31 de octubre de 2010

Y el porquero protestó...


“La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

Agamenón: —Conforme.

El porquero: —No me convence.”

Las palabras que Antonio Machado pusiera en boca de su maestro Juan de Mairena sirven para ilustrar la situación que vive actualmente el fútbol español con el reparto del pastel televisivo, un reparto desigual y desproporcionado que ha anulado la competitividad del campeonato y de paso ha convertido la otrora Liga de las Estrellas en el cortijo particular de Madrid y Barcelona, tanto a nivel futbolístico como mediático.

Todo ello lo explica Rubén Uría en este artículo y lo combate desde su blog una iniciativa de aficionados que pretenden evitar la defunción del llamado deporte rey ante el desolador panorama que se avecina en los próximos años.

Siguendo con los términos machadianos, nuestro Agamenón futbolero tendría dos cabezas, una merengue, la otra blaugrana, y dos manitas agradecidas que por un lado le hacen palmas y por otro llevan a su boca los trozos mas suculentos de la tarta a cambio de dejarlos soplar las velas.

Evidentemente, sin olvidar la inestimable colaboración de la prensa afín a este Agamenón bicéfalo, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido: tanto para acuñar términos que excusen la mediocridad del engendro liguero actual (miedo escénico, presión mediática, cagómetro), como para informar al detalle del tinte de pelo del niñato idolatrado de turno como para, si es necesario, dejar en simple anécdota puñetazos, cochinadas y agresiones que de estar por medio cualquier otro equipo serían sinónimo de sanción ejemplar. Del estamento arbitral ni hablo, simplemente da asco.

El siguiente escalafón lo conformaría una amplia mayoría de porqueros con distinto rango y categoría, ya que como el sabio de la fábula los hay que comen altramuces mientras otros se tienen que conformar con las cáscaras, pero todos porqueros al fin y al cabo: de primera, de segunda, de tercera…. Y a mucha honra.

La verdad que defienden Agamenón y sus dos palmeros les reportaría casi el 50% del dinero de las televisiones, repartiéndose el resto entre los porqueros de Primera y Segunda. Ni los señores feudales lo tenían tan bien montado allá por la Edad Media.

Los porqueros no están convencidos; algunos se quejan, otros incluso alzan la voz. Es lo único que les queda. Agamenón tiene la sartén por el mango, el poder, los medios, el control y la bendición de los que mandan. Los porqueros solo pueden rebelarse y protestar, protestar y protestar para, al menos, conseguir que entre los pectorales de CR7 y los chalecos de Guardiola la prensa deje un huequito para su voz. Tarea difícil, pero también es cierto que solo así funciona este bendito país.

Si la rebelión de porqueros fracasa mucho me temo que la competitividad de nuestro fútbol se reducirá a ver quién gana el clásico (y con ello la Liga) y adivinar la terna que desciende de categoría. Una pena, pero no hay opción para más.

Esperemos que al final gane la lógica. En caso contrario (estamos en España), teniendo en cuenta que mañana comienza el mes de Noviembre, no estaría mal que la próxima jornada se rezara un responso por el eterno descanso de la Liga.

27 de octubre de 2010

Ciudadano Sánchez Dragó

No puedo ser objetivo hablando del ciudadano Sánchez Dragó. Simplemente me cae mal; fatal. No creo que sea un intelectual, ni un tipo culto y mucho menos alguien con quién perder el tiempo mas de 5 minutos. De hecho aún sigo sin explicarme qué diantres hago dedicándole una entrada en el blog, aunque no sea precisamente para adularlo.
De una forma u otra, el ciudadano Sánchez Dragó ha obtenido patente de corso para decir todo tipo de tonterías almidonadas con palabrejos culturetas que suelen ser bendecidas por los Quinteros de turno además de hacerlo protagonista de zápines y tertulias radiofónicas en las que hace gala del sinsentido del humor con el que lo ha dotado Dios o la buena de su madre (la del susodicho ciudadano Sánchez Dragó, por supuesto).
Al ser un tipo polivalente, el ciudadano Sánchez Dragó también tiene libros, escritos por él o por su negro, pero libros al fin y al cabo: con sus hojas, sus pastas e incluso letras formando frases. Como decía Mayra Gómez Kemp, hasta ahí puedo leer, ya que evidentemente nunca se me ha pasado por la cabeza hacer eso mismo con ninguna de sus creaturas. O de su negro.
Esta es mi opinión personal, y pongo en negrita ese personal; lo mismo resulta que servidor es tan tonto que no sabe apreciar el talento del ciudadano Sánchez Dragó, ni de reconocer su vastísima cultura o de entender su agudo sentido del humor. Resumiendo, que lo mismo el imbécil soy yo.

