30 de junio de 2010

Un paseo por la Fábrica de Artillería

Un regalo envenenado. Tomo prestadas estas palabras de Priscila Campos, la simpática guía del programa “Luces sobre la Memoria” en las visitas que se están realizando estos días a la Fábrica de Artillería, para definir la sensación que me dejó este inmenso edificio entregado recientemente por el Ejército a la ciudad de Sevilla.

Más de 20.000 metros cuadrados de naves, galerías, almacenes y otras instalaciones fabriles con un futuro incierto y un presente confuso.

Creo que el principal problema de la Fábrica de Artillería es su estado de conservación, que no es malo estructuralmente hablando pero lamentable por la dejadez y abandono con que ha sido entregado, tanto que prácticamente es imposible darle un uso a corto-medio plazo sin realizar una fuerte inversión económica (se estima que unos 70 millones de euros).

La Fábrica de Artillería no hay que verla desde un punto de vista unitario sino más bien como un conjunto de edificaciones que a lo largo de los años se van superponiendo primero y luego modificando en función de las necesidades de la propia industria.

El germen lo pone Juan Morel a mediados del siglo XVI ubicando en unos terrenos cercanos a la Puerta de la Carne, junto al arrabal de San Bernardo y al arroyo Tagarete, su Fundición de Bronce, una empresa familiar que con el tiempo fue adquiriendo importancia, tanta que de sus hornos saldría uno de los símbolos de la ciudad: el Giraldillo.

La Fundición de la familia Morel pasa a manos estatales durante el reinado de Felipe III, aunque no es hasta el siglo XVIII cuando se crea la Fábrica de Artillería propiamente dicha, concluyéndose en tiempos de Carlos III (concretamente en 1785).

A partir de entonces comienza una producción que acabará a finales de los 80, cuando se desmantelan los talleres y hornos, quedando tan solo la parte administrativa en uso, mientras el resto se destina a cochera o, simplemente, abandonado.

Este paseo virtual nace con la intención de que podamos hacernos una idea del estado actual del edificio y de la importancia que puede tener la puesta en valor de este trozo de nuestro pasado para comprender el presente y esbozar el futuro.

Lo primero que encontramos al acceder a la Fábrica (01) es un tramo de la antigua calle Almonacid, hoy Cristo de la Salud, salida natural del barrio de San Bernardo hacia el Camino Real que en tiempos era la actual Avenida Eduardo Dato, tramo que tras las sucesivas ampliaciones llevadas a cabo a lo largo de los años quedó integrado dentro del edificio. De hecho al fondo de la imagen podemos ver la puerta que conectaría con el arrabal.

Las baldosas de esta antigua calle Almonacid nos llevan a la primera de las edificaciones de la fábrica propiamente dicha, el llamado corral de escorias (2), una inmensa nave dividida en 3 crujías que se asienta sobre la antigua Fundición de Bronces de la familia Morel.

Sobre los restos de esta fábrica se alzaría en 1735 este inmenso espacio, que apoya su vano central en arcos de medio punto y en gruesos muros los medianeros; espacio en el que aún pueden verse restos del mecanismo con el que se abrían las compuertas de la cubierta para airear los residuos y desechos generados por la producción propia del edificio.

Acto seguido se pasa a los talleres de afino (3), una nave menos espectacular y de reciente construcción asentada sobre una estructura metálica. La peculiaridad principal de la misma está en la cubierta, en forma de diente de sierra y orientada hacia el Norte, lo cual provoca una diferencia de temperatura considerable respecto a la edificación anterior.

Llegamos a uno de los espacios mas impresionantes del conjunto, la Fundición Antigua o Chica (4), que data de 1735 y bajo cuyos lucernarios vieron la luz por vez primera los leones que flanquean las puertas de las Cortes de Madrid, conservándose el molde original en Capitanía.

Las bóvedas apoyadas en gruesos pilares de ladrillo, degolladas en algunos tramos, dan al edificio un aire a lugar sagrado, un tono místico que, evidentemente, rompe la suciedad y deterioro que encontramos entre sus paredes.

Es sólo el anticipo de la Nueva Fundición o Catedral (5), sin duda el espacio mas espectacular del conjunto. Construido en 1759, todo se magnifica en ella: altura, escala, dimensiones. Hasta la suciedad.

