Estas transformaciones han servido entre otras cosas para poner en valor el rico entorno arquitectónico de la zona y para que los sevillanos “descubran” edificios que se podría decir que hasta la fecha habían pasado prácticamente desapercibidos a los ojos de la mayoría de la población.
Sin embargo, estos cambios realizados son ínfimos comparados con las grandes transformaciones que ha tenido la Avenida a lo largo de los siglos. Grandes transformaciones en las que la ciudad, dependiendo del contexto histórico concreto en que se encontrara, ha ido adaptándola y modificando con el fin de solucionar los problemas y obstáculos que el momento demandara.
La idea principal de las próximas entradas es analizar la evolución de la Avenida desde sus inicios hasta nuestros días con el fin de realizar una valoración final sobre la conveniencia o no de tantas transformaciones y si verdaderamente la ciudad se ha beneficiado de las mismas.
Es cierto que en este largo e intenso camino a la largo de la historia se perdieron importantes edificios y auténticas joyas de la arquitectura civil sevillana; pero por otro lado se ganaron nuevos lugares, nuevos espacios y, hasta la fecha, un proyecto de Gran Vía en la que, aunque ahora mismo poco menos que podamos tomarnos un café o comprar un disco, es de suponer (y de esperar) que en los próximos años se producirá una proliferación de comercios y establecimientos que la convertirán en uno de los ejes principales de la vida social hispalense.
Curiosamente la actual Avenida de la Constitución quedaba en su totalidad fuera del recinto amurallado de la antigua Híspalis romana. Digo curiosamente porque a pesar de que hoy se asocia con el centro de la ciudad, durante bastantes siglos ni siquiera estuvo dentro de ésta.
De hecho su tramo inicial estaba ocupado por uno de los dos brazos del Guadalquivir que atravesaban Sevilla, concretamente el que llegaba hasta la calle García de Vinuesa, antigua calle de la Mar, donde se unía definitivamente al río después de dejar una laguna en la actual Alameda de Hércules y otra en la zona de Molviedro.
Eso explicaría que en las obras del Metro efectuadas en 1975 en la Plaza Nueva aparecieran los restos de un barco o, ya remontándonos en el tiempo, que donde hoy se encuentra el Ayuntamiento estuviera hasta el siglo XVI la antigua Lonja de la ciudad.
Durante las siguientes centurias la zona apenas experimenta variaciones: el continuismo visigótico junto al papel secundario jugado en la época califal provoca que durante cerca de mil años Sevilla esté constreñida dentro de unas murallas que no solo eran un obstáculo a su crecimiento, sino que habían quedado tan anticuadas que apenas tenían utilidad, como se encargaron de demostrar los vikingos cuando en los años 844 y 859 saquearon e incendiaron la ciudad.
El ocaso del califato de Córdoba y la creación del reino taifa de los abbadíes primero junto a la llegada de los almorávides después significaron una nueva etapa de esplendor para Isbilya, que se terminó de consolidar en época almohade como la cabeza visible de al-Andalus, lo que supuso un grandísimo desarrollo en todas sus facetas, incluida la urbanística.
Hasta esta época la zona de la Avenida había seguido estando extramuros, existiendo incluso un cementerio en el tramo que va de la Plaza Nueva hasta la Punta del Diamante (la antigua calle Génova), como se encargaron de demostrar las excavaciones realizadas con motivo de las recientes obras del Metrocentro, que sacaron a la luz cerca de 80 tumbas musulmanas. Este cementerio estaba a las afueras de la llamada Puerta de los Alfareros, que estaría situada por los alrededores aunque no se sabe con exactitud su emplazamiento.
Son por tanto los almorávides los que, en vista de que la vieja ciudad heredada de los romanos se había quedado pequeña y con el fin ampliarla y convertirla en la capital de sus extensas posesiones, llevan a cabo la ampliación del cinturón de murallas y por consiguiente de la misma Isbilya.
Aumentar el perímetro amurallado de una ciudad era algo así como hacer en la actualidad un Plan Urbanístico, ya que establecía los nuevos límites de la misma y definía el uso que deberían tener las nuevas zonas anexionadas al exterior. La ampliación almorávide dibujó el contorno de Sevilla hasta el siglo XIX, con lo que podemos hacernos una idea de la importancia que tuvo.
