como un creador de renombre internacional; es más, el reconocimiento a su trabajo se podría decir que ha quedado reducido a un ámbito meramente local.

Pero una cosa no admite dudas: se pueda estar o no de acuerdo con sus ideas, se puedan compartir o no sus posturas artísticas, pueda gustar o no su obra, lo que es evidente e incuestionable es que personas como él son necesarias para que una ciudad esté viva. Tanto hace 80 años como en nuestros días.

Arranca aquí este recuerdo del que fue el último de sus sueños: la Basílica de la Inmaculada Milagrosa.

Toda esta historia empieza en una pequeña capilla sita en la calle Quevedo, hoy desaparecida como no podía ser de otra forma, donde se veneraba una antigua imagen de la Inmaculada a la que se atribuían numerosos milagros.

Hasta aquí todo entra dentro de lo normal; en plena collación de San Martín, tan cerca de la Plaza del Pozo Santo, estamos en una de las zonas milagreras por excelencia de la Sevilla de antaño. Y mas en la Sevilla de “ese” antaño, que tan necesitada estaba de ayudas divinas para seguir adelante en su difícil día a día.

El número de actos piadosos y de prodigios relacionados con la imagen de la calle Quevedo iba in crescendo a la par que la devoción popular que suscitaba la misma entre el vecindario, llegando a tal extremo que se creyó necesario edificar una iglesia en la que poder rendirle culto.

Es entonces cuando entra en escena Aníbal González, personalidad de reconocido prestigio, arquitecto afamado y para mas señas fiel devoto de la Inmaculada.

Cierto es que no pasaba precisamente por uno de sus mejores momentos, ya que los continuos roces con José Cruz Conde, el comisario regio que había nombrado el dictador de la “dictablanda” (el general Primo de Rivera) para finalizar la Exposición Iberoamericana le habían llevado a dimitir como director de la misma. Pero quizás también por eso mismo González no solo acepta el reto, sino que a partir de ese instante se dedicará en cuerpo y alma a la construcción de la Basílica.

Son muchos los factores que hacen converger toda la atención del arquitecto hacia este proyecto: su fe y devoción, el poder desarrollar libremente su espíritu creativo y fantasioso, el hecho de volver a estar de nuevo en la cima de la arquitectura de la época y, por supuesto, la posibilidad de cerrar las heridas abiertas después de abandonar la Exposición de la que había sido alma durante mas de 15 años.

Como no podía ser de otra forma, el resultado fue espectacular: una colosal iglesia neogótica de dimensiones extraordinarias que rivalizaría en grandiosidad con los templos mas importantes del mundo y en altura con la mismísima Giralda.

Todo estaba diseñado a lo grande: empezando por la gran plaza de 120 metros de diámetro que sería el preámbulo a la inmensa Basílica cuya fachada, de 45 metros de altura, estaba flanqueada por dos torres de 100 metros de alto cada una.

En el interior, los casi 10.000 m2 de superficie en planta convertirían la iglesia en uno de los mayores referentes mundiales de la arquitectura religiosa y, por supuesto de la ciudad. De hecho, el paralelismo de dimensiones con la Catedral de Sevilla es patente en todos los aspectos.

Junto a la Basílica se desarrollaría un centro de enseñanza donde tendrían cabida mas de 1000 alumnos y que contaría con dependencias anexas para religiosos, profesores y alumnos, además de un gran salón de actos con capacidad para mas de 2000 personas.

El espacio elegido para tan colosal e imponente obra estaba a las afueras de la ciudad, en unos terrenos conocidos como Huerta del Rey, que en 1928 habían sido adquiridos por la Compañía de Jesús.

A pesar de la grandiosidad y monumentalidad del proyecto, el estilo neogótico en el que se encuadra la Basílica se acercaba mas a los conceptos historicistas que un siglo antes habían impulsado Viollet Le Duc y otros autores que a la arquitectura que por esos años desarrollaban en el resto de Europa grandes maestros como Le Corbusier o Mies van der Rohe, contemporáneos de González. Es decir, hay que partir de la base de que si comparamos esta obra con lo que en esos momentos se hacía en otros lugares estábamos ante una propuesta caduca y anticuada.

Pero claro, también hay que tener en cuenta que esta arquitectura historicista había sido bastante bien aceptada por la sociedad sevillana de la época (o buena parte de ella), que gustaba mas de ver un palacio neomudéjar que una escuela minimalista. Como se ve, poco hemos cambiado en estos 80 años….