Supuestamente, tras asistir a la polémica suscitada respecto a las dos niñas japonesas de trece años con las que dice haberse acostado en su nuevo libro, se deberían haber despejado todas mis dudas, ya que tamaña gilipollez sólo lo puede salir de la mente de un necio, y no de un necio cualquiera: un necio integral. Ni siquiera del negro de un necio, ya que no creo que nadie se preste a escribir tal atrocidad.
Pero nada mas lejos de la realidad, al contrario. Un tonto no hace eso. Un tonto escribe tonterías, o se las escriben, pero fanfarronear de algo tan grave como mantener relaciones sexuales con menores va más allá, mucho más allá. De hecho creo que es delictivo.
Si para colmo, como se empieza a rumorear, todo forma parte de una estrategia de marketing para vender el libro, es para apagar e irse corriendo: ¿dónde está el límite? ¿cualquier cosa es válida en este momento? Y lo que es peor, ¿realmente hay gente capaz de comprar un libro solo por el morbo de leer como un señor se acuesta con niñas? Dicho de otra forma, ¿acostarse con un menor es reclamo publicitario?
No se que es peor, que este tipo se trajine dos lolitas japonesas o que lo cuente para vender libros, aunque sea mentira. Y que se lo publiquen. Y que piensen que con esa estrategia venderá más. Y que encima la gente lo compre.
El tema es desolador, ya que puede comprenderse que existan tipos sin escrúpulos, pero lo grave es que haya gente que lo permita, gente que lo promocione y, peor aún, un público potencial que, aunque solo sea “por curiosidad”, se pueda sentir atraído por ésto.
Apena pensar que el nivel de podredumbre de nuestra sociedad ha llegado a un punto tal en el que a un señor, sea el ciudadano Sánchez Dragó o Pepito el de los Palotes, le puede parecer bien alardear de ésto. Ética, moral, valores... Mala cosa.
Solo espero, ciudadano Sánchez Dragó, que si tiene una nieta menor de edad o el tantra le falló en los últimos dieciocho años, no se la trajine nunca un tipo de su calaña.

24 de octubre de 2010

Y un buitre llegó a Sevilla...

Tal y como lo leen, el jueves pasado apareció un buitre en Andalucía Residencial.

Tirando de memoria, el último buitre que yo recuerdo haber visto por estos lares llegó en AVE allá por el 94 y le endosó cuatro goles al Sevilla en el Sánchez Pizjuán antes de irse a probar suerte a tierras aztecas. Aclaro que en este recuento “buetril” paso por alto los especímenes que pululan por las discotecas los fines de semana, ese es otro nivel.

El de este jueves vino volando y no jugaba al fútbol, aunque también es verdad que nadie le brindó oportunidad alguna de demostrar su presteza con el balón en los pies. O en las garras.

Los que saben de buitres dicen que estaba de paso: que si sólo quería hacer la digestión, que si estaba desorientado, que si era joven… prácticamente lo ponen como el buitre más tonto de todos los buitres. Yo no estoy de acuerdo, creo que el pájaro sabía bastante bien lo que hacía y donde se metía.

Para empezar se quedó en Sevilla Este; no se le ocurrió pasar de la SE30 y menos aún probar suerte a adentrarse en el Centro, no fueran a echarle la fotito de rigor con lo del nuevo Plan de Tráfico del Casco Histórico, que te controla pero no te controla y te multa sin multarte, al menos por ahora.

Seguramente sabía que acababa de posarse en una ciudad cojonuda, en la que solo se hacen cosas cuando los políticos tienen los cojones de corbata porque las elecciones están a la vuelta de la esquina: y activan planes, recuperan proyectos, doblan turnos en las obras y hasta cumplen promesas, que ya es decir.