De la Avenida de la Constitución (o lo que actualmente conocemos con ese nombre) tan sólo el sector comprendido entre la Plaza de San Francisco y la calle Almirantazgo pasa a incorporarse a la nueva ciudad, continuando el resto (el tramo que hoy continuaría hasta la Puerta de Jerez) extramuros durante algunos años.
Y es que si bien el perímetro de la muralla había quedado perfectamente definido en el resto de la ciudad, en este sector no termina de estar tan claro debido a las muchas ampliaciones y modificaciones que se producen en el entorno.
La construcción de la nueva Mezquita Mayor en 1172, dado que la antigua de Ibn Adabas (actual Iglesia del Salvador) se había quedado pequeña, junto a las continuas ampliaciones del Alcázar y los nuevos palacios que se construyen en este sector aún extramuros crean un complejo entramado de murallas y cercas de los que aún hoy quedan vestigios como la Torre de Abdelaziz o la Puerta de la Plata.
Pero vayamos por partes; los ataques vikingos de finales del siglo IX, a los que ya se hizo antes referencia, además de destruir la ciudad por dos veces dejaron bastante impresionada a la población. Teniendo en cuenta que la primera visión que tenían de la ciudad los guerreros normandos cuando remontaban el río era precisamente este sector, Abd-al-Rahman III, califa cordobés, establece una Alcazaba (cuartel fortificado) en la zona donde hoy se encuentra el Patio de Banderas, cuyas murallas aún son visibles en la calle Romero Murube y en la Plaza de la Alianza.
Esta Alcazaba es el germen del actual Alcázar, el Dar-Al-Imara, lugar donde vivía el gobernador de la ciudad, y se construyó sobre una serie de edificaciones de origen visigodo entre las que destacaba la Ermita de San Vicente Mártir, considerado primer templo cristiano de la ciudad.
El florecimiento que experimenta Isbilya una vez finiquitado el califato e instaurado el Reino Taifa de los abbadíes tiene bastante repercusión en el sector, ya que los reyes de esta dinastía, especialmente Al-Mutamid, comienzan a embellecerlo con palacios y nuevas zonas residenciales.
Y es que en un principio la ampliación de la ciudad que efectúan los almorávides no llegaba hasta la Puerta de Jerez: proveniente de la Puerta del Arenal, la muralla hacía un giro de cerca de 90 grados antes de llegar al Postigo del Aceite en dirección a la actual Puerta de San Miguel de la Catedral, en esa época Mezquita Mayor. Aún quedan restos de ese lienzo en la Plaza del Cabildo.
Al fondo, el lienzo de muralla de la Plaza del Cabildo
Una vez llegada la muralla a la Avenida, giraba de nuevo otros 90 grados hasta la actual esquina de la calle Almirantazgo, donde estaba la Torre del Aceite, cuya cimentación se encuentra en la actualidad en el sótano del edificio que ocupa su lugar.
En esa torre la muralla de nuevo giraba 90 grados en dirección a la Catedral y atravesaba la Avenida a través de la llamada Puerta de San Miguel, uno de los nuevos accesos a la ciudad.
En principio la de San Miguel era una puerta en recodo, como la mayoría de las existentes en la Sevilla musulmana, pero con el tiempo se anuló esa entrada y se creó un arco de tal anchura que incluso permitía pasar a la vez a dos coches de caballo, aunque ese tema será referido mas adelante.
Siguiendo con la muralla, ésta adquiría gran importancia al atravesar la Mezquita Mayor, donde coincidía con el muro de la qibla. Dice la tradición que la imagen de la Virgen de la Antigua fue pintada al fresco por los cristianos sobre este muro sagrado islámico una vez conquistada la ciudad. En la actualidad el perfil del muro está diferenciado del resto mediante un pavimento de granito gracias al cual nos podemos hacer una idea de su trazado.
Desde la Mezquita Mayor, enlazaba con la antigua muralla romana en la Plaza del Triunfo, continuando por la Alcazaba y enfilando hacia la antigua Borceguinería (Mateos Gago) desde donde llegaba hasta la Puerta de la Carne.