De las bases de sus pilastras, forradas por planchas metálicas con el símbolo de la granada incendiada que podemos ver también como remate de la verja de acceso desde el exterior, parten bóvedas a distintas alturas (para fabricar cañones de diferente calibre) rematadas por lucernarios y por la cúpula de linterna en la que se alza la veleta que se ha convertido en el emblema del edificio, representando un miguelete armado de una bayoneta.

Aún es posible ver restos de la antigua actividad de la fábrica, aunque en un estado deplorable, como la cajonera que contenía (y contiene) archivos para el control de la producción o una pila de agua que se mantiene en pie gracias a esa inercia que suele obrar milagros.

Desde las puertas oxidadas y cristales rotos de la Catedral podemos acceder a los talleres del patio Sur, por el que se producía la comunicación con el exterior o, si giramos en dirección Oeste hacia la calle interna en la que habíamos empezado el recorrido, llegar a una zona de almacenaje y acopio de materiales dividida en dos secciones, una al aire libre donde se perfilaban las piezas de artillería y otra bajo una cubierta metálica (6) similar a la que encontrábamos en el corral de escorias.

Pasamos ahora al taller de barrenado (7), otro espacio bastante interesante en el que destaca su cubierta de madera, que salva una luz importante, la necesaria para que en el centro de la sala, hoy improvisado aparcamiento, pudiera colocarse un molino de sangre (movido por bestias) encargado de la función de barrena.

Además de la cubierta ya mencionada en esta nave destaca el artesonado de la primera crujía, decorado en sus crucetas con motivos animales, dato curioso si tenemos en cuenta el carácter fabril del edificio.

También de madera es la cubierta del siguiente espacio que encontramos: la Sala de Grabería. De dimensiones mas reducidas en ella, como su propio nombre indica, se procedía a grabar y sellar los cañones y piezas producidas en la Fábrica.

Y así llegamos al punto final de la visita (8), que también es su punto inicial, a ese trozo de calle arrebatado al barrio de San Bernardo que en breve parece ser que se abrirá de nuevo al público, a ese pórtico de acceso a uno de los edificios mas grandes, impresionantes y desconocidos de la ciudad que, si no se pone remedio, puede llegar a convertirse en un desastre patrimonial. Otro.

Esperamos que esto no suceda y nunca haya que lamentarse como hizo Jose, el cabo que dejó grabada su desdicha en una de las pilastras que sostienen la Catedral. Afortunadamente, aún estamos a tiempo.

25 de junio de 2010

Semana aCultural

Mala semana en lo que a cultura se refiere. Pésima.

Nos acostábamos el domingo con el corazón en un puño tras la demencial agresión al Señor del Gran Poder. Aunque por fortuna parece que todo quedará en un susto, volvió a dar la cara la faceta cainita y antagónica de esta ciudad, que cuando se pone a tirarse trastos a la cabeza no tiene parangón.

Casus Belli para unos, Casus Belli que fuera Casus Belli para otros, en la bochornosa batalla librada en periódicos, foros de opinión y páginas webs lo mismo encontrábamos a extremistas pro-sacrilegio que desenterraban los fusiles de la guerra o buscaban la catacumba de Santa Rufina para escapar a la persecución cristiana que, en el otro extremo, a los pro-trozodemadera esgrimiendo argumentos de tan dudoso gusto y escaso respeto que muchas veces daba vergüenza ajena, supongo que hasta para ellos mismos. Lo peor es que cada vez estamos más acostumbrados a estos espectáculos.


De fondo otra guerra, la del Parque Empresarial Arte Sacro, una inversión cercana a los 30 millones de euros que puede regalar a la ciudad otro edificio vacío por obra y gracia de la desbandada de artesanos a los que en principio iban enfocadas las instalaciones.

Los motivos de esta huida son cuando menos extraños, más aún si tenemos en cuenta la fuerte apuesta por este sector mientras otros de similares características están siendo prácticamente ignorados: la inclusión de artistas de otras disciplinas en el recinto, la dificultad para obtener subvenciones, el retraso de las obras… Argumentos que dejan un tufillo sospechoso, porque la cosa huele mal, muy mal, y la solución no creo que sea fácil.