Sabía que llegaba a la tierra de las oportunidades en el momento oportuno, ese en el que con solo levantar la voz el periódico tendencioso de turno te saca en portada y con suerte te lleva de invitado a su radio tendenciosa; en el que a cada protesta le sucede una promesa (o varias), aunque no se las crea nadie; en el que por arañar un voto nuestros ilustres próceres dejan a Mortadelo a la altura de un principiante realizando actividades de lo mas insospechadas.

También sabía que dependiendo del partido político que se le acercara podría sacar mayor o menor tajada: que uno le daría vueltas en el coche eléctrico y elevaría sus quejas al Parlamento; que otro le prometería un local para buitres junto a los patinadores de la Plaza Nueva y los heavys de la Sala Q, ya puestos incluso un tenderete en el futuro mercado de flores de Plaza de Armas; por pedir, podría lograr hasta un carril-buitre si lograba convencer a otro.

Todo ello sin olvidar que esta ciudad es tradicionalmente un paraíso gastronómico para buitres y buitresas, con sus contenedores de basura eternamente volcados por los buscadores de chatarra y algunos jardines tan asilvestrados que en su interior no se orientaría ni el mismísimo Tarzán de los monos.

Quizás los planes del buitre se truncaron demasiado pronto, pocas horas después de su aterrizaje en Sevilla Este, pero visto lo visto de tonto nada; al contrario, habría hasta que aprender de él…

21 de octubre de 2010

La Barriada de las Chucherías

Hace algunos meses, con motivo de la entrada sobre el Polideportivo Macarena a principios de los años 60, un comentarista anónimo nos regalaba una curiosa anécdota de la Barriada del Carmen que traigo a continuación:.

“Esta Barriada del Carmen de la Macarena, (pues había otra Barriada del Carmen la del Elcano, que era de los trabajadores de esta Empresa), fue llamada por un tiempo la Barriada de las Chucherías, por los nombres de sus calles, Y dato curioso en estos pisos (muy pequeñitos por cierto, que tenían tres dormitorios, salón cocina y cuarto de ducha, con inodoro lavabo y ducha) era tal la cantidad de niños que vivían en esta Barriada, que el primer año que salió la Procesión de la Virgen del Carmen, comenzaron al oír la música salir de sus casas tal cantidad de críos, que los músicos se perdieron unos de otros. Estos pisos se vendían por 100 pesetas al mes y creo que eran a pagar en 20 años, entonces no había nada de las consabidas hipotecas de hoy día, que tanto encarecen las viviendas, como todos sabemos.”

Aunque uno sea algo/bastante lento y distraído, por ahora tiene palabra y, como me comprometí en ese momento a buscar más fotografías de la época, traigo a estas líneas una vista aérea de la Barriada que puede fecharse alrededor del año 1962, poco antes de que el arquitecto Fernando Barquín y Barón diera por terminadas las obras.

La vieja Huerta del Carmen es un nuevo barrio y sus tierras de labor están ahora ocupadas por una cuadrícula de bloques (1) donde se distribuirán las mas de 400 viviendas en las que el Real Patronato de Casas Baratas pretende alojar a los antiguos inquilinos de céntricos corrales de vecinos y otros edificios desahuciados.

Todavía no está terminada la parroquia de San Leandro (2), en la plaza de la Ciruela, lugar de culto de la Virgen del Carmen a la que hace referencia nuestro comentarista; como tampoco lo está el grupo escolar (3) donde se impartirá clase a los numerosos niños de los que también habla, pero la fisonomía del barrio ya está perfectamente definida.

No pasa lo mismo con los alrededores, donde tenemos que echar a andar la imaginación si queremos encontrar parecido alguno con la actualidad.

Empezando por la esquina inferior derecha, donde encontramos una calle León XIII (4) sin asfaltar y sin colmatar, aunque ya se han levantado algunas viviendas, varias de las cuales aún hoy siguen en pie.

En sentido contrario a las agujas del reloj aparecen huertas y más huertas: Macarena (5), Cerezo (6) y Palmilla (7), separadas por un camino de albero que esboza la actual Ronda de Pío XII, entonces una simple defensa de la ciudad frente a las temibles riadas.

Una calle mas “consistente”, la actual Doctor Fedriani, separa nuestra Barriada del Polideportivo Macarena (8), con su portadilla de acceso y sus pistas de atletismo, al que le quedaban pocos años para ser derribado y trasladado a Chapina.

