A principios de los años 90 Sevilla contaba con dos inmensos solares que podríamos considerar céntricos: uno en el Prado de San Sebastián, otro en la plaza de la Encarnación.
El origen de ambos espacios era distinto, su presente idéntico: el primero databa de la época de Alfonso X, que lo donaba en el siglo XIII a la ciudad para uso y disfrute de sus habitantes, privilegio que parecen respetar escrupulosamente sus gobernantes instalando en el lugar las atracciones estrella de cada época, como el Quemadero de la Inquisición, la Feria de Ganado (luego de Abril), el espacio de conciertos de Cita en Sevilla o, ahora mismo, el circo de Teresa Rabal.
El solar de la Encarnación tiene unas raíces mas nuestras, mas sevillanas, como pudieron constatar las excavaciones arqueológicas que se realizaron en su momento: calles romanas bajo viviendas musulmanas bajo palacios medievales bajo un convento de agustinas bajo un mercado de abastos demolido y abandonado a su suerte. Despropósito tras despropósito.
La Feria de Sevilla, Andrés Cortés (Fuente: Wikipedia)
De esta forma, cuando llega la Exposición Universal, Sevilla muestra al mundo dos solares del tamaño de un campo de fútbol, uno en su centro geográfico, otro en su centro histórico.
Dos solares sin uso ni justificación alguna que, con buen criterio, son urbanizados para despedir y estrenar siglo: uno primero, otro después; uno por un equipo de gobierno, otro por el que lo sustituye.
En ambos se adoptan soluciones radicalmente distintas, una mas económica, otra mas (mucho más) costosa; en el Prado se camina sobre seguro creando un parque con una estética parecida a la que podemos encontrar en cualquier urbanización medianamente decente del Aljarafe, mientras en la Encarnación se levanta un edificio que antes incluso de estar finalizado había hecho que una hermandad modificara su itinerario para evitarlo.
Resumiendo: una obra pasa prácticamente desapercibida, la otra levanta pasiones, a favor y en contra. Una es ahora un lugar de paso, como mucho de descanso; la otra supuestamente situará la ciudad en los mapas de la arquitectura contemporánea, como ya ha hecho su maqueta en el MOMA.
Dos posturas enfrentadas para resolver un mismo problema; continuismo o atrevimiento. Y dos posturas que, por supuesto, han hecho que la típica bipolaridad sevillana vuelva a estar a flor de piel.
Porque, ¿qué camino tomar si, por ejemplo, se demoliera mañana la antigua comisaría de la Gavidia? ¿o la fábrica de Altadis? ¿seguimos exprimiendo el modelo estereotipado de la Sevilla eterna o tratamos de añadirle matices que lo hagan mas variado?
Personalmente lo tengo claro, cristalino: si es factible económicamente (como lo ha sido ahora, porque se ha hecho, o lo era en los 90, cuando se hizo el Estadio Olímpico a precio de Setas), prefiero “lo nuevo” antes que rellenar huecos con modelos copiados de épocas pasadas.
Eso sí, siempre y cuando ese “lo nuevo” sea respetuoso con la ciudad y, verdaderamente, sea “nuevo”. Es decir, siempre y cuando no sea un pastiche como la torre Pelli.