Y del arte sacro al moderno, aunque sigamos en una antigua iglesia, la de Santa Lucía, donde se ubicaba desde hace tres años el Espacio Iniciarte, que el próximo 27 de Julio da el cerrojazo.

Las excusas esgrimidos por la Consejería de Cultura, principal responsable de la sala, no es que hayan sido muy originales: crisis, falta de presupuesto, etc. Excusas que ya cansan, no en vano son ese comodín que en estos tiempos convulsos permite a nuestros políticos hacer y deshacer a su antojo.

Aquí no ha habido batalla ni guerra, por desgracia el peso específico que tiene por estos lares al arte contemporáneo es escaso, por no decir nulo. Y decisiones como ésta tampoco es que ayuden mucho a la hora de revitalizar la cultura de una ciudad tradicionalmente reacia a respirar nuevos aires.

Por supuesto, huelga decir que no estoy menospreciando lo que ya hay; pero con decisiones como ésta queda claro que el arte moderno en Sevilla parece que no interesa y, lo que es peor, parece que no interesa que interese.

21 de junio de 2010

Garden City Santa Clara

Que Sevilla es una ciudad de contrastes es algo que nadie pone en duda. Mientras semana sí, semana también, se inauguran retablos cerámicos y placas conmemorativas a un ritmo que, de seguir así, dejará dentro de pocos años alicatadas varias calles del Centro, en otros puntos de la geografía hispalense hay azulejos que pasan totalmente desapercibidos aún siendo muchas veces el único testimonio que nos queda para comprender su pasado y, por qué no, su presente mismo.

Uno de ellos lo encontramos en la Glorieta del Fuerte Navidad, la popularmente conocida como Rotonda de Santa Clara, a los pies de Kansas City.

Dos limitaciones de velocidad, una a 24 km/h y otra a 15 millas, flanquean una planimetría cerámica de la Garden City Santa Clara, donde se puede apreciar la evolución que ha sufrido el barrio desde su creación para albergar las familias de los militares norteamericanos destinados en la base de Morón de la Frontera hasta nuestros días.

En las inmediaciones del Molino del Pico, asentado sobre los restos de una de las torres almenaras que conformaban esa avanzadilla del sistema defensivo hispalense al que ya nos referimos cuando la Torre Blanca (sigue en ruinas, por cierto), se creaba a mediados del siglo pasado una barriada a imagen y semejanza de las ciudades dormitorio estadounidenses.

Zona privilegiada para la época en lo que a comunicaciones se refiere por su cercanía con el cada vez mas pujante Aeropuerto de San Pablo, que desde finales de la Guerra Civil había desplazado a Tablada del centro de gravedad aeronáutico hispalense, y por tener acceso directo a la autopista de San Pablo y a la carretera Amarilla, se creaba esta barriada que, a pesar de ser bautizada como Ciudad Jardín, distaba bastante de los conceptos formulados por Ebenezerd Howard a principios del siglo, seguidos de forma mas fidedigna en otros puntos como la Gran Plaza.

Desgraciadamente las diferencias entre la Garden City que nos muestra el azulejo y los nuevos barrios que por la misma época se estaban construyendo en Sevilla son abismales: mientras el cinturón de huertas que desde el medievo rodeaba la ciudad daba paso a un gris paisaje de asfalto y bloques de pisos, en Santa Clara los americanos importaban su típico modelo de viviendas unifamiliares aisladas en un amplio jardín, con escasa altura y rodeadas de espacios verdes donde destacaba un gran campo de béisbol (Ball Field), hoy transformado en parque aunque todavía mantenga su forma romboidal característica.

También podemos comprobar como las viviendas variaban en tamaño y forma dependiendo del lugar en que se encontraran y del cargo que ostentara su residente, estableciéndose una jerarquía dentro del mismo barrio en la que, “curiosamente”, eran ocupadas las zonas peores por los trabajadores españoles encargados del servicio.

De todas formas no tardaron en “vengarse” estos trabajadores empezando un trapicheo primero y luego todo un comercio a baja escala de discos y ropa americana, bastante difícil de encontrar en la Sevilla de la época. Aterrizaban los Rolling y los pantalones vaqueros.