Y acabamos este recorrido con el Hogar Virgen de los Reyes (9), al que aún no se le ha añadido la Piscina ni las demás instalaciones deportivas, del que nuestro amable comentarista cuenta otra anécdota con la que pondremos punto y final a esta entrada.

“En lo referente al hogar Virgen de los Reyes, estuvo un tiempo paralizadas las obras de construcción y fue utilizada por vagabundos, y como había tal cantidad de chinches y pulgas, fue denominada como Hotel Guitarra.”

17 de octubre de 2010

El Reloj de la Casa sin Balcones

Las manecillas del reloj de la Casa Sin Balcones se detuvieron pasadas las ocho y media. Lo que no podría poner en pie es el momento exacto en que esta parada se produjo; bien pudo ser una mañana de Septiembre, con los rayos del sol se adivinándose tras los edificios de la calle Tetuán; o días mas tarde, en Octubre, cuando el siempre incomprensible cambio horario regala 60 minutos más de luz a los que madrugan.

Aunque claro, no es descartable que hubiera tenido lugar en uno de esos atardeceres veraniegos en los que el calor concede la bendita tregua nocturna que durante unas horas resucita la ciudad o, quién sabe, una noche cerrada de invierno, de calles vacías, frías y silenciosas. Cierto es que si un reloj parado es útil dos veces al día, adivinar cuando se detuvo también es dos veces más difícil.

Tampoco tenía mucho sentido que siguiera funcionando. Silencioso albacea de una época que se fue, una época en la que los relojes aún no se habían convertido en el simple adorno que son en nuestros días, con unas vidas tan cronometradas que ni siquiera es necesario saber la hora.

Una hora que quedó quieta algún día pasadas las ocho y media (de la mañana o de la tarde), dejándolo sin otro uso ni otra justificación que ser un recuerdo de tiempos no muy lejanos, tiempos que él mismo marcaba.

Y así permanece, como un recuerdo más de la calle O’Donell en un mundo que hoy le es ajeno, como también le es ajeno a las columnas toscanas del palacete barroco que se levantaba en el número 23, hoy una tienda de telas, o a la portada de la antigua casa-palacio de los Concha y Sierra, ahora un simple adorno del pasaje Manuel Alonso Vicedo. Reminiscencias de un pasado que se ha respetado, o simplemente ignorado.

Un pasado que en este caso comenzaba hace casi 100 años, cuando el comerciante Eduardo González encarga a José Espiau, arquitecto, la construcción de un edificio en el que llevar a cabo sus subastas y almonedas en la esquina formada por las calles O’Donell y Olavide.

Un edificio que se haría al gusto de la época, al gusto de Sevilla cuando Sevilla tenía gusto y no necesitaba importarlo de otras latitudes, llámese personalidad. Ese gusto que el mismo arquitecto había proyectado magistralmente años atrás en el edificio Ciudad de Londres de la calle Cuna o en esa portada oficial de la Avenida que es la Adriática; y un gusto que, en ese momento, estaba dando forma a una de sus obras mas admiradas: el Hotel Alfonso XIII.

Y aparece el ladrillo visto, a imagen y semejanza de los palacetes mudéjares; los azulejos cromados en blanco y azul cobalto, como en los campanarios de las iglesias; la ventana de doble vano y parteluz cubierta con tejaroz, la balaustrada cerrando el perímetro de la azotea, las granadas rematando las pilastras. Aparece, en definitiva, ese lenguaje estilístico que había desempolvado el orgullo de una ciudad anclada desde hacía siglos.

Pero hete aquí que Espiau quiere hacer algo diferente, quiere dar una vuelta de tuerca o, al menos, aportar un sello característico que señale esta esquina dentro del callejero hispalense. Y no coloca balcones

Una pequeña revolución para la Sevilla de la época, que en un alarde empírico bautizará el edificio como “La casa sin Balcones”, nombre que adopta su dueño gustosamente para el local que instala en la planta baja. Curioso como cambian los gustos, lo raro hoy día es lo contrario, encontrar terrazas o balcones en construcciones de nueva planta.

Acaba José Espiau su flamante “Casa sin Balcones” en 1919 y al año siguiente abre Eduardo González su comercio, colocando un reloj en la misma fachada del edificio, precedente del que traemos a esta entrada.

