20 de abril de 2012

Antes de la Expo: La Isla de la Cartuja

En 1982 Sevilla asumía el reto de organizar una Exposición Universal que conmemorase el 5º Centenario del Descubrimiento de América por Cristóbal Colón.
El lugar elegido para albergar esta muestra será la isla de la Cartuja, por aquel entonces unos terrenos de labranza situados alrededor de lo que fue Monasterio de Santa María de las Cuevas, levantado sobre una antigua ermita fundada por el arzobispo Gonzalo de Mena en 1400.
Cuenta la tradición que en este lugar fue encontrada una imagen de la Virgen dentro de una cueva, de ahí la advocación primero de la ermita y luego del monasterio.

Siendo durante siglos uno de los mas famosos y pujantes Monasterios de la ciudad, podría decirse que de toda Andalucía, quedó arruinado en tiempos de la invasión napoleónica, perdiendo la mayoría de sus riquezas, como vimos en la serie de artículos en que tratamos las columnas del Pasaje Gámez Laserna, procedentes de uno de sus claustros.
Adquirido por la familia Pickman, en el siglo XIX se transforma en una fábrica de loza y porcelana, tomando una curiosa configuración arquitectónica al entremezclarse los elementos religiosos originales con otros propios de su nuevo uso fabril como las chimeneas.
Y así, fabricando porcelana, llegamos a los años 80, cuando la Cartuja es adquirida por el Estado para ubicar sobre sus terrenos la Exposición Universal.
El sueño había comenzado.


15 de abril de 2012

La mermelada del Titanic

Se conmemora estos días el centenario del naufragio del Titanic, el tristemente célebre trasatlántico británico donde perdieron la vida 1517 personas tras chocar con un iceberg.
Con la firme convicción de que era insumergible, este enorme palacio flotante que alcanzaba la altura de un edificio de 11 plantas comenzaba su viaje inaugural el 10 de abril de 1912 partiendo de Southampton con destino a Nueva York, donde nunca llegaría ya que el impacto con un témpano de hielo lo partía en dos la madrugada del día 15.

El RMS Titanic (Wikimedia)

El RMS Titanic era a principal apuesta de la compañía White Star Line para controlar el tráfico entre Europa y América en un tiempo en que la aviación comercial se encontraba aún en estado embrionario.
Para conseguirlo la compañía encarga tres inmensos trasatlánticos gemelos, el Titanic, el Olympic y el Britannic, con los que hacer frente a su principal competidora, la empresa Cunard, que contaba con otros dos gigantescos edificios flotantes: el Lusitania y el Mauritania.
Curiosamente todos se hundieron entre 1912 y 1916, salvándose únicamente el Olympic y el Mauritania, que fueron desguazados a mediados de los años 30.

El Titanic y el Olympic (Wikimedia)

Aunque la versión oficial apunta al infortunio como causa del hundimiento del Titanic, hay diversas teorías que conjeturan si éste fue provocado para hacer desaparecer algún valioso cargamento que supuestamente llevaba a bordo.
Por un lado se podría hablar de cargamento humano, puesto que en el naufragio murieron tres de los principales magnates estadounidenses del momento (Benjamin Guggenheim, Isador Strauss y John Jacob Astor) curiosamente opuestos a la creación de un Banco de Reserva Federal que, con ellos ya desaparecidos, se haría realidad al año siguiente.
Otra teoría señala el fabuloso cargamento material que escondían los bodegas del barco, concretamente un fabuloso alijo de lingotes de oro con el que se pensaba comprar armas cara a la escalada armamentística que se estaba produciendo en la Europa del momento, justo antes de la Primera Guerra Mundial. Este alijo habría sido descubierto por los espías alemanes ocultos en Inglaterra, que habrían provocado el desastre.
Sin embargo en esta historia hablaremos de un cargamento mucho más sencillo, simple y en todo caso real, ya que fue reclamado años después a la compañía White Star Line por su propietaria, Edwina Celia Troutt, superviviente del naufragio: una máquina de hacer mermelada.

