20 de febrero de 2012

La Huerta del Retiro


Dos eran las Huertas que desde tiempos de los musulmanes ocupaban el espacio comprendido entre los Reales Alcázares y el arroyo Tagarete: la de la Alcoba y la del Retiro.
Patrimonio de la Corona, ambas eran lugares de asueto y esparcimiento con una belleza extraordinaria según los testimonios que nos han llegado de los afortunados que tuvieron la ocasión de disfrutarlas, ya que se encontraban separadas del resto de la ciudad por una muralla.

Exteriores de la ciudad desde la huerta del Retiro,
Emilio Sánchez Perrier
(1879)

La Huerta de la Alcoba recibía su nombre de un lujoso cenador levantado por el rey Felipe IV mediado el siglo XVII.
Mucho antes, cuando aún era Sevilla capital de la poderosa taifa de Almutamid, el lugar era conocido como Mary al Fidda o Pradera de la Plata, donde se cuenta que el rey-poeta conoció a Itimad, una humilde alfarera que recogía en las orillas del arroyo el barro necesario para fabricar sus vasijas.

Huerta de la Alcoba y el Cenador a principios del s.XX.
Fuente: Patronato-alcazarsevilla.es

Los límites de esta huerta discurrían a lo largo de la actual calle San Fernando muriendo a los pies del Tagarete antes de que girara bruscamente en la Puerta de Jerez para desembocar junto a la Torre del Oro.
Con el tiempo la Corona cedió a la ciudad los terrenos necesarios para abrir dicha calle, marcando los nuevos límites de la Huerta con un lienzo de muralla que aún hoy permanece como medianera trasera de los edificios que ocupan la acera de los impares. También se conserva la puerta desde la que se accedía desde el exterior, situada junto al Restaurante Egaña-Oriza.

Por su parte, la Huerta del Retiro era según palabras de Félix González de León un lugar “deliciosísimo y variado” donde “los Reyes tienen una gran recreo y amplitud para pasear sin salir a la calle”.
Abarcaba desde la Puerta de la Carne hasta las inmediaciones de la Plaza de don Juan de Austria, cerrándose su lado de levante, lo que hoy sería Avenida de Menéndez y Pelayo, por una muralla almenada que es representada en el dibujo de las afueras de la Puerta de la Carne que el viajero inglés Richard Ford realizó durante su visita a Sevilla por el año 1830.

Afueras de la Puerta de la Carne,
dibujo de Richard Ford (1830)

Poco tiempo sobreviviría esta muralla a la visita de Richard Ford.
Las autoridades sevillanas, influenciadas por las corrientes higienistas, paisajistas, urbanísticas y sociales que a duras penas se abrían paso en la mentalidad española del siglo XIX, solicitaban en 1849 a una jovencísima Isabel II la cesión de parte de la Huerta del Retiro para alinear visual y espacialmente la Puerta de la Carne con la de San Fernando y, de paso, dotar a la ciudad de un nuevo espacio público.
Pero se hizo de rogar la reina, tanto que no entrega los terrenos hasta 1862, trece años después, tras varias evasivas y pesquisas para con el gobierno hispalenses.
De todas formas la espera merece la pena y, aunque tarde, la ciudad ganaba una zona ajardinada para disfrute público que se antojaba bastante necesaria, no en vano aún no existían el Parque de María Luisa ni los Jardines del Prado.
Para separarla de los Alcázares se levantará un nuevo lienzo de muralla que, salvo su tramo último, es el que todavía hoy podemos contemplar.

Paseo de los Lutos será el nombre popular que reciba en un principio, ya que era un lugar melancólico, tranquilo, alejado del bullicio de la ciudad, donde solían pasear aquellos que habían perdido un ser querido.
Y este nombre tendrá hasta que en los años 20 se transforma radicalmente bajo la dirección del arquitecto Juan Talavera, que define sus calles, arriates, flora y levanta el Monumento a Colón junto con la fuente de Catalina de Ribera, nombre que adoptará el Paseo a partir de ese momento.