Precedente porque, como se ha comentado antes, eran otros tiempos, con otras costumbres, otra forma de vida y demasiadas “otras cosas”, entre las que se contaban los tranvías. Tranvías que comunicaban la Magdalena con la Campana, tranvías que pasaban por la estrecha O’Donell y tranvías que, en ese “pasar”, vibraban, y mucho. Tanto que el reloj se paraba e incluso corría el riesgo de desprenderse y caer al estrecho acerado de la calle.

Diez años tardan los dueños en tomar cartas en el asunto y en 1931 lo quitan de la pared, sustituyéndolo por el que hoy vemos, exento de la fachada gracias a cuatro brazos de forja donde el modernismo de la época también dejó su elegante huella.

Desde ese momento el reloj de la Casa sin Balcones se convierte en testigo de los cambios que hasta nuestros días se suceden en la calle y, en general, en toda la ciudad. Marca la hora, marca el tiempo, marca la vida.

Y presencia como la almoneda se hace primero joyería, ahora tienda de accesorios. Como los tranvías dejan paso a coches y autobuses, ahora a peatones y bicicletas. Como los raíles son tapados con asfalto, ahora con grises baldosas. Presencia el tránsito de la ciudad a lo largo de los años, con sus aciertos y sus errores, sus miserias y sus grandezas, su evolución y sus pasos atrás.

Porque son muchas las cosas que han cambiado desde que Espiau terminara las obras, tantas que ya nadie busca la hora a mitad de la calle O’Donell, aunque el reloj permanezca en su sitio, inmóvil (nunca mejor dicho); la Casa sin Balcones también, aunque poca gente recuerde ya su nombre. Quizás sea porque el tiempo de ambos se paró un día pasadas las ocho y media, da igual si mañana o tarde.

13 de octubre de 2010

La edades de la Alcaicería de la Seda

Para comprender los orígenes de la Alcaicería de la Seda hay que retroceder en el tiempo cerca de 800 años, a las últimas décadas del siglo XII, cuando el almohade Abu Yacub decide trasladar la capital de su califato a la musulmana Isbilya.

Por ello comienza un sinfín de obras e infraestructuras encaminadas a engrandecer su corte de nuevo cuño y ponerla a la cabeza de las grandes urbes medievales del momento, restaurando los Caños de Carmona, tendiendo el Puente de Barcas sobre el Guadalquivir, mejorando las Atarazanas y, sobre todo, desplazando el centro de poder que desde tiempos de los romanos se aglutinaba en el eje Salvador-Alfalfa hacia las proximidades de la Dar Al Imara, nombre de la fortaleza que años más tarde daría origen a los actuales Alcázares.

En pocos metros concentra el poder militar (la ya mencionada Dar Al Imara), el religioso (empezando las obras de la nueva Mezquita Mayor, alminar incluido) y el comercial, que se plasmará en un recinto rectangular de callejas, viviendas y tiendas de lujo a los pies del Patio de los Naranjos: la Alcaicería de la Seda.

Al imaginar la Alcaicería de la Seda es inevitable pensar en un gran centro comercial especializado en artículos de lujo, unas Galerías LaFayette a la musulmana; su acceso se producía desde el Arco de los Traperos, un grueso postigo posiblemente fabricado en ladrillo que se cerraba por las noches para aislar el zoco del resto y, en definitiva, acotar una ciudad comercial dentro de la misma ciudad.

Se encontraba este Arco en el cruce de la actual Hernando Colón con Florentín, dando paso a una bulliciosa y alegre calle en la que inmediatamente nos veríamos envueltos por las voces de los mercaderes alabando las virtudes de sus productos, los pregones de los vendedores ambulantes con sus tinglados de quita y pon o por las típicas discusiones entorno al precio de esa alfombra o cortina que había encaprichado al visitante que en principio solo estaba allí por curiosidad. A buen seguro que en horas de máxima afluencia resultaría bastante difícil escuchar la llamada del muecín desde los alminares de las mezquitas cercanas.

