Cuenta la leyenda que en un recóndito lugar de la Florida se hallaba una fuente que devolvía la juventud a todo aquel que bebiera de ella.
En su búsqueda partieron exploradores y aventureros del Nuevo Mundo que, más allá de riqueza y fama, anhelaban alcanzar la vida eterna bebiendo de sus aguas, pero siempre fracasaron en su empresa.
En Sevilla hay una Fuente que no devuelve la juventud, ni siquiera cura, pero tiene el don de regresar a la infancia al que sacia la sed en sus aguas.
Una Fuente que nace del regazo de una Niña, una Niña rubia y delgada que, de rodillas, inclina ligeramente la cabeza hacia el cuenco donde se recoge el líquido elemento, como si quisiera contemplar a todo el que bebe.
Y así es; bajo su mirada, una mirada que va camino de cumplir medio siglo, la Niña ha visto pasar a generaciones enteras de sevillanos, y no sevillanos; a padres, a hijos, a abuelos, a gente que, cualquier mañana de cielo azul y sol benigno, quiso perderse entre las palomas del Parque de María Luisa.
La Niña de la Fuente es uno de esos intangibles que marcan las edades de nuestra vida, como la rampla del Salvador, los juegos de mano amparados en la oscuridad cómplice de un cine, las lentejuelas y etiqueta en las fiestas de Fin de Año o los “almuerzos campestres” bajo los pinos del parque del Alamillo.
Porque el paso del tiempo se mide en su regazo, bajo su mirada, junto a su cuenco, ese al que los padres aúpan a su hijo sediento después de corretear detrás de las palomas de la Plaza de América.
Ese cuenco donde años después el mismo niño beberá en cuclillas oprimiendo con una mano el pulsador mientras la otra sujeta el paquetito de arvejones.
Ese donde, ya adolescente, llenará una botella de agua con que refrescar los calurosos atardeceres de estío en las escalinatas del Pabellón Mudéjar en compañía de los amigos o buscando la soledad junto a su pareja.
El mismo cuenco donde, cuando la vida haya rodado en su suficiente medida, aupará a su propio hijo para darle de beber.
Y entonces surgirá la magia, volverán a aflorar sensaciones que se creían olvidadas, que permanecían ocultas desde hacía décadas, desde la niñez, arrinconadas en algún inhóspito estante de la memoria.
Y entonces comprenderá que está pisando el mismo albero donde daba torpes carreras cuando apenas si podía mantener el equilibrio de pie, comprenderá por qué sus ojos brillan con la misma ilusión que cuando era un crío al ver como remontan el vuelo las bandadas de palomas, por qué su mirada ha vuelto a perderse entre los arriates buscando esa florecilla escondida que hasta ese momento nadie había podido encontrar.
Y entonces, solo entonces, comprenderá que ha cerrado un círculo, uno de los muchos círculos que hay que cerrar en la vida, ese que se empezó años atrás cuando bebió por vez primera agua del regazo de la Niña de la Fuente.
Yo recuerdo esa fuente de siempre y en unos días cumpliré 56 años.
ResponderEliminarMe encanta beber en ella durante mis caminatas por el parque, como bien dices me recuerda mucho mi niñez.
Un abrazo
El Agua como símbolo. Buen texto. Ya lo dijo aquel: "la infancia es la verdadera patria". Abrazos.
ResponderEliminarHe descubierto el Blog y el Facebook "Sevillanadas" estos últimos días, y me gusta "una jartá". Muchas gracias, Sergio.
ResponderEliminarQué precioso homenaje.
ResponderEliminarUn lugar, quizás "sin historia", pero que está en la historia de prácticamente cada sevillano/a. Bonito homenaje y gracias por tu página
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