Mucho ha cambiado Santa Clara desde que se colocara este azulejo. Tanto que hoy es realmente difícil reconocer las viviendas de los americanos dentro del actual entramado urbano. Igual ha sucedido con los espacios verdes, algunos con otro uso como el campo de béisbol al que antes se hizo referencia, mientras otros han pasado a formar parte de los equipamientos e infraestructuras del barrio como el Centro Comercial, el Club Santa Clara o la iglesia que proyectara para los agustinos el arquitecto Ángel Martínez García.

En definitiva, es bastante poco lo que nos queda de esa Garden City sevillana, de ese residencial americano no muy lejano en el tiempo, hoy tan cambiado. Al menos aún nos queda este azulejo para recordarnos que por Fray Marcos de Niza hubo una época en que se circulaba a millas por hora.

14 de junio de 2010

Física y metafísica en el Humilladero de San Onofre

Solía decir Pepe Orad, mi profesor de estructuras, que las cosas no se caen porquetienden a no caerse”. Esta teoría, tan alejada de las asignaturas que se impartían en el Aula Magna de Arquitectura, evidentemente era tomada a broma por los que allí estudiábamos, gente de ciencias puras, duras y maduras. No en vano era algo así como reírse en una frase de la manzana de Newton, de los profesores de física del instituto y del problema del astronauta que todos los años salía en Selectividad.

Ahora, con el paso del tiempo y de las obras puedo constatar y constato que no podía estar mas en lo cierto el bueno de Pepe, tanto que muchas veces supone hasta un alivio que se cumplan esas palabras...

Pero no nos desviemos; esta teoría, que llamaremos oradiana, es la única explicación que encuentro al hecho de que el Humilladero de San Onofre aún se mantenga en pie y, visto lo visto, pueda llevarse así hasta la eternidad o hasta el infinito, ya que estamos metidos en ciencias. También es verdad que, tirando ahora de metafísica, pondrá su granito de arena el que haya un santo detrás, aunque el susodicho tenga de milagroso lo mismo que de abandonado.

Porque el Santo Negro sigue igual que cuando, hace ahora casi dos años, lo visité en compañía de mi amigo Ramsés. Y eso que ha llovido mucho desde entonces, nunca mejor dicho, pero parece que este invierno pasado por agua apenas ha hecho mella, por suerte, en el viejo templete. Aunque sería mas correcto decir que apenas ha indagado en la mella que ya estaba hecha.

Allí sigue, bajo el puente de la carretera a la Rinconada, desafiando a las leyes de la gravedad, a la corriente del Tamarguillo, al tráfico de la SuperNorte y a la desidia municipal.

Allí sigue con las mismas grietas de entonces, algo mas pronunciadas, con los mismos restos de fogatas a su alrededor, la misma basura, los mismos jaramagos y las mismas flores a sus pies, otro de los milagros que se producen en este rincón perdido, porque no hay otra forma de explicar como aún llegan devotos a este montón de piedras en ruinas.

Y allí sigue olvidado por aquellos que podrían hacer algo por, al menos, adecentarlo, en espera de que la cercanía de las elecciones lo incluya en alguna que otra promesa de esas que nunca se cumplen por falta de presupuesto o simplemente porque no toca.

Afortunadamente la física no engaña, la metafísica tampoco, y tenemos el consuelo de que el Humilladero de San Onofre seguirá en pie porque así lo dijo Pepe Orad y porque, según parece, los milagros existen. Al menos de momento.

7 de junio de 2010

Recuerdos de Silvio

Fue un 6 de Junio de hace 20 años, tal día como hoy dos décadas atrás. Mi padre consideró que sería un buen regalo de cumpleaños llevarme al último concierto de Cita en Sevilla, un festival de música similar (salvando las distancias) a los Territorios de ahora que tenía su centro de operaciones en un escenario desmontable instalado en el Prado de San Sebastián, entonces un descampado de albero en espera de que unos árboles y arriates le confirieran la categoría de parque.