Mas tranquilas y sosegadas, las pequeñas callejas que abrazaban este eje principal serían un paréntesis de asueto para el visitante del zoco, que tendría la oportunidad de visitar con calma una amalgama de tiendas en las que perderse entre un sinfín de tejidos, telas o paños de extraordinaria calidad antes de emerger a la vorágine del Arco de la Rosa, a los pies del Patio de las Abluciones de la Mezquita Mayor, donde daría por finalizado su periplo, seguramente con algunos dinares de menos en el bolsillo.

Pero poco tiempo le quedaba a los musulmanes para disfrutar de su remozada ciudad; si la Alcaicería de la Seda alcanza rápidamente fama y prestigio, los almohades lo pierden a igual velocidad, la misma a la que desaparece Al Andalus, y así en 1248 el caudillo Axataf entrega las llaves de Sevilla a Fernando III de Castilla, que pone fin a más de 500 años de presencia andalusí entre sus calles.

La Rendicion de Sevilla, Charles Joseph Flipart

Sobre los cimientos de la Isbilya mora pretende edificar el Rey Santo la Sevilla cristiana, por lo que sus actuaciones son en un principio meramente simbólicas: fija la residencia en el Alcázar, la Mezquita se adapta a la religión conquistadora y cede el zoco musulmán a los trabajadores de la seda sin hilar, que gustosamente se asientan en las tiendas y viviendas abandonadas.

El esplendor de la ciudad se recupera, el de la Alcaicería con ella, y de nuevo sus calles se llenan de mercaderes, comerciantes, clientes, curiosos, en definitiva, de vitalidad. Con ellos traen una nueva forma de vivir, nuevas costumbres, nuevas ideas y, por supuesto, una nueva religión, que rápidamente toma posiciones entre las calles del zoco: la media luna es sustituida por la cruz, y es precisamente una cruz lo que coloque el propio San Fernando al inicio de la calle que había entregado al gremio de los tundidores, frente a la mezquita que pocos años después su hijo Alfonso cederá a los genoveses y junto a un pozo que con el tiempo dará origen a una de las fuentes mas señeras de la ciudad.

La Sevilla cristiana se asienta mientras el zoco se dispara en importancia, tanto que poco a poco extiende su área de influencia hacia calles aledañas a la vez que empiezan a instalarse nuevos gremios, principalmente relacionados con el trabajo de la plata y la orfebrería en general.

Aunque el núcleo sigue siendo el primitivo mercado musulmán, todavía un recinto independiente unido al resto de la ciudad por los Arcos de la Rosa y de los Traperos sobre los que se encontraban las casas de los alguaciles encargados de cerrar las puertas al caer la noche, los límites reales de la Alcaicería llegan ahora hasta la plaza de San Francisco, donde aparecen los primeros comercios de los plateros, que incluso labran capilla para su patrón, San Eloy, en el vecino convento franciscano.

El visitante, por tanto, encontraría ya en la misma plaza las tiendas de los plateros, que compartían sitio con los tundidores y los lenceros. Calles atrás quedaban los chicarreros, expertos en calzado infantil, los chapineros, fabricantes de otro tipo de calzado, o a nuestra derecha los talleres de los batihojas (actual Cabo Noval), labradores del oro. Frente a nosotros, joyas y tejidos daban colorido a una calle en la que sería fácil tropezarnos con don Pedro Duque Cornejo y otros artistas de la época interesados en los trabajos de orfebrería que allí se desarrollaban.

Una calle no muy ancha, flanqueada por edificios porticados similares a los que aún se conservan en Alemanes o en las bodeguitas del Salvador, en los que se aprovechaba el porche para exponer el género que hará las veces de reclamo hacia el interior, donde estaría la tienda. Oculta en algún rincón, una escalerilla nos llevaría a la planta alta, donde estaba la vivienda del vendedor.

Y, todo hay que decirlo, una calle poco salubre, normalmente encharcada por los escapes de la cercana fuente de Mercurio Argifonte, que nos recibía con la pintura de la Virgen de los Reyes que desde finales del siglo XIV había sustituido la cruz que mandara colocar el Rey Santo y nos despedía con un Calvario de bellísima factura apoyado en el Arco de los Traperos, junto al lugar donde los alfayates tenían sus sastrerías (actual Rodríguez Zapata).