Otro aspecto en el que me quiero detener es en la excesiva escala del proyecto, lo exageradas que son sus dimensiones. Aníbal González, autor recordemos de la bellísima capillita del Carmen que se encuentra en el Puente de Triana, casi la antítesis de esta Basílica, parece como si actuara por despecho ante los que habían provocado su dimisión al frente de la Exposición Iberoamericana; parece como si pretendiese anularla con esta mega-construcción, restarle importancia, ponerla en un segundo plano. Sintomático es el rescate del lenguaje gótico para contraponerlo al mudéjar que predominaba en la Exposición, dos estilos que recordemos ya convivieron en la Sevilla del alto medievo y que de nuevo entraban en conflicto con esta revisión historicista. Y es que es inevitable hacer comparaciones, que pueden ir incluso mucho mas allá, hasta las puertas de la mismísima Catedral de Sevilla.

Porque aquí también tiene miga la cosa… Mientras la Metropolitana tiene una planta rectangular con 116 metros de largo por 76 de ancho, con una altura de 40 metros en su punto mas alto, la Basílica desarrollaría 125 metros de largo por 75 de ancho, con altura de 45 metros en las fachadas. Las cifras, como vemos, son casi idénticas. Hasta las dos torres que flanqueaban la entrada superaban en 4 metros a la mismísima Giralda

En fin, la duda estaba servida: ¿toda una declaración de intenciones o simplemente deseos de llevar al extremo máximo los honores y loas a la Milagrosa y a la misma ciudad de Sevilla?

Por suerte o por desgracia, eso nunca se sabrá. Las obras deberían sufragarse mediante donaciones particulares y de comunidades religiosas, pero ante lo elevado del presupuesto se empiezan a recortar gastos y, para empezar sólo se edificaría la Basílica, quedando el complejo educativo para un futuro.

Pese a estos recortes y algún que otro contratiempo más, el 6 de Julio de 1928 se inician las excavaciones. La expectación es tal que la colocación de la primera piedra del templo es bendecida por el Cardenal Ilundáin y cuenta con la presencia del mismísimo rey Alfonso XIII.

Pero un triste acontecimiento pondrá fin a la construcción de la Basílica: la muerte coge de improviso a Aníbal González el 31 de Mayo de 1929. De golpe se esfumaba para siempre el último sueño del arquitecto… o su última tentación.

Y es que una vez desaparecido el principal valedor de las obras, éstas se detienen en un principio provisionalmente, aunque la realidad con el tiempo pasa a ser bien distinta tal y como podemos ver hoy en día.

En la Avenida de la Buhayra, oculta entre los jardines que dan nombre a la zona y una torre monolítica de viviendas, se alza lo poco que llegó a construirse de la Basílica de la Inmaculada Milagrosa: un enorme basamento de mas de 3 metros de altura que deja constancia de la magnitud que podía haber alcanzado el proyecto de haberse ejecutado en su totalidad no solo por sus enormes dimensiones en planta, sino por el grosor de los arranques de los pilares y contrafuertes que deberían aguantar la colosal estructura.

Son los únicos vestigios que quedan del sueño de un hombre que un día quiso desafiar todo el universo establecido a su alrededor: una enorme plataforma de hormigón, bastante alterada por el paso del tiempo, el abandono y las obras a las que se ha visto sometida en los últimos años.

Baste con hacer la comparación con el bloque de viviendas de la fotografía, que apenas sobrepasa los 50 metros de altura, la mitad de lo que deberían haber alcanzado las dos torres que flanqueaban el acceso al templo.

Pese a todo no hay mal que por bien no venga, como se suele decir, y al menos se conservaron los restos arqueológicos enterrados bajo la que debería haber sido la plaza de acceso a la Basílica y que parecían destinados a desaparecer en las obras de ejecución del conjunto.

Años después, a mediados de los 40, cogerá el testigo de Aníbal González otro arquitecto hispalense, Antonio Illanes del Río, que recibe por parte de los jesuitas el encargo de edificar otro centro de enseñanza en los mismos terrenos de la Huerta del Rey, para lo cual se piensa en un principio en aprovechar el proyecto de la Basílica original y ampliarlo con un complejo educativo de dimensiones aún mayores que las del 29.

Pero como pasó entonces, el dinero no llega y las altas pretensiones se reducen, a pesar de la venta y consecuente entrega a la piqueta del centro de enseñanza que tenían los religiosos en Villasís para costear las obras, entre otras posesiones. Se limita por tanto el proyecto original de Illanes y finalmente se construye lo que hoy conocemos como colegio Portaceli.

Será ésta la última vez que se intenta reflotar la Basílica soñada por Aníbal González. El paso del tiempo hace que todo el escenario donde se desarrolló en los años 30 cambie de forma radical.

