La calle Yuste es uno de esos lugares de Sevilla que no suele enseñarse nunca.
En su mayor parte ocupada desde hace varios años, demasiados, por un solar abandonado que lo mismo sirve de aparcamiento en superficie a los vecinos como de inmenso lienzo a graffiteros y otros artistas de lo urbano, el entorno es bastante desolador si tenemos en cuenta que los pocos edificios aún en pie se encuentran prácticamente abandonados o en ruinas.
Curiosamente la triste realidad de la calle Yuste podría considerarse una metáfora de su propio pasado y del pasado industrial de la misma ciudad de Sevilla.
Y es que, aunque hoy pueda resultarnos imposible imaginarlo, el silencio que domina cada uno de los rincones de esta calle era roto hace siglos por el ruido de telares, de cientos de telares, de miles de telares que no solo ocupaban la práctica totalidad de edificios de Yuste y alrededores, el llamado Compás de San Clemente, sino que se expandían por la gran mayoría de barrios y collaciones de la ciudad, como San Lorenzo, Omnium Sanctorum o la lejana Santa Lucía.
Telares que empleaban a decenas de miles de personas encargados de manufacturar todo tipo de tejidos, sobre todo de seda, que desde el Guadalquivir eran exportados a las lejanas Indias, a la refinada Italia, a los Países Bajos o se vendían en la legendaria Alcaicería de la Seda, hoy calle Hernando Colón.
Tal fue la importancia que llegó a tener este gremio que contaba incluso con una calle propia, la actual Arte de la Seda, en la que, según un privilegio concedido por el gobierno municipal, estaba expresamente prohibido molestar o estorbar a los trabajadores bajo pena de multa, cárcel o lo que fuera pertinente.
Pero todo se acabó. La buena estrella de Sevilla fue apagándose poco a poco, lentamente, al tiempo que el ruido de los telares se hacía cada vez menos intenso, hasta quedar en silencio.
Sin que apenas se hicieran esfuerzos por evitarlo, en pocas décadas la industria textil desapareció de la ciudad. Miles de telares fueron abandonados, la calle Arte de la Seda quedó vacía e incluso se olvidó su nombre. A nadie parecía importarle, incluso se vería normal, ya que Sevilla se desangraba a todos los niveles, y éste no era sino uno más.
Hubo tímidos intentos por rescatar el viejo arte de la seda, arraigado a la ciudad desde tiempos de los musulmanes, pero fue en vano.
Mientras en otras regiones del Reino se favorecía la implantación y desarrollo de fábricas textiles con leyes que rayaban la obscenidad, flexibilizando aranceles o concentrando el capital, en Sevilla los telares habían desaparecido prácticamente en el siglo XIX. Otras industrias ni siquiera llegaron.
Y así la Revolución Industrial pasó de puntillas por la ciudad, por Andalucía y por gran parte del país, dejando como mucho sucursales de los grandes emporios septentrionales, restos y migajas sobrantes del tributo que el Reino debía pagar para mantener su cohesión.
Quizás por eso cuando la semana pasada escuché las palabras de Francisco Homs, uno de esos politicuchos que intentan desviar la atención de sus fracasadas gestiones lanzando cortinas de humo en dirección contraria, lo que de siempre se ha llamado “hacer la perdiz”, vinieron a mi memoria estas imágenes de la calle Yuste y su triste historia.
Porque… quién sabe donde tuvieron que irse los trabajadores de la seda cuando se cerraron los telares… quizás algunos se emplearan en la agricultura, o se enrolaron en la flota de las Indias, o en el ejército… o se dedicaron al pastoreo.
No sería de extrañar que muchos incluso emigraran al barrio de Gracia para seguir trabajando en el mismo gremio de sus antepasados. Quién lo sabe…
Es lo que tiene buscarse la vida mientras a otros les facilitan una Revolución Industrial, aunque muchos parece haberlo olvidado, como se ha olvidado la calle Yuste.
Me ha gustado mucho el enfoque que das al tema, te felicito.
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