Pero retrocedamos de nuevo en el tiempo, concretamente a 1911, año en que tiene lugar otra donación real a la ciudad a costa de la Huerta del Retiro.
La excusa en esta ocasión era establecer una conexión directa entre el barrio de Santa Cruz y la Ronda, siendo ahora el nieto de la ya difunta reina Isabel, Alfonso XIII, el que segregue el tramo entre la Plaza de Alfaro y la de los Refinadores, retranqueando el lienzo de muralla por ese lado hasta sus límites actuales, en la calle Antonio el Bailarín.
Como su abuela, también se hizo de rogar el joven monarca, remontándose la primera petición por parte del Consistorio a 1890, recibiendo entonces una elegante negativa por parte de su madre y regente, María Cristina.
Finalmente, 21 años después, cristalizaba la donación regia inmortalizada por un azulejo bajo tejaroz situado en la calle Nicolás Antonio, también creada gracias a la entrega por parte de su propietario de los terrenos necesarios para su apertura.

A juzgar por la obra de pintores de la época como Emilio Sánchez Perrier, José Villegas o Manuel García y Rodríguez, no debía ser esta parte de la Huerta del Retiro de las más mimadas por los cuidadores de los Alcázares.
Sembrados de hortalizas y frutales descuidados, gallinas asilvestradas, las ruinas de la vieja muralla… el lugar “deliciosísimo y variado” de Félix González de León se nos presenta ahora como un espacio abandonado y baldío.

La Huerta del Retiro, de José Villegas Cordero

Será el mismo Juan Talavera el encargado de transformarlo y darle la imagen que podemos disfrutar en la actualidad.
Para ello varía el esquema longitudinal que utilizara en el Paseo de Catalina de Ribera, creando ahora jardines más tupidos y frondosos interrumpidos por pequeñas plazoletas donde coloca fuentes, bancos alicatados de azulejos trianeros y capiteles procedentes de restos arqueológicos.

Así nace, por ejemplo, la Glorieta de José García Ramos, un bellísimo y recoleto rincón donde se reproducen en cerámica varias de las obras más conocidas de este pintor fallecido pocos años antes de que concluyeran las obras.

Tanta aceptación tuvo el nuevo parque que durante un tiempo fue conocido como Jardines de Talavera, aunque por mucho tiempo ya que en 1917, tras una iniciativa popular encabezada por el periódico “El Liberal”, recibirán el nombre de uno de los vecinos mas ilustres y universales que han tenido Sevilla y el propio barrio de Santa Cruz: Bartolomé Esteban Murillo, nombre con el que, actos vandálicos y dejadez municipal aparte, ha llegado hasta nuestros días.


7 comentarios:

  1. Suelo pasear por estos lados casi todos los domingos, y no sabia absolutamente nada de esto. Enhorabuena. Como siempre te digo y ahora te lo digo gritando por eso lo escribo con mayúsculas: ¿PARA CUANDO EL LIBRO?. De nuevo mi ENHORABUENA.

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  2. Soy el mismo anónimo del comentario anterior. Me tienen maravillado esos enormes arboles, que creo son magnolios. ¿que antigüedad tendran.

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  3. Anónimo, supongo que serían plantados por Talavera cuando crea los jardines, ya que según los cuadros y las fotos que han llegado a nuestros días de la Huerta, los árboles que había allí parecían frutales, supongo que naranjos y limoneros.
    Lo del libro... jeje... ya veremos.

    Saludos!

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  4. gracias por la informacion tan detallada.Vivo enamorada de ese entorno,lo he recorrido cientos de veces pero ignoraba estos detalles,a pesar de ser sevilllana , haber nacido mi madre en la plaza de santa cruz y yo en la de pilatos....

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  5. No dejen de ver si tienen la oportunidad, la exposición en el museo del Prado del paisajista español Martín Rico, hay varios oleos y acuarelas de Sevilla desde La Huerta del Retiro, una maravilla

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  6. Justo hace unas semanas reparé por primera vez en ese azulejo que mencionas, y pensé qué de historia hay en esta ciudad que aún se me escapa. Gracias por ir desvelándola!

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Comentarios: