Por ello, encontrar en las entrañas del altillo de mi habitación una vieja bolsa verde de Mercamabel no podía significar otra cosa que, cuando menos, retroceder en el tiempo un buen puñado de años, los años que (a juzgar la antigüedad de esa cadena de supermercados) llevaría la bolsa cerrada (quién sabe por qué motivo se cerró), y lo mas importante, los años que tiene el contenido que se encuentra en su interior…
Quizás sería un destacamento del Séptimo de Caballería versión clicks de Playmobil, o podría tratarse de los últimos restos que quedan de mi vieja tropa de He-Man y sus Masters del Universo, o lo mismo eran unas cartillas de Rubio extraviadas después de cualquier verano. Fuera lo que fuese, el paseo nostálgico por los primeros años noventa estaba garantizado, ya que la antigüedad de la bolsa de plástico así lo hacía presagiar.
Es curioso, pero la cronología de un barrio o de una calle se puede establecer recordando los distintos supermercados que han pasado por ella; los San Eloy, Mercamabel o Supercanguro de antaño han sido hoy día sustituidos por los Mercadona o El Jamón. Memoria urbana en estado puro.
Lo que se se encontraba dentro de la bolsa, como suponía, no defraudó para nada. Ante mi tenía varios equipos de chapas, forrados de tela, con sus escudos, sus nombres y toda la parafernalia que dictaban los cánones, garbanzo-balón incluido. Una reliquia.
Durante unos minutos el tiempo se detuvo mientras buceaba entre los distintos equipos, los jugadores, los recuerdos… el Sevilla de Toni Polster, Ramón o don Francisco López Alfaro, el Betis de los Pumpido, Yáñez y Poli Rincón, las grandes gestas de la Quinta del Buitre, los inicios de Cruyyf en el banquillo del Barcelona; retazos de la historia reciente del fútbol reducidos a tapones de Cruzcampo forrados por trozos de tela.
Crear un equipo de chapas era todo un ritual, además de una auténtica labor de artesanía; desde la búsqueda de los tapones mas planos y perfectos hasta reunir al menos once estampas del equipo que se quería fabricar en las que recortar los nombres y los escudos pertinentes, todo ello pasando por los trapos para forrar las chapas o los rotuladores con los que colorear las equitaciones. Un completo ejercicio de paciencia y creatividad que hoy, desgraciadamente, se ha perdido.
Esta época, el final del verano y por tanto inicio de la Liga de Fútbol, era precisamente uno de los puntos álgidos de la temporada de chapas, que duraba hasta mediado el Otoño, cuando hacía demasiado frío para estar sentado en el suelo disputando los partidos y campeonatos que se celebraban entre la chavalería.
Y no sólo estaban los equipos de fútbol: de las chapas también salían vueltas ciclistas y, cuando ya estaban inservibles, los topes de las cuerdas de los trompos; y es que los distintos juegos y diversiones se solapaban entre ellos: los citados trompos o peonzas con sus púas carniceras y las ollas donde expiaban sus pecados los mas torpones, las bolas con el nicli, nacle, chonacle, el teje, la lima, el elástico… juegos con personalidad propia, reglas propias, canciones propias, en definitiva, vida propia.
Es curioso, pero por el precio de las estampitas (que yo dejé a 2 duros y ya me parecía caro, así que no quiero ni saber a cuanto están a día de hoy), de un trompo (no mas de 5 duros) o de unas cuantas de canicas, en fin, con un muy bajo presupuesto, pocos medios y mucha imaginación, conseguíamos que los tres meses de vacaciones se nos hicieran cortos.
Sin duda, eran otros tiempos en que una generación de niños ejercía de bisagra entre dos épocas bastante diferenciadas, conjugando juegos y tradiciones heredadas del pasado con nuevas diversiones basadas en los últimos avances tecnológicos que poco a poco se abrían paso en forma de consolas de videojuegos u ordenadores de pantallas monocromo; la misma generación que mas adelante, según la época y la campaña de marketing del momento, fue llamada sucesivamente de los JASP (primer anuncio que nos etiquetó mediados los 90), luego Generación X y ahora mileuristas.
Esos niños que apurábamos el bocata de nocilla mientras Adela Cantalapiedra y su traductora de sordomudos daban el Avance Informativo para estar merendados y no perder ni un solo detalle de Barrio Sésamo; esos mismos que teníamos a Ángel Nieto de enemigo público número uno, ya que no entendíamos como la disputa de un Gran Premio de motos podía suspender el capítulo dominical de Willy Fog; los mismos que cargábamos la cinta en el Spectrum o el Amiga 500 para dejarnos los ojos matando marcianos en pantallas verde fosforito; los mismos que el Día de Reyes lo pasábamos lloviera o hiciera frío en la calle con nuestras nuevas adquisiciones desde primera hora de la mañana: todo regalo era susceptible de ser bajado a la calle ese día, desde los juguetes hasta la ropa (recuerdo el año en que las calles sevillanas se llenaron en pleno mes de Enero de niños vestidos con la horrible equipación amarilla del portero ruso Dassaev (supongo que la asistencia a clase el día después disminuiría considerablemente por mor de los resfriados que pillarían los pobres chavales…)).
En la actualidad los días 6 de Enero lo que menos se ve en la calle, desgraciadamente, son niños; y no es precisamente porque no se hagan regalos, ya que los contenedores están repletos de cajas de cartón que lo atestiguan. Simplemente, los tiempos han cambiado.
Empezando por las mismas calles de la ciudad, ahora convertidas en grises terraplenes de cemento y asfalto. Sin albero en el que hacer el hoyo donde colar las bolas, la rueda donde bailar el trompo o el rectángulo donde clavar la lima, poco o nada se puede hacer.
Como ejemplo me basta asomarme a la plaza de mi barrio, hasta hace pocos años un parque de albero con columpios, toboganes y otros juegos que hoy día se ha convertido en una calle ancha con cuatro bancos colocados de forma estúpida y sin sentido; curioso que se haya trasladado todo este antiguo mobiliario infantil a plazas céntricas de la ciudad, como la Alfalfa, mientras ha desaparecido de los barrios, donde se supone que hay mas niños. Lo de siempre…
Si bien en sus inicios era posible compatibilizar el Emilio Butragueño o el Capitán Sevilla con las partidas de chapas, el avance continuo en tecnologías y medios, el realismo conseguido en los juegos, el continuo bombardeo de la publicidad, unido a una nueva sociedad cada vez mas individualista y encerrada en sí misma (sobre todo a tempranas edades); consiguió primero comer terreno y finalmente ganar la partida a los juegos tradicionales, hasta casi erradicarlos en la actualidad.
Si Carlos Marx decía que "la religión es el opio del pueblo", en nuestros tiempos, con televisión, consolas, internet y demás inventos, se podría decir que la población es politoxicómana. Más aún si hablamos de la gente joven. Y es que hoy nadie va a convencer a un niño a que reúna 22 tapones de botella, los forre de tela, los pinte y se tire al suelo para jugar un campeonato de chapas pudiendo bajarse el Pro-Evolution del emule y jugar un campeonato del mundo en un LCD de 32 pulgadas….
Es así de triste y de cruel, pero bueno, siempre nos quedarán las bolsas extraviadas del Mercamabel para recordarnos que hubo otros tiempos, otros juegos y, por qué no decirlo, otros niños.