Era la despedida del certamen por esa temporada y la presentación de “En Misa y Repicando”, el nuevo disco de Silvio en compañía de Sacramento. De los otros grupos no me acuerdo, es decir, que lo mismo pudo tocar esa noche con Medina Azahara que con Paco de Lucía que con la charanga de mi barrio, ni me enteré entonces ni me he enterado aún ni me quiero enterar, no quiero llevarme una sorpresa parecida a cuando supe que Faith No More y Soundgarden acompañaron a Guns’n Roses en el Benito Villamarín: mis vinilos se revalorizaron, pero me tiré de los pelos unas cuantas semanas.

Volviendo al hilo, para un niño que agotaba sus doce años Silvio no era más que una parte de la banda sonora con la que era monopolizada la minicadena los fines de semana y, peor aún, el tipo que unos meses antes la había estado liando en la bodega La Mina, donde improvisó uno de sus espectáculos bajo el patrocinio del vino, la cerveza y supongo que todo aquello que se pusiera por delante.

Si entonces no me pareció gracioso, ahora menos: mi idea de celebrar un cumpleaños era bastante diferente y por tanto el resultado era de esperar: cerrazón en banda y mi padre se quedaba con las ganas de Silvio, con las entradas colgadas y con un cabreo monumental para varios días. Cosas de niños…

Como en el poema machadiano (otra de las cabezonadas que agradeceré eternamente a mi señor padre), el niño se hizo mozo y 3 años después el destino le deparaba otra cita con Silvio un 6 de Junio, día de su cumpleaños: la inauguración de Cartuja 93, ese intento vano por prolongar el sueño de la Expo durante algún tiempo.

Por fortuna, para entonces mi oído había alcanzado un cierto criterio tras seis meses de plantón frente a la Jumbotron, meses en los que había alucinado con los Crowed House, saltado con los Chanclas y reído con el ostión en la cara que se llevó David Santiesteban cuando bajó a besar a las niñas que se derretían en la Plaza Sony.

La Expo se apagó y la Jumbotron con ella, pero se quería conservar su espíritu en la medida de lo posible, con lo que se inauguraba Cartuja 93 con un cartel que hoy en día sería todo un lujazo: Loquillo, Sabina, Ketama y Silvio.

Loquillo, Sabina, Ketama y Silvio cuando Loquillo aún andaba entre trogloditas, cadillacs, las palmeras y el camión; cuando Sabina era aún mi Sabina, ese que escucho al menos una vez al mes y que todavía no había escrito "esa canción" que lleva mas de 10 años versionando; cuando Ketama fusionaba sin extravagancias; y cuando Silvio, ya sí, se había hecho un hueco en mi estantería de cintas vírgenes compradas en el bazar de la calle Recaredo, las más baratas de Sevilla con diferencia.

Total, que en segundo lugar, tras un Sabina tocando la fibra del respetable con su “vacío como la Isla sin Camarón” (que se había ido hacía pocos meses), Silvio se plantaba en el escenario como, años atrás, lo había visto yo en la Bodeguita La Mina: el mismo espectáculo, los mismos gritos y la misma improvisación, solo que esta vez no estaba en un bar. Pero a él le daba igual y, por supuesto, a todos nos daba igual.

Hizo lo que se esperaba de él, ni más ni menos. La gente no quería escuchar letras bonitas, ni virtuosos de la música, ni cosas nuevas, para eso estaban los otros: la gente quería ver a Silvio. Simplemente.

Y es que Silvio Fernández Melgarejo era algo muy nuestro, el prototipo de perdedor sevillano, ese familiar, amigo o conocido que “podía haber sido lo que hubiera querido si no…”. Silvio encarnaba al primo que iba para futbolista pero le gustaba mucho la juerga, a la amiga que podía haber estudiado lo que quisiera pero tonteaba tanto desde niña que se quedó embarazada en el instituto, al vecino que pintaba de escándalo pero terminó cambiando bujías para pagarse los porros. Silvio es el ejemplo de esos genios que quedaron en nada, esos genios innatos y precoces a los que hemos alabado y, sobre todo, compadecido, porque la compasión hacia el desgraciado es algo que va muy dentro de nuestros genes.