A partir de ahí, de nuevo el entramado heredado del viejo zoco musulmán y que los comerciantes de la seda habían adaptado a sus necesidades, como por ejemplo haciendo portones y arquillos que los comunicaran con las calles de los Mercaderes (Álvarez Quintero) y de los Genoveses (Avenida).

La zona a finales del s. XIX, cuando aún se conservaban los antiguos postigos. Fuente: lafotograficaband.org

Pero tarde o temprano tenía que llegar el declive, y éste comienza en el momento mas inesperado, cuando la ciudad llega a su punto máximo de esplendor: en el Siglo de Oro. Sevilla se convierte en Puerto de Indias, el comercio se traslada al entorno del Arenal, si acaso a la zona de las Gradas, quedando el viejo zoco fuera del nuevo circuito comercial.

Sobra decir que si en la época de mayor prosperidad de Sevilla nuestra Alcaicería está en crisis, cuando la propia ciudad entra en barrena el viejo mercado está prácticamente en ruinas.

Así, cuando en 1679 el Marqués de Sofraga inspecciona el recinto no sólo constata que ya se venden en sus calles todo tipo de artículos, habiendo desaparecido esa mercadería de lujo que tanto renombre dio al zoco en siglos precedentes, sino que la mayor parte de las tiendas se encontraban cerradas desde hacía años.

El deterioro es ya imparable, el lugar se convierte en un recinto inhóspito, insalubre, oscuro, peligroso, tanto que según refiere Montoto el consistorio comienza a derribar los primeros portalones a partir de 1778, labor que simbólicamente podríamos dar por finalizada a mediados del siglo XIX cuando la piqueta manda al baúl de los recuerdos al Arco de la Rosa y al de los Traperos, cuya desaparición sitúan algunos historiadores en 1853. Trece años antes había sido retirado de la calle Tundidores un retablo de la Virgen de los Reyes que desde 1556 ocupaba el lugar de una vieja pintura medieval; el Sagrario de la Catedral era su nuevo destino.

7 de octubre de 2010

¿Fusión o trampa?

Que usted tiene que hacer un viaje y quiere encomendarse a alguien: San Cristóbal le atiende a mano izquierda. Que está estudiando unas oposiciones y no le vendría mal una ayudita divina para rascar un poco más de nota: a su derecha, Santo Tomás. Que no hay milagro que valga, lo que necesita es que alguien reparta un buen par de hostias sin consagrar: San Murai, en el centro, dispuesto a lo que sea.

Pero no se equivoque, no estamos ante un altar globalizado ni visitando un muestrario de santos populares en el Festival de las Naciones; la foto de Rafa Borondo está tomada frente al escaparate de un chino, de un chino cualquiera, donde se ha realizado lo que en lenguaje culinario podríamos definir como “gazpacho religioso”.

Y es que si el españolito medio es incapaz de combinar nada más allá de la botella de JB con coca-cola los fines de semana (y al segundo suele irse ya la mano…), nuestros vecinos orientales no tienen escrúpulos a la hora de improvisar mezclas de todo tipo, género o estilo.

Quizás por eso parece que no les afecta la crisis, por esa capacidad innata de coger lo mejor de un lado para unirlo con el otro. La foto es un ejemplo: que no ayuda San Cristóbal, tiramos del samurai, alguno obrará el milagro.

Muchos lo llaman fusión; no lo niego, pero también es verdad que otras veces hacen trampa, y no lo digo precisamente por la foto.

3 de octubre de 2010

Tras los pasos de la Alcaicería de la Seda (I)

Sevilla es una ciudad contradictoria. Mientras sus calles son sistemáticamente alicatadas con azulejos y placas conmemorativas de eventos, efemérides o cualquier otro motivo que el personal considere imprescindible “eternizar”, hay auténticas joyas olvidadas desde hace décadas, incluso siglos, que prácticamente vegetan a la espera de que alguien las ponga en valor o, en el peor de los casos, el paso del tiempo precipite el punto y final de su existencia.

Un ejemplo se encuentra en la antigua iglesia de San Clemente, nombre olvidado del Sagrario de la Catedral, en un rincón de la capilla de la Concepción donde, entre enseres del Corpus Christi, cuelga un viejo retablo de madera en estado de conservación algo precario que representa a la Virgen de los Reyes con San Fernando a sus pies.