La imagen de la Inmaculada Milagrosa es trasladada a la iglesia de San Lorenzo, donde comparte capilla con el Cristo de las Fatigas; el Portaceli termina de construirse en su versión actual sin necesidad de acordarse de la mole de hormigón que a pocos metros se levantaba; y en los 50 gracias a la labor de Leopoldo Torres Balbás se identifican los terrenos de la Huerta del Rey con el palacio de la Buhayra, con lo que la zona pasa a tener valor arqueológico y patrimonial, restringiéndose por tanto su edificación desde ese momento.

La Basílica es definitivamente abandonada en obra, proyecto y sueño. A partir de entonces pasa a ser una simple plataforma de dimensiones gigantescas sobre la que, ya entrado este siglo, se esparcirán los veladores de un restaurante entre el arranque de los pilares que deberían haber sostenido uno de los mayores templos de la humanidad.

Es el epílogo de un sueño del que 80 años después tan solo quedan recuerdos.


15 de mayo de 2009

La Calle de la Luna

Muchas veces a nuestro alrededor gravita toda una arqueología de pequeños detalles y matices que normalmente suelen pasar inadvertidos, más aún en este mundo estresante e individualista donde vivimos (no critico, al contrario, podría hacer un Máster al respecto…).

Columnas, retablos, rejas, azulejos… todo vale si el objetivo es acercarnos a esa Sevilla que pese a no estar muy lejana en el tiempo, se encuentra cada vez mas perdida en la memoria.

Uno de estos ejemplos lo tenemos en Escuelas Pías, la que durante muchos siglos fue conocida como calle de la Luna; bellísimo nombre que, teniendo en cuenta el discurrir paralelo de la del Sol, parecía sacado de un viejo romance castellano o de una leyenda de Bécquer.

Sol y Luna, frente a frente, cogidas de la mano, como si la poesía hubiera hecho acto de presencia en este rincón del callejero hispalense.

En los tiempos que corren, en la era de las telecomunicaciones y la información, donde las calles se rotulan y des-rotulan muchas veces a capricho (por supuesto, de unos pocos), se perdona incluso que esa “mano” se llamara Matahacas y no tuviera otro nombre mas acorde a lo poético del entorno que se había creado. Evidentemente sólo son elucubraciones mías…

Desgraciadamente hoy Escuelas Pías no es mas que un claro ejemplo del engendro en que se han convertido la gran mayoría de calles de Sevilla. O en lo que las han convertido: contenedores lineales en los que tienen cabida los vestigios de un pasado histórico y normalmente infravalorado junto con los parches de otro pasado mas reciente y nocivo, todo ello aderezado por la impersonalidad ordenada y planificada de los tiempos presentes.

La mezcolanza de estilos arquitectónicos, la seriación de fachadas totalmente independientes entre sí, el lastre de planeamientos de desarrollo mal planteados y fatal ejecutados…. son muchos los pecados urbanísticos y patrimoniales a expiar heredados de los últimos 200 años. Quizás demasiados….

Y como se dijo antes, Escuelas Pías es precisamente uno de los ejemplos mas claros y fehacientes de esta vulgarización a la que se ha visto abocada la ciudad, no presentando en la actualidad nada digno de mención o fuera de lo normal.

Al menos a simple vista, salvo que uno se detenga y observe el número 19, un edificio que hace esquina con una pequeña callejuela interior, donde se encuentran unos gastados azulejos dentro del recercado que remata el arco de los balcones en los que se representa la luna en sus distintas fases.

Tantas lunas como balcones tiene este edificio, 5 a fachada principal y dos a la esquina interior; unas lunas melancólicas, apagadas, quizás resignadas por el intenso tráfico que deben soportar día tras día.

Unas lunas que son la reminiscencia de una Casa de la Luna original que existió y dio nombre a esta calle, aunque por desgracia su rastro ya se había perdido a mediados del siglo XIX.

Y unas lunas que son un claro ejemplo de cómo estos pequeños detalles pueden servirnos para reconstruir un pasado cada vez mas oculto y olvidado.

Del resto de Escuelas Pías poco queda por destacar, o mas bien nada. Y no precisamente porque careciera de importancia o de edificaciones notables. Simplemente es que no ha quedado nada que recuerde su historia.

Bien es cierto que la de la Luna nunca fue una calle bella ni elegante; al contrario, siendo su edificio mas representativo el Palacio de los Duques de Arcos, con ella solo lindaba el lateral, ya que la fachada principal y acceso al mismo se ubicaban en la aledaña Plaza de la Paja, actual Ponce de León en honor de la familia a la que pertenecía dicha residencia, en nuestros días uno de los mayores aparcamientos en superficie del centro de la ciudad.