Quedaban por tanto la Alcazaba y el resto de palacios musulmanes fuera de la ciudad, aunque no duraría mucho esta situación, ya que en la primera mitad del siglo XII se ampliaría definitivamente hasta la Puerta de Jerez, marcándose de esta forma el límite Sur de la ciudad definitivamente.
Con esta ampliación se ocupaba también gran parte de la Pradera de la Plata, la Mary al Fidda, entre el Alcázar y el Tagarete, el lugar donde solía pasear la aristocracia musulmana de la época y donde, según cuenta la leyenda, Al-Mutamid conoció a Itimad, la reina alfarera que le acompañó al exilio una vez hubo perdido la ciudad a manos almorávides.
Introducir todos estos edificios dentro de la ciudad junto con sus sistemas defensivos significó que en la zona quedara un entramado de murallas y puertas bastante complejo del que aún hoy día podemos observar algunos vestigios; además de la mencionada Puerta de la Plata y de un pequeño lienzo de muralla en la calle Antonio Rodríguez Buzón, destaca la Torre de Abdelaziz, resto de un tramo bastante importante que comunicaba la Puerta del León del Alcázar (de hecho, la muralla aún discurre por la medianera de las viviendas de la calle Santo Tomás, a la que asoma con otro torreón) con la Torre del Oro, atravesando nuevamente lo que actualmente sería la Avenida.
Se sabe que estaba situada otra puerta por esta zona, concretamente en la esquina de Joaquín Hazañas con Santander, aunque su existencia debió ser bastante efímera.
Quedaba por fin integrada en la ciudad todo lo que actualmente conocemos como Avenida de la Constitución, aunque su forma distara muchísimo de lo que hoy día podemos ver.
Como se dijo anteriormente, hasta la ampliación del perímetro amurallado a la Puerta de Jerez la Avenida abarcaba tan solo desde la Plaza de San Francisco, donde hemos dicho se encontraba la sede central de las Pescaderías (aunque el puerto quedaba ya bastante lejos) hasta la Puerta de San Miguel, donde, una vez franqueados los límites de la ciudad musulmana, se esparcían los edificios a los que se ha hecho referencia anteriormente; no se puede por tanto hablar de este tramo como una calle o vía propiamente dicho, simplemente porque no existía y porque, una vez incorporados estos terrenos a la ciudad, tampoco es que tuviera la calle una continuidad directa hasta la Puerta de Jerez. De hecho, esta continuidad no ha existido hasta la Exposición Iberoamericana de 1929, cuando son derribadas todas las edificaciones que, como los antiguos palacios musulmanes, atravesaban la actual Avenida. Pero ese tema se tratará mas adelante.
Tenemos por tanto una vía estrecha y angosta que a partir de la esquina conocida popularmente como Punta del Diamante se ensanchaba considerablemente (casi tanto como podemos apreciar hoy en día) coincidiendo con el lateral de la Mezquita Mayor de la ciudad.
Esta diferenciación se mantuvo tras la reconquista, llamándose el primer tramo calle Génova mientras que el segundo, más ancho y cómodo, se llamaba Gradas. En esta calle estaba la Pila del Hierro, una de las fuentes mas antiguas de la ciudad que debe su nombre a que a sus pies se vivió uno de los episodios bélicos mas importantes de la toma de Sevilla, de tal magnitud que se cuenta que aún varios siglos mas tarde era fácil encontrar restos de espadas y lanzas simplemente con excavar un poco en sus alrededores. La Pila del Hierro desapareció en 1618 al construirse el Sagrario de la Catedral.
Fue ésta una de las calles mas populosas e importantes de Isbilya, llegando a ser uno de los centros económicos de la ciudad gracias a su cercanía al Puerto y a la Alcaicería de la Seda (actual calle Hernando Colón), condición que mantuvo también durante la época cristiana hasta el punto de llegar a tener su propio Alguacil de las Gradas, encargado de velar el orden y decoro de la calle, aunque para ese entonces la media luna ya había dejado de ondear sobre las almenas de la vieja Alcazaba.