Edwina Celia Troutt (findagrave.com)

Edwina, también llamada Winnie, tenía 27 años cuando se embarca en el Titanic.
Nacida en Bath, una bellísima ciudad del sudoeste de Inglaterra, emigra en 1907 a Estados Unidos para trabajar como profesora, pero no parece irle muy bien y a los 4 años decide regresar al hogar familiar.
Sin embargo será muy breve esta nueva estancia en las Islas, ya que su hermana Elsie, que se había quedado en Massachussets, manda un mensaje comunicándole que se encontraba encinta y le gustaría que asistiera al nacimiento de su hijo.
Winnie no lo duda, vuelve a hacer las maletas y reserva un pasaje en el Olympic para regresar a Estados Unidos al lado de su hermana, aunque una serie de problemas con la agencia White Star Line la llevan a embarcarse definitivamente en su buque gemelo, el Titanic.
Así, parte de Southampton aquel famoso 10 de abril de 1912 llevando entre su equipaje una máquina para hacer mermelada, quién sabe si por antojo de su embarazada hermana.


La “marmelade” es uno de los elementos imprescindibles de la gastronomía inglesa.
Curiosamente su relación con Sevilla es bastante estrecha, de hecho se cuenta que el primer lote comercializado de este producto lo fabricó la escocesa Janet Keyller a finales del siglo XVIII aprovechando un cargamento de naranjas amargas que su marido traía desde un huerto hispalense.
Así el fruto del naranjo sevillano pasa a ser en el principal ingrediente de la confitura, consolidando esta condición pocos años después cuando las tropas inglesas con el duque de Wellington a la cabeza entran en la capital andaluza durante la Guerra de la Independencia y quedan entusiasmados con el exquisito toque que daban las naranjas amargas.
Desde ese momento y durante muchas décadas, el cinturón de huertas y haciendas que rodeaban Sevilla pasa a convertirse en fuente inagotable de marmelade para las islas Británicas, hacia donde partían cargamentos de cítricos continuamente.

La Huerta del Retiro, cuadro de José Villegas.
Son muchas las huertas sevillanas de finales del XIX plantadas con naranjos amargos.

Quién sabe si era un antojo de su hermana o simplemente que Winnie estaba enamorada de esa confitura amarga de raíces andaluzas que no había conseguido encontrar durante su anterior estancia en tierras americanas; lo cierto es que decide llevar consigo una máquina para fabricar ella misma la mermelada.
Al parecer esta “marmelade machine” no era más que un pequeño cutter con el que se cortaban las naranjas amargas en rodajas perfectas para la elaboración de la confitura.
Pero se perdió en el fondo del mar aquella fatídica madrugada del 15 de abril junto a la vida de más de 1500 personas.
Afortunadamente Winnie logró salvarse en el bote número 16 llevando en brazos al pequeño Assad Thomas, un bebé de cinco meses que le había entregado su padre antes de desaparecer en las gélidas aguas del Atlántico.
Ambos son rescatados por el Carpathia y trasladados a tierra firme junto al resto de supervivientes de una tragedia que no olvidarían el resto de sus vidas.
Y parece ser que tampoco olvidó Winnie su máquina de mermelada; era tal el cariño que pareció haberle cogido al aparato que una vez repuesta sicológicamente del desastre elevó una reclamación a la compañía White Star Line por un montante total de 8 dólares y 5 centavos.
Es de suponer que tarde o temprano recibiría el importe, porque tiempo tuvo para cobrarlo, no en vano Winnie murió en 1984 a los 100 años de edad, los mismos años que se han cumplido ahora de la tragedia y los mismos que lleva su máquina de mermelada bajo las frías aguas del Atlántico y… quién sabe si también un lote de naranjas amargas sevillanas con los que hacer realidad el antojo de su hermana parturienta.
Eso ya nunca podrá saberse...

Restos sumergidos del Titanic (Wikimedia)