20 de febrero de 2008

La Alameda se inunda...

Un desagradable suceso ha perturbado la recta final de nuestra Cuaresma. La Alameda, esa plaza esquilmada y maltratada gobierno tras gobierno, legislatura tras legislatura, alcalde tras alcalde; ese inmenso Triángulo de las Bermudas del corazón del casco histórico de la ciudad que nunca nadie sabe qué hacer con él y donde cada cuatro años desaparece parte del presupuesto municipal en remodelaciones y actuaciones que duran el tiempo que se mantiene en el cargo el alcalde que las realiza: la recién re-estrenada Alameda de Hércules, amanecía encharcada tras una noche de lluvias.

Después de urbanizar uno de los tres solares con mas tradición de degradación de la historia de la ciudad sin recurrir a los típicos recursos que suelen utilizar los inquilinos de la Plaza de San Francisco para salir al paso y quitarse el muerto de encima, es decir, el recurso vegetal (Prado de San Sebastián) o el recurso “obras eternas” (la Encarnación); después de quitar de enmedio la prostitución; después de sacar a yonkis, gorrillas y demás especimenes propios de la picaresca sevillana; después de incluso colocar una comisaría de policía, llegan las primeras lluvias y la plaza se inunda.

Bien es cierto que el señor Elías Torres en vez de poner tanto empeño en que no hubiera zonas de juegos para niños podía haberse preocupado un poco mas por el saneamiento de la plaza, pero esto no es nuevo, ni mucho menos. Ya en el glorioso año de la Expo, en 1992, la ciudad del futuro, bajo cuyas baldosas corrían kilómetros de fibra óptica cuando nadie sabía que era la fibra óptica; esa isla que cambió la fisonomía de la ciudad por los siglos de los siglos, se inundó cuando cayeron las primeras y únicas gotas que por cierto hicieron acto de presencia durante el evento.

Y es que Sevilla se inunda, y mucho, cada vez que llueve. O si no que les pregunten a los vecinos de Madre de Dios. Y no vamos a descubrir ahora la pólvora, aunque queden 20 días para las elecciones y aunque muchos pretendan pasear este sábado con un fuera-borda entre las baldosas amarillas para arañar algún voto. Como tampoco vamos a descubrir ahora que cuando llueve se forman charcos. Es lo que tiene la gravedad.

14 de febrero de 2008

Las Setas de la Vergüenza

Esta noche ha muerto un mendigo bajo los soportales de la Encarnación. Es el segundo que muere en menos de dos meses, ambos por las mismas causas, da igual las que sean: nadie hace nada. Debe ser duro que únicamente se den cuenta de tu existencia cuando precisamente dejas de existir, al igual que pasar de la indiferencia al olvido con dos días de margen para el remordimiento de conciencia.

Su principal tragedia es que sale demasiado barato darle una solución: no hay un colectivo social detrás; no hay una cultura marginal, no hay una discriminación racial, no hay ancianos malviviendo, no hay niños sin escolarizar, no hay infraviviendas ilegales, no hay nadie con quién hacerse la foto, no hay un foco de captación de votos. Por no haber, simplemente es que no hay nada.

El señor Monteseirín no tiene que darle 42.000 euros a nadie, el señor Zoido no tiene basura que limpiar, el señor Torrijos no tiene argumentos para una justificación social… Simplemente no merece la pena perder el tiempo, y menos a un mes de las elecciones.

En la misma plaza en que unos discuten sobre si unas torres de hormigón son el símbolo del progreso o el símbolo del despilfarro de la ciudad, un hombre ha muerto de frío en Febrero de 2008. En la plaza mas observada, mas criticada, mas alabada, mas vigilada, mas publicada, en el corazón de la ciudad, una vida se ha apagado. Delante nuestra, ante nuestros ojos.

