Ser mimo en Sevilla es, posiblemente, una de las profesiones más duras que existen.
Y es que debe ser difícil, muy difícil, permanecer inmóvil, impasible, estático, mientras infinidad de colores, sensaciones, olores, sonidos… mientras la vida misma, en definitiva, fluye a tu alrededor como torrente de agua pura sin mirar atrás.
El mimo es una isla que pone algo de calma en esa mar revuelta y bulliciosa que conforman las calles de Sevilla.
Todo es desorden y caos más allá del cestito de mimbre donde se amontonan las pocas monedas que dan sentido a estos hombres de purpurina gris.
A su alrededor, se abren y cierran las puertas automáticas de los centros comerciales de Tetuán, se alternan el rojo con el verde en el semáforo de Alemanes y los veladores de la Avenida pasan del cafelito a la cerveza y de ésta al gin tonic.
Mientras tanto, el mimo permanece quieto, silencioso, brazo erguido, cabeza en escorzo y postura imposible, cultivando el arte de la paciencia en un mundo impaciente, ajeno al lenguaje de las miradas, a las sonrisas de los niños, a la luz… y, sobre todo, ajeno al tiempo.
Esto último es lo más fascinante de estas estatuas humanas, y a la vez su mayor tragedia: el secreto indescifrable que les permite permanecer anclados en el tiempo, en un instante preciso, en un intervalo concreto de la eternidad, mientras todo sigue su curso.
Porque nadie sabe como controla un mimo el tiempo, en qué se basa y menos aún en qué lo miden: en minutos, en segundos, en suspiros, en miradas, en vuelos de golondrina…
Aunque, realmente, ¿a quién le importa? ¿para qué saberlo? Solo lograríamos que se perdiera la magia, que se deshiciera el hechizo que los mantiene fuera de nuestro mundo impersonal y convulso, que los aleja de ser un granito más de arena en el inmenso desierto de lo cotidiano.
Por eso prefiero ser egoísta, cómplice de su tragedia, y permanecer feliz en mi ignorancia, sorprendiéndome cada vez que los encuentro dando forma a las calles de Sevilla.
Es lo mínimo que se puede hacer por respeto al que, quizás, sea el trabajo más difícil del mundo.