Su angostura y estrechez tampoco hacían de ella una calle cómoda; pudo serlo si se hubiera llevado a cabo la vieja aspiración (a la que ya se ha hecho referencia en anteriores ocasiones) de crear esas dos grandes arterias perpendiculares que cruzándose en el Duque o en la Encarnación (este aspecto quedaba al albedrío del proyectista de turno) dividirían la ciudad en 4 sectores. Por suerte todo quedó en “pudo”…

Dentro de estos dos ejes, Escuelas Pías se encuadraba dentro del que uniría la Puerta Osario con la Puerta Real lo cual, como podemos comprobar en la actualidad, fue tan solo agua de borrajas…

El último intento de realizar esta ampliación tiene lugar en 1959 con el proyecto de ensanche de la calle a costa de la acera de los pares, pero el plan no pasa de la fase de redacción, guardándose en el cajón. Solo las parcelas 12 y 14 se alinean respecto a esa ordenación, momento en que se forma el retranqueo que hoy día existe en el centro de la calle, el Rincón del Tito para entendernos.

Si por algo destacó (y destaca) esta calle fue por su capital importancia como vía de acceso al centro de la ciudad, o a la misma ciudad cuando ésta se encerraba en el perímetro de sus murallas.

Camino obligado para ir desde la Puerta Osario hasta la Plaza del Carbón (actual Padre Jerónimo de Córdoba, para siempre Plaza del Rialto) o a la aledaña Plaza de la Paja (Ponce de León), donde tenía lugar la Feria de las Caballerías, un mercado de bestias que se celebraba 3 días a la semana, cuando a finales del siglo XIX Sevilla derriba la cerca que marcaba sus límites históricos e inicia su expansión a costa del cinturón de huertas y campos que la rodeaban, se convierte en la entrada principal para todos aquellos que viven en los nuevos barrios que se están creando al Norte y Este de la ciudad.

Es por esa misma época, tan crucial y fundamental en nuestro devenir histórico, cuando asediado por las deudas el titular del Palacio de los Duques de Arcos lo pone en venta, siendo adquirido por los Escolapios. Corría el año de 1887.

Anteriormente ya se habían sucedido varios intentos de venderlo, llegando incluso a plantearse su uso como cuartel en 1791, pero nunca se había hecho esta opción efectiva.

La llegada de la comunidad escolapia trae consigo la fundación del Colegio Calasancio Hispalense y supone una revolución para la vieja residencia nobiliaria, que no solo es adaptada al nuevo uso que detentará desde ese momento, sino que se ve enriquecida por nuevos patios y estancias que embellecen aún mas si cabe el inmenso patrimonio que atesoraba entre sus paredes.

Tal es la importancia que adquiere este colegio que uno de sus profesores mas ilustres, el padre Jerónimo de Córdoba, dará nuevo nombre a la Plaza del Carbón mientras que la misma calle de la Luna pasará a llamarse Escuelas Pías a partir de 1936.

Mucho antes había comenzado la “transformación” de la calle. Se construye esta casa de las Lunas con sus azulejos en tonos azules y tristes, se elimina el viejo caserío del que Félix González de León había dicho que no tenía “nada que observar” y se derriban y levantan sistemáticamente nuevos edificios bajo la sombra amenazante de ese “ensanche” que tuvo su plasmación real y chapucera en el retranqueo de los números 12 y 14 que se refirió anteriormente.

El punto álgido de esta “transformación” tiene lugar en 1974, cuando los escolapios deciden hacer caja con el viejo palacio y dejándose arrastrar por las modas inmobiliarias del tardofranquismo y su tábula rasa en materia patrimonial dejan el Colegio a merced de la piqueta.

Una parte del pasado de la ciudad es arrancada desde sus cimientos para construir los sótanos del horrible edificio que se alza sobre lo que una vez fue uno de los palacios mas excepcionales de la ciudad. Como siempre, la historia de siempre vuelve a repetirse con el beneplácito de los de siempre. Y van…

Por eso es de agradecer que, aunque solo sea en forma de azulejos, aún puedan encontrarse detalles y signos de esa Sevilla que nunca volverá. Esa Sevilla que ya solo existe en forma de recuerdos, libros y fotografías.

Esa Sevilla de nuestros padres y abuelos donde, como podemos ver en esta fotografía del año 1929 extraída de la web de la Hermandad de San Roque, ya asomaba esta casa de las Lunas tras los muros de los escolapios.

Del resto no busquen correspondencias: no queda nada.