23 de febrero de 2014

La calle Génova hace 100 años

En la Sevilla de antaño la Avenida de la Constitución, simplemente, no existía. 
Una sucesión de calles, todas diferentes en amplitud, tamaño e incluso orientación, hacían que fuera imposible llegar en línea recta desde el Arquillo del Ayuntamiento hasta la Puerta de Jerez.
Realmente esto no suponía ningún problema: así había sido siempre y así podría seguir siendo incluso hoy. Pero el sevillano, novelero por antonomasia, suele tener un cierto puntillo esnobista que le lleva a imitar las últimas tendencias, lo que se está haciendo en otros lugares, por encima de todas las cosas, a veces incluso de su propia esencia…. 
Y como el último grito urbanístico desde que el tándem Haussman-Napoleón III arrasara el París histórico para construir el prototipo de ciudad moderna eran las grandes Avenidas, Sevilla se subió al carro y proyectó su propia Gran Vía.

Al principio estas aspiraciones eran casi una quimera, etéreos castillos en el aire levantados por ilusos soñadores, pero con el paso de las décadas la idea fue tomando forma y, con el dinero de la Exposición Iberoamericana, al fin pudo llevarse a cabo.
Con la piqueta en plan estelar, se ensanchó donde había que ensanchar, se derribó donde había que derribar, se alineó donde había que alinear… y la Avenida pasó a ser una realidad en una de las transformaciones urbanísticas estelares de la historia de la ciudad.
Eso sí, el precio fue caro: manzanas de casas, el Colegio de Santo Tomás o la antigua Universidad de Santa María quedaron sepultadas bajo la que desde entonces será nueva arteria principal de la ciudad, contándose entre las “víctimas” la protagonista del paseo centenario que recrearemos en esta entrada: la calle Génova.

Avenida de la Constitución
La Avenida en 1922: ha terminado el ensanche
de la calle Génova - Imagen: Génova Café-Bar

2 de febrero de 2014

El Costurero de la Reina y los Jardines de los Montpensier

Al hablar del Costurero de la Reina me gusta imaginar a una muchacha bellísima y delicada, cualquiera diría que nacida en los pinceles del mismísimo Murillo, que asoma enamorada a las almenillas dentadas de este romántico pabellón.
La mirada la tendría perdida en el horizonte, más allá de la Dehesa de Tablada, en ese punto exacto donde el Río se convierte en una simple línea que se funde con el azul infinito del Cielo.
Sus pensamientos están mucho más cerca, a escasos metros, entre las blancas columnas del templete de la Isleta de los Patos, el estanque donde su amado, el rey Alfonso, le juró amor eterno con el canto de los jilgueros que despedían al Sol antes de ocultarse tras los tejados alfareros de Triana por testigo. 

Y es que la belleza atrae a la belleza, eso es incuestionable.
Sólo así se entiende que la voz popular haya convertido a María de las Mercedes, “princesita hermosa” que primero enamoró a los sevillanos, después a un Rey, más tarde a todo un país y finalmente a la Historia, en Reina de un Costurero que parece sacado de un cuento de hadas, aunque en realidad ni siquiera llegó a conocerlo. 

María de las Mercedes
El Costurero de la Reina