Hoy todos nos hemos despertado con la noticia y todos, unos mas, otros menos, nos hemos quedado tocados. Por pena, por náuseas, por indiferencia, todos hemos vuelto la cabeza cuando al pasar bajo los soportales veíamos la manta, los cartones y el tetrabrick de tinto. Todos, sin excepción. Y hoy todos nos hemos avergonzado, porque todos sabemos que estaba allí. Como hay otros que siguen allí hasta que otra fría mañana alguien se de cuenta de su existencia.

Y es que en Sevilla, en nuestra Sevilla, en la Sevilla de izquierdas y la Sevilla de derechas, en la de Monteseirín y la de Zoido, la de ZP y la de Rajoy, la de la Ser y la de la Cope, la huele a incienso y la que homenajea al Ché, la que mata toros y la que se monta en el tranvía, en la Sevilla del siglo XXI, no hay lugar para los que no tienen lugar. Y esto es tan triste como que mañana, cuando se limpien los soportales, seguiremos debatiendo sobre las Setas.

12 de febrero de 2008

La Periferia

Para el sevillanito clásico, dentro del mono-daltonismo en que se sume muchas veces y donde sólo existe el color albero, todo aquello que se salga de los cánones establecidos en su universo hermético y absolutista no es digno de traspasar el antiguo recinto amurallado de la ciudad, la “Sevilla Eterna” que dicen algunos. Por ello se buscó hace tiempo un espacio etéreo e imaginario en el que albergar estos “trastos modernitos”.

Desde un punto de vista científico-folklórico, la “periferia” podría ser el parque temático al que el sevillanito pretende deportar todo aquello que le molesta o no va acorde con “su” imagen de “su” ciudad. Desde el “legendario” botellódromo hasta las setas de Meyer, pasando por la biblioteca de Zaha Hadid o el tranvía-metrocentro. Algunos envíos periféricos están más que justificados; otros son de chiste.

Quizás en la creación del término “periferia” tenga mucha culpa la Expo 92; el sevillanito veía desde la orilla de su río como crecía una ciudad paralela llena de edificios modernos, de inventos extraños y que se llenaba de guiris; algo que, en circunstancias normales habría sido una aberración a la sevillanía y el buen gusto.

Pero el sevillanito vio que esto tuvo éxito, vio que daba dinero y que el prestigio de su ciudad incomprensiblemente crecía en todo el mundo. Y no solo eso, vio que la ciudad progresaba, que la ciudad se expandía y que la ciudad se modernizaba. Por ello, dentro de un alarde de comprensión, compasión o como se quiera ver, el sevillanito común, por amor a su ciudad, entendió que no todo eran canastillas de caoba y casetas de feria, que había cosas que aunque él no comprendiera eran beneficiosas, y acabó cediendo a la llegada de los nuevos tiempos, las nuevas ideas y los nuevos edificios; eso sí, pagando un peaje, o mas bien, mandándolas lo mas lejos posible.

La primera deportación periférica podría haber sido el Huevo de Colón, esa inmensa mole de bronce que regaló Zurab Tsereteli a la ciudad (aunque viendo la ubicación que se le dio, mas que un regalo parece que fue considerado como un castigo). Y digo podría haer sido porque se supone que él mismo eligió ese sitio personalmente para que colocaran la estatua, pero la verdad, no me creo que un artista pierda su tiempo haciendo un mamotreto de semejante tamaño para mandarlo a un parque que nadie sabe siquiera de su existencia. Pero bueno, es lo que se nos ha contado….

A partir de ahí se dio el pistoletazo de salida para el envío de elementos “incómodos” al extrarradio; envíos que en algunos casos se saldaron con éxito y en otros casos con peor suerte, sobre todo estos últimos años gracias al lavado de cara modernito que pretende darle el señor alcalde a la ciudad, aunque claro, viendo la celeridad y presteza con que se están ejecutando, no me extrañaría que terminaran finalmente rodeados de pisos de Emvisesa en alguna de las nuevas barriadas con las que se quiere callar la boca a los jóvenes.