Normalmente una simple cancela no suele llamar la atención; mas aún si se encuentra en una calle tan secundaria como Rábida, rodeada de coches aparcados, filas de autobuses turísticos, árboles, calles de albero, charcos y, mas aún, si su función es mantener “eternamente” cerradas por ese lado las Caracolas de la Hispalense.
Si encima esa verja está soportada por 4 viejas columnas de granito, dos de ellas decapitadas, sin ningún tipo de adorno ni detalle aparentemente fuera de lo habitual, la estampa tiene todas las papeletas para pasar totalmente desapercibida. Y es normal.
Lo que no es tan normal es que esas cuatro columnas tengan a sus espaldas una historia de más de mil años de antigüedad y sean el único testimonio en pie que ha formado parte directamente de las tres culturas y religiones que han convivido en la ciudad durante el último milenio. Y es que si por una vez las piedras hablaran tendríamos ante nosotros a uno de los más importantes testigos de la historia de Sevilla.
Las columnas de la calle Rábida son una de esas joyas enterradas en los injustos anaqueles del olvido que, en silencio, ven como pasan las hojas del calendario ejerciendo ese papel secundario que siempre han tenido y, quizás, gracias al cual se han conseguido mantener en pie.

Cuando en 1248 entra en Sevilla don Fernando III la ciudad estaba prácticamente desocupada. Buena parte de la población musulmana que había hecho de Isbilya una de las capitales mas importantes del mundo hasta entonces conocido se había marchado al exilio junto a Axataf, su último cadí. Se pasaba definitivamente página a mas de 500 años de historia bajo el signo de la media luna.
El Santo Rey tiene ante sí una inmensa urbe despoblada, un precioso papel en blanco que divide y reparte entre sus caballeros y partidarios, entre todos aquellos que le habían ayudado en la consecución de su empresa, tal y como por otra parte dictaban las normas castellanas.
Asimismo, reserva dos espacios concretos donde a partir de ese momento se ubicarán los musulmanes y judíos que no habían marchado al exilio tras la conquista o que también habían ayudado al monarca en la toma de la plaza: son el Adarvejo y la Aljama. De esta forma se seguía manteniendo la pluralidad y riqueza cultural dentro de la ciudad, aspecto del que precisamente hoy día mas de uno (y de dos) deberían de aprender. No es de extrañar que una vez muerto el monarca castellano-leonés su epitafio fuera escrito en latín, árabe y hebreo.
Estos dos barrios serán separados del resto mediante una muralla y tendrán sus propias leyes y jurisdicciones de acuerdo a los dictados de su cultura. Serán, en definitiva, dos pequeñas ciudades dentro de la misma ciudad. Hubo otro barrio más con cerca, pero esa es otra historia….
Una vez definidas las extensiones de la Aljama o Judería, ésta abarcaba desde el Callejón del Agua, es decir, desde las murallas del Alcázar, hasta la calle Mateos Gago, antigua Borceguinería, ocupando mas o menos los actuales barrios de Santa Cruz y de San Bartolomé.
Se comunicaba con el interior de la ciudad mediante 2 postigos o puertas situadas en San Nicolás y en el Mesón del Moro, mientras que su conexión con el exterior se producía a través de la Puerta de la Carne.
La Aljama tenía sus propios juzgados, su lonja y, por supuesto, sus propios templos. Y es que una vez muerto Fernando III, su hijo Alfonso X dona en 1252 todas las mezquitas sevillanas a la Iglesia, excepto las 3 que quedaban dentro de la judería, que son transformadas en sinagogas, a la sazón: Santa María la Blanca, San Bartolomé y la de Santa Cruz, que será en la que nos centraremos a partir de este momento.
Al estar dentro de la llamada “cota catorce”, o zona donde tuvo su origen la Sevilla prehistórica, no sería nada de extraño que previamente hubiera sobre el lugar que ocupa hoy día la plaza algún templo o construcción romana, aunque como es de suponer la posible huella de esa edificación se ha perdido en el túnel del tiempo.
De esta forma los primeros datos que tenemos al respecto se remontan a 1252, cuando se realiza la donación de las mezquitas sevillanas a la Iglesia tal y como ya se ha referido; encontramos en ese momento sobre la actual plaza de Santa Cruz una pequeña mezquita que es ipso facto transformada a sinagoga por la comunidad judía que habitaba el barrio.
La mezquita se hace sinagoga, se cambia la media luna por la Estrella de David y pasa a formar parte activa de la vida de la Aljama y de la misma ciudad hasta 1391, año en que se produce uno de los sucesos mas trágicos y lamentables de la historia de Sevilla, los llamados “pogromos”, que pondrán punto y final a la milenaria existencia de la comunidad judía hispalense.
Y es que el 6 de Junio de ese mismo año la población sevillana alentada por los discursos antisemitas del inefable Arcediano de Écija, un tipo llamado Ferrán Martínez, invadía la Judería al grito de “muerte a los judíos” y acababa impunemente con la vida de mas de 4000 personas (según se cuenta) ante la pasividad de las autoridades locales, desbordadas ante tamaña demostración de violencia.
Pese al castigo que el rey Enrique III impuso mas tarde al arcediano y al mismo pueblo sevillano, la decadencia de la Aljama fue tan grande que años mas tarde, en 1492, cuando los Reyes Católicos decretan oficialmente la expulsión de los judíos de España, apenas quedaban hebreos para abandonar la ciudad.
De nuevo el templo se queda sin uso, aunque por poco tiempo ya que, como por otra parte es lógico, se transforma tras los sucesos de 1391 en iglesia cristiana, concretamente en parroquia de ayuda del Sagrario de la Catedral, uso que mantendrá durante los siglos sucesivos.
La estrella de David es sustituida por la cruz, mas exactamente por la Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén, un pequeño templo que en palabras de Félix González de León tenía “tres naves iguales divididas por arcos desiguales que estribaban sobre columnas oscuras de granito basto, como las que hay por las gradas de la catedral; y eran desiguales en su grueso y altura."
Esas columnas son las que aún hoy día podemos contemplar en la calle Rábida. Pero no nos precipitemos.
Con los típicos altibajos de conservación que puede tener un edificio con tanta antigüedad, Santa Cruz se planta en el siglo XIX siendo parroquia del barrio al que da nombre, plenamente asentada en la vida social sevillana (el mismísimo Bartolomé Esteban Murillo estaba enterrado en su interior) pero con un lastre que será letal para su existencia, y es que con la llegada del nuevo siglo se encontraba en estado ruinoso.
Esta situación normalmente suele terminar con una restauración, pero claro, si Sevilla ha sido ocupada por los franceses y el gobierno de la ciudad está en manos del Mariscal Soult, el problema se complica, y mucho. Una vez mas, el Duque de Dalmacia demuestra su sensibilidad a prueba de bombas y tras vaciar el viejo templo de todas las obras de arte que su codicia demandaba, ordena la demolición del mismo para crear en su lugar una plaza.
Sobran los calificativos: 1000 años de historia por los suelos y lo que es peor, se pierde para siempre la única mezquita que había sobrevivido a la Isbilya musulmana. Para rematar la faena el derribo se convierte en una auténtica chapuza, de forma que en 1830 aún quedaban en pie restos de la iglesia. Mas o menos como vimos en su momento con la Plaza de la Encarnación.
Solo se salvan las 4 columnas de granito que soportaban el templo, que son trasladadas al jardín de la Aclimatación, un parque cercano a la zona de las Delicias. Del resto, no se encontraron ni los huesos de Murillo….
El solar que había quedado tras la demolición de la iglesia permaneció baldío hasta prácticamente 1918, año en que Juan Talavera Heredia diseña la plaza que conocemos en la actualidad, colocando en el centro de la misma la Cruz de la Cerrajería, una joya de la forja sevillana creada en 1692 por el rejero Sebastián Conde que hasta 1840 había estado situada en la confluencia de las calles Rioja y Sierpes, pero que desde ese año languidecía en el Museo de Bellas Artes, ya que al estorbar el paso de las procesiones había que desmontarla todos los años, lo cual parecía molestar a las autoridades competentes….

La Parroquia de Santa Cruz, por su parte, no desaparece del todo, ya que se traslada al antiguo convento del Espíritu Santo o de los Menores, situado en la misma calle Mateos Gago, donde permanece en la actualidad, aunque tuvo en su momento un fulgurante paso por la iglesia del Hospital de los Venerables. Curiosamente la nueva parroquia se asienta cerca de los restos de otra antigua mezquita musulmana, la de los Ossos, aunque esa también es otra historia que será contada en otro momento.
La que nos interesa en este momento, la de las 4 columnas de granito de la antigua mezquita, luego sinagoga, luego iglesia y mas tarde solar francés, no termina en el jardín de la Aclimatación; de hecho esa historia ni empieza, ya que el terreno es comprado por don Antonio de Orleans, duque de Montpensier (del que se habló largo y tendido en la entrada del Convento de San Diego) que, empeñado en rivalizar su recién adquirido Palacio de San Telmo con los mismísimos Reales Alcázares, amplía sus jardines a costa de los paseos y propiedades aledañas.
Así, las 4 columnas pasan a ser ahora propiedad del duque de Montpensier, que las utiliza como soporte para unas verjas cuya utilidad era separar unas estancias dentro de sus jardines, hasta que la muerte del duque, la llegada de la Exposición de 1929 y la reorganización del entorno hacen posible la apertura de la calle Rábida, donde son ubicadas definitivamente las columnas, la verja y mas de mil años de historia que ahora sirven de cancela a las Caracolas de la Hispalense.
No es un final apoteósico, no es para hacer una ruta turística ni ponerlo en las guías de la ciudad, pero al menos están en pie, que visto lo visto, no es poco.
Y es que la historia no siempre se escribe con letras mayúsculas.
