23 de marzo de 2014

La tragedia de ser Mimo en Sevilla


Ser mimo en Sevilla es, posiblemente, una de las profesiones más duras que existen.
Y es que debe ser difícil, muy difícil, permanecer inmóvil, impasible, estático, mientras infinidad de colores, sensaciones, olores, sonidos… mientras la vida misma, en definitiva, fluye a tu alrededor como torrente de agua pura sin mirar atrás.

mimos de Sevilla


El mimo es una isla que pone algo de calma en esa mar revuelta y bulliciosa que conforman las calles de Sevilla.
Todo es desorden y caos más allá del cestito de mimbre donde se amontonan las pocas monedas que dan sentido a estos hombres de purpurina gris.
A su alrededor, se abren y cierran las puertas automáticas de los centros comerciales de Tetuán, se alternan el rojo con el verde en el semáforo de Alemanes y los veladores de la Avenida pasan del cafelito a la cerveza y de ésta al gin tonic.
Mientras tanto, el mimo permanece quieto, silencioso, brazo erguido, cabeza en escorzo y postura imposible, cultivando el arte de la paciencia en un mundo impaciente, ajeno al lenguaje de las miradas, a las sonrisas de los niños, a la luz… y, sobre todo, ajeno al tiempo.

Mimos de Sevilla


Esto último es lo más fascinante de estas estatuas humanas, y a la vez su mayor tragedia: el secreto indescifrable que les permite permanecer anclados en el tiempo, en un instante preciso, en un intervalo concreto de la eternidad, mientras todo sigue su curso.
Porque nadie sabe como controla un mimo el tiempo, en qué se basa y menos aún en qué lo miden: en minutos, en segundos, en suspiros, en miradas, en vuelos de golondrina
Aunque, realmente, ¿a quién le importa? ¿para qué saberlo? Solo lograríamos que se perdiera la magia, que se deshiciera el hechizo que los mantiene fuera de nuestro mundo impersonal y convulso, que los aleja de ser un granito más de arena en el inmenso desierto de lo cotidiano.
Por eso prefiero ser egoísta, cómplice de su tragedia, y permanecer feliz en mi ignorancia, sorprendiéndome cada vez que los encuentro dando forma a las calles de Sevilla
Es lo mínimo que se puede hacer por respeto al que, quizás, sea el trabajo más difícil del mundo.


16 de marzo de 2014

Nieva en Sevilla (II)

Ahora sí, nieva en Sevilla.
No hace falta buscar postales añejas de hace sesenta años ni revolver en los polvorientos anaqueles de la memoria para ver la ciudad cubierta de un manto blanco: todos los años, en cuanto Marzo mayea, las calles se llenan de pétalos de azahar, como queriendo ocultar los últimos estertores de un Invierno moribundo que llega a su fin.
Y así, caen cientos, miles… infinitos copos inmaculados que, desprendidos de las ramas de los naranjos, pregonan la Primavera que está por llegar bajo un cielo azul turquesa.

Azahar

Nieva en Sevilla.
Nieva a los pies del crucero centenario de la plaza de Santa Marta, donde dicen que se escuchan los latidos de la Giralda cuando el silencio gobierna.
Nieva en los patios de Pío XII, entremezclándose el aroma del azahar con el olor a puchero recién hecho que escapa por los ventanales de las cocinas.
Nievan pétalos de nácar claro, imitando la luz de la Luna cuando cae la noche sobre el horizonte eterno de la calle Castilla.
Nieve inmaculada y limpia, como el rincón del alma donde se escribe el primer beso de un amor nacido al arrullo de la fuente de la plaza de doña Elvira.

Sí, no hay duda: nieva en Sevilla, ciudad soñada, para que vuelva a ser niña por Primavera.

Nieva en Sevilla


2 de marzo de 2014

Un Beso para la Ciudad Dormida

De la ciudad dormida, muy pronto, sólo quedará la noche.
Como liberada de un mágico hechizo, de una ensoñación finita y caduca, Sevilla irá despertando en los días que están por venir poco a poco, muy lentamente, casi sin que nos demos cuenta.
Así, abrirá los ojos clavando sus pupilas en el infinito azul del firmamento; se mirará en el Río como si fuera un espejo de plata; despertará, uno tras otro hasta cinco veces, todos sus sentidos; y, sobre todo, volverá a la Vida

Sevilla, ciudad dormida

Tampoco es que hubiera estado muerta los gélidos meses que ahora quedan atrás. Ni mucho menos. 
Ya lo decía Manuel Ferrand: a Sevilla el frío le sienta de maravilla.
La ciudad se torna durante ese tiempo mustia, silenciosa, quieta; es invadida por una belleza melancólica, como la princesa encantada de un cuento de hadas que espera el beso mágico de un príncipe azul que le devuelva la alegría.
Y ese príncipe azul, ese beso, es la Primavera.

Sevilla en Primavera

Es un beso que entremezcla el olor espontáneo del azahar con el humo bendecido del incienso; un beso que esboza fugaces siluetas de vencejos entre las cornisas de las estrechas calles del barrio de San Vicente; un beso que llena de claveles y gitanillas los maceteros de los balcones de la calle Feria.
Es un beso amarillo albero y ceniza; que suena a racheo acompasado de sandalias de costaleros; que se emociona al escuchar el llanto de una guitarra junto a los muros milenarios del Callejón del Agua
Es un beso pausado, lento, cadencioso, como contagiado de esa Luz que, al llegar el ocaso, trata de ocultarse cada día un poco mas tarde tras las azoteas y tendederos de Triana para no dar paso a las sombras de la noche.

Un beso que, en definitiva, abrirá al Sol un camino entre las nubes y los fríos del invierno para dar sentido a la Vida, para dar sentido al Tiempo y, por supuesto, dar sentido a la Eternidad.
Así fue, así ha sido, y así será siempre en Sevilla
Por los siglos de los siglos.

Turris Fortissima