Varios gritos, balbuceos de estribillos, muchas risas, alguna que otra anécdota: Silvio en estado puro. El mismo espectáculo del que años atrás yo había renegado ante los parroquianos de la bodeguita La Mina ahora lo aplaudía junto a los cientos de personas que se reunían en el Puerto de Indias. Al final mi padre iba a tener razón.

Después vino Loquillo pero ya nada era igual: el cadillac sonó como sonaba el cadillac y las chicas olían a Chanel, cocaína y Don Perignon. Todo era perfecto, pero algo faltaba. Tanto que escuché el inicio de Ketama atravesando la Pasarela.


Volví a cruzarme con Silvio años después, poco antes de su muerte. Era una tarde calurosa, me gusta pensar que también un 6 de Junio, por la calle Adriano; desde la esquina de la Casa de las Moscas la madre de mi amigo Aarón nos invitaba a entrar en el bar donde la liaba su nuevo ligue, un guitarrista al que llamaban Pajarito, junto a Silvio y algunos más de su cuerda.

El jaleo llegaba hasta el río; era mi oportunidad de resarcirme por lo de La Mina, de reconciliarme con el Silvio de los bares de la misma forma que en la Cartuja lo había hecho con el Silvio de los conciertos tras el fiasco de la Cita del Prado.

Pero no pudo ser, mi amigo no estaba muy por la labor: al chaval no le había sentado muy bien esta incursión de su madre en el mundillo artístico y nos dimos la vuelta.

Aarón se marchaba de la misma forma que yo había hecho de niño, por más que ahora me muriera porque me invitaran a entrar al bar. Mi historia se repetía, aunque en esta ocasión era yo el que estaba al otro lado, en el lado del que no se quiere ir. Es por eso que ahora, escribiendo estas líneas 20 años después, he comprendido al fin el cabreo que se pilló mi padre el día de mi cumpleaños. Más vale tarde que nunca, aunque ya no pueda reconciliarme con el Silvio de los bares.

3 de junio de 2010

Tres Jueves hay en el año...

Tres Jueves hay en el año que relucen más que el Sol…” y hoy era uno de ellos, Corpus Christi. El problema es que el astro rey, con afán de protagonismo tras los meses que se ha llevado oculto por los temporales, no se conformó con cumplir el guión establecido y simplemente “relucir”, sino que dio una vuelta de tuerca al asunto y desde primerísima hora de la mañana nos obsequió con una gama de temperaturas sofocante.

También suele decirse que “persona precavida vale por dos” y, ya que tiramos de refranes, “hasta el 40 de Mayo no hay que quitarse el sayo”. Las señoras de la imagen tuvieron todo ésto en cuenta y de esta forma hoy, día 34, no habían guardado aún el paraguas en el altillo, con lo que pudieron hacer más llevadera la calor además de brindarnos una de las imágenes más pintorescas de la jornada.

Haciendo un ligero resumen, mucho calor y menos gente que otros años (al menos esa es mi impresión) en esta mañana de Corpus. Mañana en la que volvieron a sucederse las estampas clásicas de siempre, como los niños carráncanos abriendo el cortejo sobre la alfombra de romero esparcida por las calles desde primera hora; estampas sublimes, como esa que nos deja la simple presencia de la Inmaculada Concepción, personalmente una delicia; o estampas caducas, ya que si no se producen los típicos retrasos o cambios de planes, éste debería ser el último año que salieran las procesiones bajo las catenarias del Metrocentro.

Volvió a verse la estampa majestuosa que regala San Fernando a su salida por la Puerta de San Miguel; a sucederse estampas de devoción al paso de la Sagrada Custodia; o esa estampa extraña que siempre ofrece el Cristo de la Cena en solitario bajo las puertas del Palacio Arzobispal; y como no podía ser de otra forma, tampoco faltaron esas estampas que nos transportan a la primera plana de la actualidad, sobre todo en lo relacionado con el desfile y honores a rendir por la representación del ejército, muy ovacionado por cierto.

En definitiva, que a pesar de las inclemencias meteorológicas que tanto nos están condicionando este año, Sevilla volvió a vivir uno de sus días grandes, una de esas jornadas en las que se viste de gala, se despoja de sus típicas vestiduras y se transforma, lo cual siempre es de agradecer y de celebrar: señal de que hay vida.