En principio podría considerarse como una representación más de las muchas que hay y hubo en Sevilla hacia su patrona de lo eclesiástico (el título de patronaa secas” lo ostenta la Virgen del Pilar), de hecho se trata de una pintura sobria, de trazas antiguas, sin otro valor aparente que el de su antigüedad.

Pero hay que seguir observando para apreciar un detalle que confiere a este retablo una importancia capital, que lo hace único: y es que en la parte inferior aparece un letrero, de difícil lectura dado el escorzo que hace la posición de la imagen y el obstáculo que representa el estandarte colocado enfrente, con las siguientes palabras:

“Estas Ymágenes de Nª Sª de los Reyes y S Fernando se veneraron en su retablo C Tundidores 284 años y se transladaron a esta cap. por un devoto el año 1840”

Nada nuevo en un principio, de hecho todo entra dentro del guión que tantas veces hemos escrito en este blog: representación religiosa que a mediados del siglo XIX, dentro de la corriente desacralizadora en que estaban inmersas las autoridades hispalenses, es cambiado de lugar o simplemente eliminado. Ya lo vimos con las cruces de Omnium Sanctorum o con la cruz de la Parra que estuvo en la calle Monsalves.

En este caso tendríamos un retablo dedicado a la Virgen de los Reyes (se contaban tres más por aquella época, uno en Placentines, otro en Toqueros y uno más en la Puerta de la Macarena, de los que no se sabe nada desde ese mismo 1840) que es trasladado al Sagrario por un devoto tras decidir las autoridades su retirada de la calle Tundidores. Y es aquí donde reside la singularidad de esta imagen: en su emplazamiento original, una calle de la que ya no queda rastro alguno, apenas esta huella oculta en una pequeña capilla.

Para comenzar a desgranar esta historia hemos de conocer en primer lugar el enclave de esa calle de los Tundidores, nombre que recibían aquellos que se encargaban de tundir, o lo que es lo mismo, cortar e igualar con tijera los paños de las telas.

Palabra que suena a gremio antiguo, como el de los chapineros o el de los chicarreros, que aún dan nombre a sendas calles del entorno de la Catedral, precisamente por allí se encontraban nuestros tundidores, en concreto a lo largo del tramo de la actual Hernando Colón que va desde la Plaza de San Francisco hasta Florentín, donde quiebra para enfilar la Puerta del Perdón.

Que estos señores estuvieran aquí instalados no es casualidad, y es que además de los dos gremios antes citados, también se encontraban por los alrededores las calles de los Plateros, de los Batehojas, de los Alfayates (sastres), de los Gorreros… oficios en muchos casos desaparecidos que tienen un nexo común: el trabajo de joyas y tejidos, objetos de lujo en la época medieval, como de lujo era el recinto que los agrupaba: la Alcaicería Mayor o de la Seda.

Fue esta Alcaicería de la Seda el mas importante de los mercados que tuvo la Isbilya musulmana primero y la Sevilla cristiana después, una importancia que no se basaba en el volumen de comercio, sino en lo que dentro se vendía: alhajas, sofisticadas sortijas, telas y paños de finos tejidos, ropa suntuosa… en definitiva, un zoco especializado en género elegante y caro que no estaba al alcance de todos los bolsillos.

Se organizaba alrededor de una calle principal, el primer tramo de Hernando Colón si arrancamos desde la Puerta del Perdón, a la que convergían varias callejas dispuestas simétricamente dando forma a una especie de retícula ortogonal, con lo que quedaba un recinto cerrado con sólo dos puertas en los extremos: el Arco de la Rosa, en la confluencia con Alemanes, y el de los Traperos en Florentín. Con el paso del tiempo llegó a adquirir tanta importancia que se quedó pequeño, extendiéndose hacia las zonas aledañas, tanto que la misma Plaza de San Francisco llegó a estar bajo su influencia.

Hoy apenas quedan vestigios que lo recuerden: los arcos de entrada desaparecieron a mediados del siglo XIX, las tiendas de los comerciantes antes, de las callejas internas sólo hay pequeños tramos sin salida ya que la mayoría están cerradas u ocupadas por viviendas y patios de luces; de ahí la importancia de este olvidado retablo de la Virgen de los Reyes, una de las pocas huellas no borradas de esta Alcaicería de la Seda que intentaremos reconstruir en la próxima entrada.